Dorado y Eterno, la última producción de Thes Siniestros, describe minuciosamente la magnitud de la belleza del sur. Un viaje entre pinos, nubes y miel.
Por Joel Vargas

Según Leonardo Da Vinci la naturaleza es el lugar de la armonía, la tarea del pintor es reflejarla y llenarse de los colores de los objetos e imitar todas las formas silvestres.  Pero para lograrlo, Leonardo apuesta por el arte de la memoria: un esfuerzo para captar el pasado, revolver en los recuerdos e imprimirlo en una obra.  Con esta disciplina se logra el reflejo, describiendo minuciosamente las sensaciones captadas por los cinco sentidos. Thes Siniestros en su última producción, Dorado y Eterno, logra reconstruir los paisajes del sur y el aire patagónico.

En el 2011 la banda platense había sorprendido con los Últimos días, un puñado de canciones eclécticas y adictivas. Este año lo vuelven a hacer, Dorado y Eterno es uno de los discos del año. Thes Siniestros es una banda mutante, un camaleón que va cambiando de forma en cada disco, nunca se repite. Esta vez, se prueban el traje de hijos directos del rock nacional clásico, aunque también experimentan con el palo progresivo y el viaje de la psicodelia.

Juan Irio y compañía nos sumergen a lo largo de once tracks en un mundo de aves, arrayanes, pinos y nubes.  “Ciprés”  abre la placa y da el puntapié inicial del arte de la memoria, Irio (re)construye el aire puro que nace en algún río patagónico. Pero el disco no es solamente una pura enumeración de detalles, hay crónicas mágicas como “Matorrales y Artemisas”, donde se pierde la concepción clásica del tiempo. El mito va a ser una constante a lo largo de todo el álbum.

“Todo canción tiene un final antes de un principio”, sentencia Irio en “Eterno será el valle”, y en esa frase se condensa el espíritu del álbum. La naturaleza se muestra eterna, sin tiempo, dorada, pura, inalterable y profunda. Un lugar donde perderse extasiado, contemplando la belleza.

 “Brisa y miel” y “Cielo”  son grandes ejemplos del impecable trabajo de los arreglos vocales y de un espíritu sonoro que remite a Belle & Sebastian. Cabe mencionar también que quizás sean el punto más alto del disco, dos canciones efectivas y con aires hipnóticos.

La descripción densa del espíritu del sur se completa con “Cabaña”: un violonchelo inunda la progresión de la canción mientras dialoga con un ukulele;  “Tarde”, un aleteo de voces spinetteanas circa Invisible y “Ciervo”, una crónica filosófica. La música de Thes Siniestros remite muchísimo al imaginario de Luis Alberto, es más aparece de manera explícita en “Camarada” con una invitación: “vamos al bosque”. Un claro guiño.

“Mis pensamientos me han dejado ciego, ya lo sé”, confiesa Irio en “Gris” y agrega: “como un diamante gris que nunca brillará, que busca su brillo pero nunca lo va a encontrar”. El viaje por la Patagonia y la posterior introspección son parte de una búsqueda espiritual de un lugar en el mundo.  “Dorado”, canción que cierra el álbum, termina de completar esta idea: “en un día lleno de flores, sacaré boleto y me iré junto al mar, junto al bosque de pinos, al sepulcro perfumado”. Luego de enamorarse del aire sureño es difícil para los viajeros no sentir nostalgia por el verde jade del pasto y el marrón perpetuo de los arboles del sur. La ciudad es tan gris, vamos al bosque, “no hace falta decir nada más”. 


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