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Fernando Henry, Lucas Meyer y Pau O’Bianchi editaron un disco que rompe moldes. Los tres cantautores uruguayos juegan con el andamiaje de la canción y apuestan a la escucha random.

por Joel Vargas



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Un disco sin  nombre y en la tapa la pared grafiteada reza los nombres de los músicos uruguayos: Fernando Henry, Lucas Meyer, Pau O’Bianchi.  ¿Capricho estético? No, es  la unión de ellos, craneando un nuevo canon de LA canción, su naturaleza. Tres tipos encerrados en una habitación de 6 metros cuadrados  componen, experimentan en sesiones maratónicas, trabajan hasta al más mínimo detalle, un laburo de orfebre. Un proyecto calamaresco. Un catalogo con espíritu lo fi y  producción hi fi. Henry, Meyer y O’Bianchi, una suerte de Crosby, Stills & Nash mutantes y posmodernos, nos brindan uno de ¡los mejores discos de la cosecha 2015! Sí, ya arrancó el año y tenemos un candidato a mejor álbum. 

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Podría ser el clásico disco folk de tres cantautores barbudos, violas acústicas y letras que hablen de la revolución, que denuncien las injusticias de este mundo cruel y desnuden verdades ancestrales. Pero no, acá hay riesgos, se rompe el molde.  Al jugar con el formato canción y su andamiaje, no hay límites. La clave es el mestizaje de géneros y letras cargadas de ironías. El disco es un breviario urgente, son pocas las canciones que llegan a no más de tres minutos y monedas, otras son pequeñas muestras de un universo plausible, apenas un minuto y medio.  Hay de todo: riffs youreallygotmetescos (sic) a lo Kinks (“Los conservadores”), odas stones a lo rock and roll circus y lapsus doorescos (“Acido en el trabajo”) trip hop oriental (“Extraterrestres por la teja”) y  una bossa  surrealista que se escapó de una banda de sonora de una peli sesentosa (“Hotel Spinetta”) que te canta la posta: “Hay desafinaciones que me conmueven. /Hay sensaciones que no pienso afinar. /Hay emociones que bailan mal.”.

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Este álbum sirve para (re)pensar un fenómeno de época: la forma de escuchar música. En la era de Internet parece que no hay tiempo. Se llenan gigabytes con bocha de música, discos que tal vez nunca escuchemos enteros. Se escucha todo y nada a la vez: “me baje tal disco, escuché tal canción”.  La escucha random, fragmentada. Otro factor clave del caso Henry, Meyer y O’Bianchi. Una escucha que se empacha de golpe, histérica. Que quiere todo ya y ahora, avasallante, instantánea, honesta. 
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Los Fjuiiith desde Valparaiso, Chile, entregan Piel Divina, un EP urgente, salvaje y audaz.

Por Joel Vargas

Ataque voraz. Te devora y saborea muy rápido como si tuviera gula, te lleva al extremo, te despelleja. Cada track te arranca la piel, el punk riot! de Los Fjuiiith, es un trip esquizoide por el plan y los cerros de Valparaiso.

El EP se llama Piel Divina, como aquel poeta real visceralista que Bolaño retrató en  Los Detectives Salvaje.  Te coge duro, le hace honor a su nombre. Una probadita y querés más. Es un placer cutáneo. Las ansias del repeat son zarpadas. María Carlier escupe las palabras, se le escapan de la boca. Son abrazadas por una base frenética. Por momentos suena salvaje y audaz. Por otros es una caja de Pandora, dispuesta a quemarte el bocho.

Una pandilla de parias abandonados en la multitud recorre la ciudad, revuelve los tachos de basura de la razón ilustrada. Son flaites, un dedo en el culo para la Modernidad. “C Dior”, un hit desquiciado parece la descripción de uno de ellos.  Las canciones de Los Fjuiiith son crónicas sórdidas, se alimentan de la mugre, tienen una mirada desencantada y a la vez fascinada. Son una caída libre desde el cerro más alto de Valpo, y encima te arrancan la piel. 

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Temporada de Tormentas en su nuevo EP, Del Ruido y el Espacio, despabila al Carl Sagan que todos llevamos dentro y deja en evidencia que hay algo increíble que espera ser descubierto en algún lado, el Cosmos.

Por Joel Vargas

Del ruido y el espacio cover art
Carl Sagan dijo alguna vez: “Si querés hacer un pastel de manzana desde cero, primero tenés que inventar el universo” ¿Cuál sería la música ideal para la creación? Del Ruido y el Espacio de Temporada de Tormentas. Una gran explosión, el bing bang desatándose, la sucesión de acordes, el ritmo, los elementos, la mescolanza, millones de partículas, la expansión, un balet cósmico.

Los oriundos de Haedo, Zona Oeste del Gran Buenos Aires, en su nuevo EP demuestran que somos polvo de estrellas que contemplamos estrellas y buscamos auto descubrirnos, ver más allá de lo evidente. Una historia de creación, avistamiento, contactos del tercer tipo, agujeros negros, bases pérdidas en el conurbano.

A lo largo de los cuatro tracks del disco, Temporada construye poderosas catedrales, la voz de Ignacio Castillo aparece de a ratos, va y viene, emerge de las fauces de la nebulosa instrumental. Se cuela por las grietas que hay en el espacio, le agrega épica y dimensión a las canciones. Es un pequeño satélite, un herramental técnico con mucha data precisa.

Del Ruido y el Espacio es una sonda destinada a vagar por lo inmensurable, el infinito. Sagan tenía razón. Es una gran pérdida de espacio estar solos en este universo. Vivimos en un planeta perdido girando alrededor de una triste estrella. En una galaxia insignificante, ubicada en una esquina olvidada del universo. Un universo donde hay más galaxias que personas.


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Mi Amigo Invencible atenta contra la solemnidad del mal etiquedado “indie”. La Nostalgia Soundsystem, álbum conceptual que retrata una catarsis melancólica y su reparación en un nuevo equilibrio espiritual.

Por Joel Vargas

La Nostalgia Soundsystem (2013) cover art


I

La Nostalgia Soundsystem es el oxigeno que pedían nuestros pulmones, la leña para prender nuestras fogatas, el agua para saciar nuestra sed, el disco que necesitábamos. Una ópera rock. Comprendemos su desarrollo, su coherencia, las interrelaciones que hay entre las canciones cuando la pensamos como un todo. La obra crece cada vez más, y la extendemos con mayor amplitud y claridad, hasta casi completarla en la mente. Una obra, un disco, un concepto: la nostalgia.

II

El arte de tapa, ilustrada por Federico Calandria, remite a un mundo dominado por los animales, el que soñó el ejército de los 12 monos. Madre natura: ama y señora.  Los recuerdos del buen salvaje, del hombre, están en los restos de los edificios, autos y calles. Ecos de una civilización perdida.

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Sistemática en su primer EP traza un mapa de bits y violas eléctricas que derrumba viejos edificios ideológicos.

Por Joel Vargas

EP cover artZeus, Alá, Jehová, Júpiter, Ra, Buda son algunos de los nombres con los que la humanidad llamó a sus dioses. Con la secularización de la sociedad, y el triunfo de la razón instrumental, la ciencia se agregó a esa lista. “Producción”, Planificación” y “Tecnología” son los dioses de hoy en día. Sistemática, banda oriunda del oeste del Conurbano bonaerense, en su primer EP homónimo desmenuza y cuestiona a lo largo de seis canciones el papel de la religión, el poder de la razón, la tecnocrácia y el entramado de la técnica. Un claro ejemplo es el comienzo del álbum con “En el Jueves”, relato de un desencuentro, un mapa de bits y violas que dialogan de manera intermitente. Una ruptura metafísica observada por un “santo”. “Acompáñame abajo a ver/ como contaminamos” canta Nicolás Deluchi con un dejo de misantropía.

Sistemática es un híbrido  una banda ancestral anclada en el futuro. Hija directa del nuevo rock argentino y militante del rock de guitarras que hace ya más de una década los críticos etiquetaron como post-punk revival, aunque otros prefirieron llamarlo retrorock. En fin, nomenclaturas para tratar de clasificar un puñado de bandas influenciadas por la atmosfera de Velvet Underground, los arreglos de viola de Television y las bases bien marcadas de Joy Division. Sistemática está en la frontera, coquetea con los noventa en “Lacrimógena”, donde capas sónicas se adueñan de la canción y una peligrosa melodía gorriona te chupa la sangre, y baila al ritmo de las guitarras del tiempo moderno en “19 de vuelta”. La síntesis de esta simbiosis se percibe en la balada psicológica “Luz de despertar”:“déjame encontrar la forma perdida/ sombra que tal vez me haga recordar esa antigua medida” y en el trip de “Dimensión Tercera”:“una idea vieja / Me invita a la salida nocturna/(…)Escuchen”.

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El fantasma de J.D. Salinger sobrevuela las canciones pop melodramáticas de SUBA, álbum debut de la banda cordobesa Un día perfecto para el pez banana.


Por Joel Vargas

La primera vez que escuche el apellido Salinger fue en la secundaria, rozaba los trece años donde uno es más mutante que nunca. Los labios del profesor Daniel Fara pronunciaron SA-LIN-YER. Todavía ese recuerdo se repite: Fara estaba parado al frente de la clase, gesticulaba de manera caótica. Sus manos escritas por birome azul, que hacían las veces de agenda, iban y venían. Fue ahí cuando escupió ese nombre y al ratito dijo Nueve Cuentos. Ese era el libro que nos iba acompañar gran parte del año. Daniel tenía la gran cualidad de incentivarnos a leer, uno de sus métodos era contarnos un relato. En esa oportunidad eligió “El hombre que ríe”. Su voz describía el mundo de un antihéroe, convertía a las palabras en imágenes paganas. Esa fue mi introducción a J.D. Salinger, la narración oral como en la época pre-galaxia de Gutenberg.

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Riki Riki Tave y la Banda Misteriosa narra creaciones oníricas y caos en su último disco Dormido Cayendo. Su poesía enardecida nos sumerge en el filo de la noche.
Por Joel Vargas
Sería muy facilista tildar a la Riki Riki Tave y la Banda Misteriosa de retro y anacrónica. Sería más facilista aún catalogarlos como herederos del estilo de la Pesada, Manal y Vox Dei. Por eso la nostalgia setentosa se la vamos a dejar a otros periodistas menos imaginativos, acá escribiremos sobre un presente continuo, donde no existe pasado ni futuro. El rock vive en un estado casi inalterable. Aunque a veces surgen pequeñas explosiones que lo puede alterar un poco. La Riki es una de ellas.
Estos guerreros oriundos de Atalaya, localidad de la Provincia de Buenos Aires, son dueños de una poesía enardecida. La acepción más famosa del nombre de su barrio es la de una torre de vigilancia, que sirve para defenderse y ver antes que nadie las nuevas amenazas. La Riki es un vigía dormido, una bestia atada a punto de romper sus ataduras. Como dijo Bukowski alguna vez: “Algún día no tendré sueño por la tarde /Algún día escribiré un poema que encenderá volcanes /En las colinas que están ahí fuera”. 
En Dormido Cayendo, su último álbum, a diferencia del anterior, Llorando en Corea, la Riki administra de forma diferente la rabia y la distorsión. La consigna es aun más experimental, mucha fusión, arreglos precisos y salvajes a la vez. “Vida de parabrisas” y “Escena de los ojos”, temas que abren la placa, son un claro ejemplo de esta batalla dialéctica: violines frenéticos que se pelean con bajos bien gordos mientras Juanjo Harervack, el comandante de las palabras picantes, canta con los dientes apretados secretos que parecen ancestrales y el Coronel Pali, desde los parches, maneja la energía y el pulso de las canciones.
El momento ideal para sumergirse de lleno en el disco es a la noche. En la oscuridad está la poesía de la Riki, ahí latente, respirando despacito a punto de comerte y de meterte es sus fauces profundas. Harervack pareciera susurrarte al oído y te empuja por un acantilado sonoro de violines, chelos y pianos, como en la trilogía de hits: “En el sueño”, “El gato gris” y “Luces del día”. En ese instante sos ceniza que cae al vacio, empujada por una poesía enardecida. Disfrutas de la caída mientras tu cuerpo se quema.
Cuando la luna empieza a ocultarse y el disco llega a su fin, la luz enceguece de a poco. Unos rayos tímidos van entrando por la persiana mientras la Riki incendia las colinas que están ahí afuera: “En la quietud de los que olvidan, en la pregunta que aun espera, siempre la sed de haber nacido, la vida nunca tuvo un final”.
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Chori - 08​/​12: cinco años de canciones hechas en Córdoba demuestra que existe una escena musical interesante más allá de Buenos Aires. 


Por Joel Vargas 




República Federal Argentina es el nombre oficial de nuestro país, por lo menos así lo dice la Constitución Nacional. Una patria que nació de una guerra civil interminable entre dos bandos bien marcados. Donde triunfaron, supuestamente, los federales sobre los unitarios según indica la historia oficial. Pero seamos sinceros, no es  tan federal, todo está centralizado en Buenos Aires. No me refiero a la Provincia, sino a la Ciudad y al Gran Conurbano Bonaerense. Ya van 200 años en los cuales todas las cosas “pasan” en la Capital. Obviamente que la difusión de las producciones culturales no escapan a esta lógica centralista, solo salen en los grandes medios las bandas de Buenos Aires. Pero en la era de Internet estas barreras se empiezan a quebrar de algún modo. Chori, un compilado de bandas cordobesas, recoge el guante de romper la centralización capitalina y bonaerense.

Como en toda selección, siempre hay una persona que oficia de curador, que la elige, le da un orden particular y trata de formar una identidad homogénea (la escena) y heterogénea (por los estilos) teniendo como resultado un pantallazo de una movida. En Chori, el que hace el recorte es El Servicio Postal, un blog cordobés que pertenece a Juan Manuel Pairone y Santiago Garrido. La decisión principal que tomaron fue hacer un recorte temporal: solo canciones que salieron entre los años 2008 y 2012. El disco cuenta con una edición física muy interesante, a cada una de las veinte canciones les corresponde una ilustración de Lucia Moras y tiene como resultado un trabajo integral, un caleidoscopio sonoro y visual.

En el álbum uno puede encontrar diferentes climas pasando desde la oscuridad introspectiva de Benigno Lunar con “Tobogán en espiral”, la alquimia popera de Esencia con “Suspenda”, la dulce melancolía de un día perfecto para el pez banana en “México”, la rabia contra la máquina de Árboles en llamas con “Bosques”, el melodrama confesional de El hijo de mi padre con “Isabel”, entre tantas otras. Chori está ahí, al alcance la mano para aquellos que les gusta romper con el centralismo capitalino y demostrar que existe una escena musical rica, interesante y versátil más allá de Buenos Aires.

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¿Sueñan los lobos con ovejas lunares? indaga lo mínimo pero también la esencia humana. Se trata del primer disco de ¿Lobo Está?, la nueva propuesta y  proyecto (no tan) solista del uruguayo Gonzalo Saavedra, integrante de la banda Pueblo Viejo.

Por Joel Vargas

¿Sueñan Los Lobos con Ovejas Lunares? cover art
¿Sueñan los lobos con ovejas lunares? es un compendio de vicisitudes sobre la existencia humana. El nombre del disco remite a Philip K. Dick -uno de los grandes referentes de la ciencia ficción- y a su libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Esta narrativa  pone en discusión la humanidad. ¿Qué es lo que nos constituye como tal? ¿Acaso el alma?,  ¿los sueños? ¿O simplemente la fe? Dick utiliza, como eje de su relato, una vieja disputa entre humanos y replicantes -androides- para demostrar que también son seres con sentimientos, con esencia. Ahí el yeite y el motivo de este disco,  lo humano y las representaciones sociales confrontadas. Lo instintivo frente a lo preestablecido culturalmente.

El álbum arranca con “Entrego mi cuerpo al viento”, marca el pulso de lo que vendrá: diez canciones folkies: a veces, aceleradas y, otras, más calmas que le dan batalla a los domingos suicidas,  a la soledad y al inconsciente colectivo. Aunque, por momentos, Saavedra abandona el tono folk y coquetea con latigazos eléctricos, bajos gordos y batas duras. “El túnel” va por esta senda, es una de las joyitas del disco, narra una road movie que tiene lugar en la mente de un defensor de las causas perdidas.

De vez en vez, los fantasmas de los grandes cantautores uruguayos dicen presente: en la densa quietud de “Mañana”, en los abrazos luminoso de “Invierno”, en la serenidad de “El viento” y en la adicción voraz de “A dos segundos de Vos/z”.  Otro de los hits es la tierna “Los muros”. Las seis cuerdas de la guitarra y la voz, a esta altura, se convierten en un bosque sonoro que desborda la canción hasta estremecernos.

“Slumberland” le hace honor a su nombre “la tierra de los sueños”, una oda onírica que navega entre melodías de mar. La voz, un susurro. “Doopleganger” habla de introspecciones, de la lucha entre las dos caras de un mismo yo: la calma antes del huracán y la violencia explosiva del huracán. El final llega con “Delete”, cuando “borrar” pareciera la única forma de volver a uno mismo.

Los fragmentos de un ser desmembrado transitan estos diez tracks existenciales. Y frente a la pregunta ¿Lobo está? Si, está. En ocasiones, el hombre es el lobo del hombre.   



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Dorado y Eterno, la última producción de Thes Siniestros, describe minuciosamente la magnitud de la belleza del sur. Un viaje entre pinos, nubes y miel.
Por Joel Vargas

Según Leonardo Da Vinci la naturaleza es el lugar de la armonía, la tarea del pintor es reflejarla y llenarse de los colores de los objetos e imitar todas las formas silvestres.  Pero para lograrlo, Leonardo apuesta por el arte de la memoria: un esfuerzo para captar el pasado, revolver en los recuerdos e imprimirlo en una obra.  Con esta disciplina se logra el reflejo, describiendo minuciosamente las sensaciones captadas por los cinco sentidos. Thes Siniestros en su última producción, Dorado y Eterno, logra reconstruir los paisajes del sur y el aire patagónico.

En el 2011 la banda platense había sorprendido con los Últimos días, un puñado de canciones eclécticas y adictivas. Este año lo vuelven a hacer, Dorado y Eterno es uno de los discos del año. Thes Siniestros es una banda mutante, un camaleón que va cambiando de forma en cada disco, nunca se repite. Esta vez, se prueban el traje de hijos directos del rock nacional clásico, aunque también experimentan con el palo progresivo y el viaje de la psicodelia.

Juan Irio y compañía nos sumergen a lo largo de once tracks en un mundo de aves, arrayanes, pinos y nubes.  “Ciprés”  abre la placa y da el puntapié inicial del arte de la memoria, Irio (re)construye el aire puro que nace en algún río patagónico. Pero el disco no es solamente una pura enumeración de detalles, hay crónicas mágicas como “Matorrales y Artemisas”, donde se pierde la concepción clásica del tiempo. El mito va a ser una constante a lo largo de todo el álbum.

“Todo canción tiene un final antes de un principio”, sentencia Irio en “Eterno será el valle”, y en esa frase se condensa el espíritu del álbum. La naturaleza se muestra eterna, sin tiempo, dorada, pura, inalterable y profunda. Un lugar donde perderse extasiado, contemplando la belleza.

 “Brisa y miel” y “Cielo”  son grandes ejemplos del impecable trabajo de los arreglos vocales y de un espíritu sonoro que remite a Belle & Sebastian. Cabe mencionar también que quizás sean el punto más alto del disco, dos canciones efectivas y con aires hipnóticos.

La descripción densa del espíritu del sur se completa con “Cabaña”: un violonchelo inunda la progresión de la canción mientras dialoga con un ukulele;  “Tarde”, un aleteo de voces spinetteanas circa Invisible y “Ciervo”, una crónica filosófica. La música de Thes Siniestros remite muchísimo al imaginario de Luis Alberto, es más aparece de manera explícita en “Camarada” con una invitación: “vamos al bosque”. Un claro guiño.

“Mis pensamientos me han dejado ciego, ya lo sé”, confiesa Irio en “Gris” y agrega: “como un diamante gris que nunca brillará, que busca su brillo pero nunca lo va a encontrar”. El viaje por la Patagonia y la posterior introspección son parte de una búsqueda espiritual de un lugar en el mundo.  “Dorado”, canción que cierra el álbum, termina de completar esta idea: “en un día lleno de flores, sacaré boleto y me iré junto al mar, junto al bosque de pinos, al sepulcro perfumado”. Luego de enamorarse del aire sureño es difícil para los viajeros no sentir nostalgia por el verde jade del pasto y el marrón perpetuo de los arboles del sur. La ciudad es tan gris, vamos al bosque, “no hace falta decir nada más”. 


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Los Espíritus dan cátedra de misticismo en su último EP, El Gato.

Por Joel Vargas

Los griegos tenían una concepción cíclica del tiempo, todo se repetía. Primero llegaba una época de esplendor donde los dioses estaban radiantes en el Olimpo y los pequeños mortales bebían de la providencia del buen vino. Luego se sumergían en una era oscura, trágica, llena de parias y de dioses enfurecidos. Cuando volvía la luz otra vez desencadenaba  la oscuridad y así sucesivamente. El Gato, último EP de Los Espíritus, tiene esa magia: todo termina donde comienza, o comienza donde termina.

La canción que le da nombre al disco es la que abre el juego temporal. “El tiempo pasa lento para mi” canta Santiago Moraes y desnuda las sombras felinas. No está de más decir que Maxi Prietto quizás sea el último guitar hero de la escena independiente vernácula. Sus yeites y arreglos marcan a fuego el ritmo de todas las canciones. Si la consigna en Prietto viaja al cosmos con Mariano es experimentar y viajar con/por los sonidos, en Los Espíritus es “tripear” por la historia del rock clásico. En “El blus” Prietto se calza el traje de un viejo blusero y deslumbra con sus punteos en una pequeña suite demencial de doce minutos.  

El trip amarra en “Aunque nos vayamos” donde Moraes, la otra cara de la moneda,  ameniza con sus violas acústicas la épica western de Prietto.  El gran finale es “La sombra del gato”, Maxi demuestra su fuego sagrado con un solo místico y la rueda vuelve a girar. Un hechizo cíclico. 

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Jonas Carping, cantautor sueco, sorprende con Underground, el EP adelanto de su primer disco solista.

Por Joel Vargas

Varias voces enamoran por su caudal, registro y, sobre todo, por su personalidad. Podría hacer un listado extenso, pero mejor nombro algunos de mis preferidos: Eddie Vedder, Bob Dylan, Neil Young y Tom Waits. Si algo une a este grupo de músicos es el folk, todos son héroes de ese estilo, guerreros de las seis cuerdas de nylon. A esa lista sumo un cantautor que me atrapó por su garganta poderosa: Jonas Carping, oriundo de Estocolmo, Suecia. Acaba de editar Underground, un EP adelanto de su primer disco solista, All the time in the world, que va a salir en septiembre próximo. Carping no es nuevo en el universo del folk, ha editado varios discos con su banda The Glade, despuntando el vicio del rock y teniendo como referentes a Bruce Springsteen, Noel Gallagher, Leonard Cohen y, a los ya mencionados, Dylan y Young.

Las canciones de Carping son como pequeños sorbos de un buen whisky añejo. Tienen melodías que saben a madera noble y que remiten a esos guerreros legendarios del folk. Las letras parecieran escritas después de recibir una golpiza en el alma. Si no, vean como le quedó la cara a Jonas en la portada del disco. Ahí está él, sobre fondo blanco: un vikingo sueco con el ojo morado, dispuesto a atestiguar sus vivencias, como buen crooner de amores salvajes.

El tema que le da nombre al EP es, quizás, una de las más hermosas canciones que han sido compuestas en lo que va de este año. Los rasguidos son simples pero encantadores, junto a los arreglos de cello y violín terminan por encender el ruego: “don’t leave me underground”.

Underground sigue con “Sideways” que profundiza la senda folkie introspectiva, luego llega “Whatever Nevermind” en donde una harmónica tímida marca la atmósfera del track. El álbum cierra con una versión despojada de “Märk Hur Vår Skugga” de Carl Michael Bellman, un importante trovador y poeta sueco. Encontrarte con la música de Jonas Carping, es como irte a acostar en llamas por la noche y al día siguiente, querer contarle a todo el mundo sobre tu nuevo descubrimiento. 


[Más sobre Jonas Carping]



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¡Pungueame que me gusta! Javi Punga vuelve a hacer de las suyas con Rock And Roll Punga, su última producción.

Por Joel Vargas 

Es difícil escribir sobre los artistas de la Plata sin caer en lugares comunes del periodismo de rock: “Los músicos platenses son pibes de barrio, que en sus momentos de ocio libran batallas por el universo. Son los nuevos Eternautas. Sus  guitarras galácticas viajan en el tiempo y se materializan en el bondi, ahí donde estás, colgado de tus auriculares”. Exagero, pero por ahí va la cosa.  Voy a intentar no caer en esa tentación.

Rock and Roll Punga es el nombre del nuevo trabajo de Javier Cereceda, alias Javi Punga. Este prolifero cantautor platense no para de grabar. El año pasado editó El Tiempo del Amor y ahora  vuelve a sorprender.

Alguien nombró el disco pero por alguna razón no captaste lo último, solo escuchaste el nombre del álbum, inmediatamente pensaste “es otro disco de unos pibitos amantes de Pappo y del tren de las 16”. Cuando por fin ves la tapa, quedan pocas dudas, hay algo de los Jóvenes Pordioseros en todo esto. Pero no, las apariencias engañan, mejor  dejar esos prejuicios de lado, esas categorías impuestas por el imaginario social.  Entonces miras mejor y ahí lo ves, en la punta de la lengua: un cartoncito sonriente… Huele a espíritu psicotrópico, ¿no?

La santísima trinidad del rock alternativo se hace carne en las violas y en las melodías del universo Punga. Sonic Youth, Pixies y Pavement dicen presente en todo el disco y especialmente en  “El amor es todo II” y “Campos de Cristal”.  Aunque  no es ninguna novedad, Cereceda  formó parte de la mítica banda Ned Flanders, fieles amantes del trío alternativo. También hay otros guiños, más obvios: “The Cure”, una suerte de “Friday In Love” bien pungueada: “otro viernes más yo me quiero enamorar”.  Ojo, las citas no terminan ahí: “Sandwichs naturales” parece una alusión al Carpo y sus benditos triples de miga.

Si rebobinamos un poco en la carrera de Javi, nos encontramos con “Chica Cheta” y muchas canciones folkies. En esa etapa él jugaba con las palabras. Era un bardero profesional, bien punk, un elegante stone. Sigue así, solo que ahora le sumo una banda a esa identidad, que por momentos reluce algo de Perdedores Pop, sobre todo en “Brilla y sueña”.  Lo más folkie que encontrás en el tracklist es “Vamos a estallar”, una de esas canciones románticas con pandereta incluida.

“Otro día está naciendo, todo puede volver a empezar de nuevo” canta Punga en “Rock para Volver al Futuro”,  como si fuera un Stephen Merritt distorsionado. El saxo del final paga la noche.  Y si querés algo más garagero en clave  “guacho martinfierrista” de Oscar Fariña  escuchá “Rock de la China”. Un poguito con Tadeo Isidoro Cruz no viene nada mal. Mientras el saxo sentencia el final, la china le dice “A vos punga ¿qué te pasa?”. Hermoso.

En “Rock del Tren”, la locomotora platense no deja nada a su paso. Las guitarritas hacen pequeñas explosiones como las del polvo de los chupetines con forma de pie. Te estalla la lengua: “vamos llegando como un tren”.  A esta altura el saxo del final es un leiv-motiv punguero.  Pero, hay una excepción que confirma la regla “Rock de Aladino”, con sus notas  guerreras  llenas de mugre sónica y un “te quiero ya”.

Con “Niños de dios”, Javi Punga, el nuevo Eternauta, va a defendernos de Godzilla (uy lo estoy haciendo). Un viaje galáctico (ahí va de nuevo) con ruido de Zeitgeits y Spiderman 2. Un broche final acorde al rock punga. Y sí, la vanguardia es así.

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The Quindimils retrata, en clave electro-punk, el imaginario outsider argento con su primer EP: La caravana de la lealtad.
Por Joel Vargas
En la era del peronismo 2.0 llega desde Lanús la última sensación justicialista: The Quindimils. La banda de zona sur se apropia del nombre de Manuel Quindimil, uno de los más famosos caudillos del Conurbano Bonaerense, y lo vuelve suyo. La ironía es más que obvia.
The Quindimils es el nuevo proyecto de Nicolás “Yonki”, un viejo guerrero de Cemento. La caravana de la lealtad es el primer disco de la banda y tiene la particularidad de ser en vivo. Fue grabado el 3 de abril de este año en el ya extinto Le Bar.
El Yonki es un pequeño napoleón, con sus letras disecciona el imaginario outsider, la densa realidad. Su  voz de niño punk te invita a saltar sobre bases que remiten a un minimalista Devo. También forman parte de su universo musical teclados ochentosos y bases a lo New Order
“Pinche Navidad” es la mejor prueba del drum and bass furioso y divertido que proponen.  El hit es “Como Hank”, un relato oscuro que se escapó de una mañana verde de la gran ciudad. La personalidad de ese Hank contagia  “y no vamos a parar, tampoco maniatar”. Y si vamos a hablar de personajes siniestros, “El hombre bolsa” te rompe los dientes con una vorágine de samplers.  Mientras El Yonki, junto con Fok de Electrochongo, te cuenta las fabulas de los que tienen pasta de campeón, esos cerdos y peces que pueblan las calles porteñas. 
“Siempre quise ser tu amigo, no me importa que seas nocivo” esa frase de “Tolueno” es un culto a la amistad y revela otra de las facetas del Yonki. También hay romance en “Te Acordas?” y el anuncio del fin de locura  (¿o el comienzo?) en “El Principio del Final”. The Quindimils es una nueva forma de encarar la “Densa Realidad”
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Roles y Oficios, el álbum debut, de Orquesta de Perros pone a prueba tu suerte.

Por Joel Vargas

Juguemos al juego de los roles. Hoy podes ser un oficinista soberbio, fanático del cuervo y amante del café, un arquitecto porrero de Neuquén o un pibito piola que se junta todos los domingos a comer asado y tomar vino en cartón. Sigamos imaginando, juguemos al juego de los oficios: ¿qué querés ser cuando seas grande?

Orquesta de Perros, zambulléndose en la imaginación, combina ambos juegos en su primer LP Roles y oficios. Por momentos, son vengadores anónimos que se la quieren dar a los polacos, y por otros, chabones que van de puerta en puerta haciendo changuitas.

La banda tiene tres cantantes con voces heterogéneas que en esencia son una. Lautaro Barceló, Pablo Matías Vidal y Soviético son los encargados de hablarle a tu inconsciente. Orquesta de Perros pertenece al sello platense Uf Caruf!, unos cuantos militantes del arte libre.

El disco tiene trece “juegos” acústicos, con guitarras peladas. Escucharlos es como una lotería, el qué te toca: te toca.  Si la suerte te revela “Las inéditas ventajas del puerta a puerta”, vas a hacer equilibrio junto con Lautaro Barceló sobre punteos de viola y a cantar canciones de misterio. Con tus manitos de demonio vas a profesar amor libre durmiendo con diez novias.

En “Cara de Pato” vas a ser un enamorado empedernido, un collage de Miguel Abuelo y Elliott Smith. Vas a dejar atrás disfraces, caretas. Sin estribillo, solo una historia. Pablo Matías Vidal hace una lista extensa cuasi calamaresca, se convierte en un crooner que describe minuciosamente hasta los detalles mínimos.

El juego del rol se explicita en “Fotocopias”, Vidal canta hay que ver las cosas que hace uno por ser otro.” También vas a jugar a “Las Comedias” con “Inés” a una “Velocidad Roja” inusitada. “En el camino”: los diarios de viaje te van a poner melancólico, porque no te va a salir ni una puta canción. Vas a querer “Romper Todo” con Soviético y convertirte en un “Aquaman” entre las piernas de alguien.

La suerte está echada. El juego empezó hace rato.


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El primer LP de Bosques Eomaia Nam, un dulce y caótico trip.
Por Joel Vargas


Hace unos días mi amigo Martín se cruzó con Matías y Pablo, otros amigos. Entre tantos cuelgues hablaron del primer LP de Bosques. Martín preguntó que les había parecido, Matías le contestó que lo habían estado escuchando en su casa y Pablo dijo: Me cagué todo. Si, tuvo miedo. Pero, ¿por qué?

Todo empieza con el llamado de “Amniosis”, un mantra espectral de siete minutos y cuarenta cinco segundos. Las voces a lo largo de la producción son pájaros negros que van y vienen entre las armonías. Es fundamental escuchar el disco en orden porque si lo escuchas al azar no hace efecto. Parece ser que está fríamente calculado, son nueve llamados y cada uno llega más profundo que el otro. El segundo llamado es “Mis manos las manos” donde un canto ancestral se mimetiza con una pandereta. Creo que esta canción es la llave para saber si uno está soñando o no. El viaje continúa con “El veneno del mundo”, una ola noise instrumental que aturde. El cuarto llamado es el folk trance de “Fantasma Sagrado”, donde vuelven los cantos ancestrales con “sus infinitas raíces”. La voz se vuelve omnipotente y te invita a la hipnosis entre guitarras y percusiones.

“Los pájaros que no son pájaros cantan con la voz de la mujer cósmica al despertar”, es la frase que usa Bosques para describirse. Esas palabras justas son parte del canto ancestral del sexto llamado “Que no son pájaros”. La intro a esa canción es “Pájaros”, que se comporta como un track hermano, el cello es el hilo conductor entre ambos.

La calma introspectiva hace un quiebre en “Eomaia”, un post-punk tántrico donde el canto ancestral adquiere un eco de Ian Curtis de Joy Division. Las vibraciones del cello te pegan en la sien y la batería termina de hacer el trabajo sucio. ¡Dulce y caótico trip!

Los últimos llamados completan el peso filosófico del disco: primero llega “La verdad es una contradicción”, donde los versos recitados se vuelven universales. Y por último “Fin de la hipóstasis” que reza: “antes de nacer nos lavaron el cerebro”.

Las nueve canciones que forman Eomaia Nam te tocan algo íntimo. La música bucea hasta lo más profundo de tu mente, te perdés entre una neblina espesa. Ahí haces el click y eso se manifiesta en diferentes sentimientos y estados de ánimo. Pero atención: el disco no es apto para paranoicos, como ya vimos puede ocasionar terror. Hispóstasis viene del griego, significa "ser de un modo verdadero", por eso Pablo tuvo miedo. Esa noche descubrió algo de él que no conocía.

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3 Pecados y Las Ligas menores debutaran en la 12va edición del Festipulenta, uno de los eventos más importantes de la escena independiente actual.

Por Joel Vargas

Este jueves 1 de Marzo arranca  Festipulenta Vol.12, una edición que se viene con todo y tendra lugar en El Zaguán (Moreno 2320, Once). El festival nació de la cabeza de Nicolás Lantos y Juan Manuel Strassburger cuando volvían de un recital de Viva Elástico y 107 Faunos en Pura Vida, allá en localidad de La Plata. Ellos se preguntaban cómo no había más seguido recitales así, por eso pusieron manos a la obra y crearon este clásico de la movida indie capitalina.

Durante los cuatro días del festival, habrá bandas para todos los gustos, desde Acorazado Potemkin, pasando por Mujercitas Terror hasta Javi Punga. Uno de los platos fuertes será 3 Pecados. Estos hijos pródigos del Uruguay tienen un pasado hardcore y rabioso que se puede apreciar en su primer LP: Pesadillas para niños y travestis dadaístas (2007). En esa época se hacían llamar “3 Pecados, es una mierda”. En el 2011 editaron su tercer LP: Diciembra, uno de los mejores discos del año pasado, plagado de canciones pegadizas. La voz de Pau O’Bianchi (cantante y guitarrista) es droga para los oídos. Su manera de cantar y de estirar las frases es lo que embellece aun más a las melodías. La música no es tan rabiosa como antes, es más introspectiva con arreglos simples y efectistas. El formato guitarra, teclado y batería da lugar a una intensa experimentación del sonido. ¿Qué decir de las letras? Hay versos hermosos en “Encandila”: La reina de la luz, apareció / mezclando los colores de la habitación / con sus dientes gigantes me encandiló / usando su sonrisa como un reflector. / Ella anda en skate y en soutien. / Me regala dibujos que me hacen bien. / Te pido oscuridad no la espantes, / aunque me electrocute sos el amo rey.  También hay tiros en el pecho, palabras que se vuelven canción, la que le da nombre al disco: “Año nuevo y todo sigue tan viejo. / Esperando el primer amanecer con tres amigos en un sillón. / Yo te quiero acá, regando el humo de tu cigarro. / Yo te quiero acá, contigo todo es tan extraño. / Hoy estoy más dormido que drogado, amiga buen fin de año.”  No hay dudas, verlos en vivo será  hipnótico.

Las Ligas Menores también debutará en el escenario pulenta. Hace poquito editaron, a través de Laptra, su primer EP: El Disco Suplente, con seis canciones herederas de la escuela de Rosario Bléfari. Este disco suplente, como bien dice su nombre, viene a llenar el vacío que uno siente después de una separación. El disco empieza con “Accidente” y una constante musical que se repite a lo largo de todas las canciones: guitarras simples con un ritmo bien marcado por el bombo de la bata y las cuatro cuerdas del bajo que envuelven la canción, produciendo como resultado un efecto minimalista. La voz de Anabella Cartolano destila esencia femenina y frases filosas como: Cuando termine todo /  y cuando yo pueda hacer bien lo que yo quiera / voy a salir sin llamarte /  y voy a gritarle a todos en la calle / que todo terminó / no te necesito, / ya no hay mas nada que cantar hoy, / voy a escuchar un disco. También hay nostalgia y, por momentos, se derrochan sonrisas porque la premisa es recordar “de la manera más linda y más feliz”, como dice Anabella en el punkito  “El Baile de Elvis”. En “Buscando” el encargado de las voces es el guitarrista Pablo Kemper, y se vuelve un fauno oscuro dando lugar a la búsqueda desesperada de ese alguien que ya no está más.  El momento del pogo llega con “De la mano”, que por momentos recuerda a “Churrasco Violento” de Superuva por la melodía pegadiza. La tranquilidad vuelve con “Movimiento” en la voz de la bajista María Zamtlejfer y un teclado que ilumina. Todo concluye con “Crecer”, una canción que le hace honor a su nombre y va creciendo en intensidad a lo largo de los dos minutos y medio de duración. Hace unos días, escribieron en su facebook: “¡Vayan preparando esas gargantas para cuatro días de himnos, gritos y coritos!” Que así sea.



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Andrea Balency Trío te invita a nadar por su océano artístico en Lover, su segundo EP

Descubrir grandes artistas es algo que no pasa todos los días. Uno como periodista tiene que estar poniendo el ojo en la mira para pegar un tiro certero y encontrar algo que valga la pena. Andrea Balency es más que un tiro certero: te sorprende en cada canción, te lleva a su mundo cosmopolita donde las veredas del DF mexicano se cruzan con las calles de París. La torre Eiffel se vuelve por momentos el Obelisco y las melodías parecen abrazarse a Julio Cortázar, otro artista que mostraba que no existían fronteras y todos somos parte del mismo mundo, del mismo cielo.

Mientras sigue grabando su esperado primer LP en New York, Andrea Balency Trió nos regala su última producción: Lover, un EP de ocho canciones. El disco arranca con “El desorden”, track que formó parte de nuestro Compileft Vol. 1; y como escribió mi amigo poeta c J. en el booklet: la melodía, segundo a segundo, se va haciendo humo en tus venas. Apenas un vientito seguido de una sensualidad y una frase “hay algo que no me deja respirar”. ¿Quién no tuvo alguna vez una agonía clavada en el medio del pecho? Los asuntos pendientes vuelven una y otra vez, y Andrea sí que los sabe expresar. En “Lover”,  hay un equilibrio preciso entre el inglés y el español, y la voz de Balency se convierte en un instrumento más en ese mar de arreglos.

Seguimos buceando y nos encontramos con varios remixes de canciones de Mizraim (2010), el primer disco del trío. El primero es “Petepre”, hecho por Datapuntobeat: los sampleos y synthes agregados le dan un vuelo más ambient a la canción. El venezolano Algodón Egipcio, gracias a sus llamas digitales,  vuelve oscura y tenebrosa a “Mizraim”: el acordeón deja de existir y los loops gobiernan la melodía. El último encargado de darle otra cara a Balency es Caballero Elegante que, primero despojándola y después sobrecargándola de sonidos envolventes que parecen de otro mundo, torna más mística a “Laila tibia”. También hay lugar para la lengua materna de Andrea —ese francés que enamora en cada palabra— en otra versión de “Mout”, con mucha más orquestación que la original, donde lo minimalista prevalecía. 

El EP se completa con covers de dos canciones de artistas admirados por Andrea. Una es “Lycra Mistral”, del español El Guincho, que deja de ser “pop negro” para volverse una confesión desgarradora e íntima en la voz de Balency. Y la otra es “Pez”, de nuestro Lisandro Aristimuño, que se transforma en una pequeña suite moderna que no tiene nada que envidiarle a la versión original. Andrea se apropia de las dos canciones y las vuelve parte de ese mar que no para de dejarnos marcas, en la piel y más adentro.




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Mariano Gilmore & Belle sorprende con su disco debut Una Catarata de Caramelos. Las melodías desfachatadas y el culto al pasado son la clave de este sorprendente debut.



Por Joel Vargas



Borges alguna vez escribió: “A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”. Una catarata de caramelos es eso: un leve anacronismo. Un disco ideado como objeto artístico y realizado de manera artesanal; la portada remite a una Buenos Aires de otro tiempo, infectada de colores modernos. La dedicatoria a Bioy Casares habla de un cierto encanto por los escritores clásicos argentinos. 
Nos encontramos a comienzos de la década del 10 y Buenos Aires sufre la invasión de caramelos. Una catarata que te devora a besos con acordes de tutti-fruti a lo largo de doce episodios. Canciones desnudas, despojadas de arreglos: apenas unas guitarras acústicas y sutiles percusiones amenizan esta velada. 
Al escucharlos se los puede asociar por momentos a She & Him y por otros a Belle & Sebastian. El disco podría ser la transcripción de un diario personal al formato canción, donde las situaciones cotidianas son las protagonistas.
Todo empieza en “Belén”, con Gilmore describiendo a su mujer de manera simple y delicada. Sigue con la narración de un día normal en la vida de la pareja en “Antes de tomar tu taza de café”: la muestra perfecta de que Gilmore es un crooner enamorado que construye sus letras con minuciosos retazos de la realidad. 
También hay lugar para personajes pintorescos escapados de la mente de un niño eterno, como en “Monstruo” y “La chica ochentosa”; dos caras de la misma moneda donde aparecen el Italpark, los miedos y los placares atravesados por el amor. 
Quizás los momentos más nostálgicos se den en “Días de otoño”, por culpa de un ukulele que sangra, y en “Alfonsina”, que parece ser un homenaje a la poeta que se fue a nadar para siempre. 
El culto a la metrópolis aparece en “Turismo por la ciudad”, una precisa descripción que es la madre de unos acordes que aumentan su intensidad a lo largo del viaje. La historia de amor vuelve en “El baile (Corazón sentimental)” y “Navidad”, en ellas la pasión los hace volar. 
El final se avecina con el tema que le da nombre al disco y que manifiesta de manera más evidente su espíritu: la unión de dos eras y el retrato de un tiempo, un leve anacronismo anclado en la postmodernidad. Todo concluye, definitivamente, con la nostálgica “Dormir al sol”, entre pájaros, pianos y el homenaje a Bioy Casares: “ella deja besos en la oscuridad y se va”.

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Con su segundo disco Las Horas, Indiana se convierte en la nueva promesa del rock platense.
Por Joel Vargas

La Plata está infestada de diagonales feroces, que fueron planeadas estratégicamente. Hasta se podría pensar que irradian impulsos artísticos. Pasemos lista: Los Redondos, Virus, Peligrosos Gorriones y toda la factoría de Laptra. Grandes emprendimientos donde la creatividad marca tendencia. Indiana no parece ser la excepción a la regla: melodías intermitentes, letras que desmenuzan situaciones cotidianas y rock espacial de la escuela de Los planetas.
Su última producción es un atentado contra los corazones rotos, diez canciones melancólicas y hermosas. Las pruebas son “Canción para Emilia” donde Pablo Siciliano, entre punteos hipnóticos, se despacha con frases que muchos pensamos alguna vez: “no me digas que es verdad, sé que no sabrás que hacer cuando me llames”. La canción que le da nombre al disco tampoco se queda atrás con eso de instaurar frases poderosas: “no dejes que nadie te marque las horas”.
Pero “Suiza” se lleva todos los premios con guitarras finamente distorsionadas, un teclado envolvente y una oración que se te queda tatuada en las neuronas: “no todo es el fin del mundo, no creas en la verdad, la verdad es una cosa más”. Es una de esas canciones que llenan vacios en las madrugadas solitarias, una carta de amor sonora.
Indiana se vuelve épica en “Premio del Público” y te pide que no olvides su nombre: “cuando Dios me honre y yo ocupe su lugar”. Una guitarra acústica marca el camino, se va mezclando de a poco con guitarras sucias hasta llegar al gran final: una explosión de cuerdas en el cielo.
También hay lugar para personajes pintorescos como “Mark”. ¿Pero a qué Mark se refieren? ¿Al que Luca le dijo que se calle? O ¿al cantante de Screaming Trees? O ¿al creador de Facebook? Nunca lo sabremos, solo sabemos que Siciliano y compañía te exigen “quiero que sufras por él, quiero que mueras por él”.
“Himno a un futbolista del montón” es un homenaje a esos guerreros y románticos ignotos del futbol, los que traban con la cabeza, la revientan a la tribuna y meten un pase gol. Algún día corearan su nombre en la capital bonaerense y tal vez se convierta en un lobo o un león.
Luego siguen tres nuevos mundos: “L'avventura”, un trip galáctico; “Tragedia en Brasil”, una road movie espacial, y “Un poeta chino”, un cadáver exquisito melódico. El gran final es “En mi defensa”, una despedida agonizante donde Siciliano grita: “si alguna vez fuiste Dios, te pido que me ayudes de vuelta”, mientras la guitarra llora un solo interminable. Y la remata con “lo hice sin pensar, no fue nada”. Modestia aparte ¿no?