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Texto escrito para la presentación de La enfermedad de la noche, la nueva novela de Mariana Komiseroff, editada por Random House (2023)

por Gabriela Borrelli Azara





Hola Mariana Soy Gabriela, escribiéndote esta carta que voy a leerte el día de la presentación de tu novela que hace apenas unos minutos terminé. Cerré el libro y suspiré. Entré con la protagonista de la novela a una nueva casa. Más que salir, al terminar tu novela, se entra a algo. Estoy escribiendo muchas cartas últimamente, a mis alumnas, a algunas poetas, a Cristina Fernandez de Kirchner, ahora a vos. Pasa algo con las cartas parece y parece también que yo quiero ser parte de eso que pasa. Por eso te escribo porque pensé en hablarte a vos y que les asistentes esta noche sean lectores voyeur que es lo que es un lector de cartas. Yo debo confesar que no leí muchas. De escritores menos. A mi lo de seguir la verdad de la vida de la gente no se me da. Esa búsqueda hambrienta por la veracidad no se me dió.  Por espiar, menos, preferí seguir el hilo escondido que une vida y obra, esa mala fotocopia, ese negativo que solo revela cuando se apaga la luz, lo que aflora en la oscuridad. Pero no me quiero ir por las ramas, te quiero contar cosas, cosas de tu novela, de mi lectura, y también te quiero saludar, hace cuánto que no nos vemos querida Mariana, hace cuanto no tenemos esas conversaciones picantes de la que vos sos la máxima expresión en nuestro país. No me acuerdo cuando nos vimos por primera vez pero sí me acuerdo cuando te vi por segunda o tercera vez. Yo estaba saliendo de una fiesta, borracha como se debe retirar alguien elegantemente de las fiestas para hacer sentir bien al que la organizó y hacerle creer que fue un éxito. Siempre tuve el reparo de retirarme borracha solamente para tener esa delicadeza con les anfitriones. Ya no lo hago más. Me he vuelto muy maleducada, si vieras. La cosa es que me retiraba de esa fiesta y vos estabas en un sillón con un muchacho, un sillón color claro y te habías hecho un corte de pelo que incluía el típico rapado al costado de la cabeza, un corte que luego sostuviste bastante tiempo, y digo típico porque todas las del gremio lo tuvimos o tenemos o tendremos. Ay las del gremio, aparece acá la voz de Emma Barrandeguy, que así se denominó en esa entrevista-cuento que le hizo María Moreno. Del gremio somos. Después de leer La enfermedad de la noche, pienso que el significante no perdona y que las palabras hacen cosas y ahora pienso ese gremio de otra manera también. Un gremio, que no es un sindicato pero comparte algunas de sus características, pero ya voy a llegar ahí, sabes que la política me tira. Te vi en ese sillón entonces y me despedí no sin antes decirte: que corte de lesbiana, Mariana. La rima involuntaria es uno de mis fuertes! Vos te reíste, y yo nunca olvidé ese momento porque inmediatamente me dije a mi misma: que desubicada, como le dije eso con el chico ahí mismo. Empezó a hacerse en mi esa culpa retrospectiva de borracha, el momento en que cerras los ojos y decis porque dije eso. Vos tal vez te acordás de eso. Espero que sí, no hay nada más hermoso que compartir recuerdos. Hacen a una amistad: son su corazón. Me arrepentí de esa frase, sin embargo con el tiempo recordé que tu sonrisa fue especial, casi de complicidad. Después nos cruzamos en más fiestas, hablamos un montón, bailamos, nos reímos, siempre nos quisimos. Pero nunca me sonreíste como esa vez. Que corte de lesbiana, Mariana. míranos ahora, dos señoras casadas con dos señoras y yo sin el rapado, vos? 


Te contaba al principio de esta carta, que hace unos minutos acababa de terminar tu última novela que es entrar en algo y no salir de ella. Hay novelas que son así: te dejan una puerta abierta para siempre, un clima. El clima de La enfermedad de la noche es un clima denso, lleno de profundidades oscuras, serpenteando siempre lo macabro hasta dar vuelta la mirada para mostrar que vivimos con lo siniestro susurrando en la oreja. Y hablando de entrar y no salir, de quedarse en un lugar porque es lo que toca, me acordé de un autor al que quiero poner en serie en esta carta con tu novela. El significante insiste e insiste: Mariana, me acordé de Mariani. A mí esos viejos de la década del 30 de Boedo me encantan. Los comparo con las feministas, con muchas muchachas de mi tiempo que igual que ellos estaban convencidas en el cambio de la sociedad y que la literatura iba a cumplir una función esencial. Amo esa confianza en la literatura, esa forma de querer hacerla algo.  El querido Roberto Mariani, en su libro más famoso: Los cuentos de la oficina, intenta mostrar algo de la enajenación de la oficina, del trabajo en general, pero su pintura es la oficina. El primer relato del libro se llama Balada de la oficina y es la misma oficina que habla, casi sexualemente, al trabajador. ¿Querés escuchar un poquito? 


Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. El sol está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. Entra. No repares en el sol. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se le siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles… f… f… f… f… El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú, entra. Entra; penetra en mi vientre. 


La protagonista de La enfermedad de la noche, tu protagonista Marian, ya sabés,  no trabaja en una oficina pero también es tomada por esa noche, abandona el sol, en un sentido amplio y la oscuridad de esa gran concha que puede ser el congreso de la nación la toma. Abandona el sol. A mi ya me gustaba cómo escribias, Una nena muy blanca me dejó escenas que no se fueron tampoco de mi. Y como ninguna podés mostrar las escenas del trabajo en una clase social: las clases populares de nuestro país. El trabajo es una obsesión que tenés como escritora y recorre toda tu obra.  Por eso pensé en Mariani, Mariana. Dejame decirte, que lo mejor de los escritores son sus obsesiones. Pensé en Mariani porque tu libro es un libro sobre el trabajo: sobre uno particular pero en el que se puede cristalizar el malestar de las grandes mayorías de nuestro país. Mariani es un escritor del realismo social. Así se definió, y así quedó en la historia de la literatura argentina. Lo tuyo mi querida Mariana, es una ficción que bebe de lo social para lograr el relato de la enfermedad, del trabajo, de la noche, de la política, de la crueldad con la que vivimos cotidianamente. No sé por dónde empezar a hablarte de la novela, aunque creo que ya empecé. Como es una carta de mi para vos, y de paso la escucha toda esta gente puedo ser más libre, hacer conexiones que no necesariamente podrían todos compartir. Puedo unirte con Mariani, decir que me cautivaron esas noches en el Congreso, que me mostraste no el lado b, sino el zeta de lo que podía suceder puertas adentro mientras muchas estábamos afuera con nuestros pañuelos verdes pensando que sí, que era posible, eso y muchas otras cosas, no solo el aborto. La realidad y el tiempo están ahí para decirnos que todo no, que un poquito tal vez y después volver al yugo de luchar con los mismos forros de siempre, con los que siguen ahí: los compañeros de trabajo de la protagonista, los que siguen defendiendo el proceso y prendiendo fuego mujeres. La enfermedad de la noche, es la de todes en algún punto: estos son los sindicatos que pudimos conseguir, los gremios en los que no todas nos dedicamos a lo mismo, la sangre, la propia sangre que se convierte en lejana, como dijo Porchia: lo lejano, lo más lejano, solo lo hallé en mi sangre.


Tu novela Mariana trabaja tres niveles que se superponen: la enfermedad, la política, lo sexual. Sos cruda e implacable con las tres, nunca te dejas domar por la condescendencia ni un falso sentimentalismo o buena intención de la que pecan algunos textos en la actualidad. Me gusta eso de vos. Tu novela arremete. El ritmo de las frases, cortantes pero profundas, son daguitas que van formando cuadros totales en cada capítulo. 


Quiero volver a algo que te dije más arriba en esta carta: algo con la sangre. Con lo que devela su metáfora: sangre como familia, o sangre que es indicio de muerte o herida. Es una novela de la sangre derramada: 


¡Que no quiero verla!


Dile a la luna que venga,

que no quiero ver la sangre

de Ignacio sobre la arena.


No quiere verla Federico García Lorca, la sangre ni el sol. Es en ese poema que Ignacio sube con toda su muerte a cuestas. La protagonista está un poco así: la inminencia de la muerte que la rodea, la muerte que ella provocará, la que detendrá con el mismo trabajo. Hay frases Mariana que también me dejaron pensado, escenas que desembocan en finales como este: 


“Soy victima cuando me quieren pegar y cuando me quieren amar”. Todas esas palabras juntas en una ficción hacen eso que te decía más arriba: ese negativo oscuro de un clima de época que no desculamos. Ahí tus personajes: otra frase que resuena “Ni la enfermedad de Gabriel, ni el deterioro de su cuerpo la destruían, el sistema de salud era lo único que a mi madre le ganaba por hartazgo”. Otra forma de pintar la vida de muchas personas que viven en este país, que no son ese personaje exactamente pero que comparten con él ese estado de cosas. 


Ay Mariana creo que esta carta se extendió. Te quería decir que tu novela me gustó, porque así se habla de las novelas en la intimidad, porque así viven los libros, en el gusto, en la incomodidad que provocan, en el cosquilleo o el hartazgo, en la emoción gratuita que despiertan en el lector ( la frase no es mia, es de Macedonio Fernández) Verás y sabrás que delicuentes, hay en todos lados, que un crimen para hacerse necesita de personas, personas con las que convivimos todo el tiempo. 


No quisiera que estas fueran las últimas palabras, oscuras por cierto para terminar esta carta. Decirte que me gustaría ir a La Pampa, ver el atardecer en la llanura, que el viento nos despeine nuestros pelos, que ahora tienen nuevos cortes. 




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collage por @nubelectrica

 


EL MOMENTO MÁS TRISTE DE LA VIDA



Una vieja dijo:

“el momento más triste de mi vida

fue ver a mi padre tener un ACV.”


Otra vieja dijo:

“el momento más triste del día 

es mirarme en el espejo.”


Mi vieja, la mía, mi vieja,

me dijo:

“¿en qué se fueron los días?”


Como si se hubiesen marchado en bote. 


Y otra vieja dijo:

“tengo el pelo blanco 

lleno de momentos tristes

que no pienso teñir.”


El momento más triste de la vida 

está lleno de viejas de pelo largo 

tratando de peinarse.


Hay nudos muy fuertes 

que sólo se sacan 

arrancándolos.


No se pueden dejar en la ducha.


Es triste, pero

hay que agarrarlos,

armar una especie de peluche

-­‐qué triste-­‐

y tirarlo a la basura.


No tapar la ducha, 

se tapa igual,

con el tiempo

se tapa igual

por acumulación.


Una persona

a sus veintisiete años

dijo lo mismo.


Armó un peluche de pelos 

y dijo lo mismo.

“Partes de mí

que no puedo conservar.”


Este es el momento más triste de mi vida.



...



QUE POR LA LUZ ESTALLA



Parte 1



El cuerpo camina

por el paisaje, el paisaje camina 

por una luz violácea.


Me quedan 10 años de vida.


Me han envenenado los masones, 

vuelto de Praga enfermo,

me dirijo a Viena.


Las hojas se mueven 

de un lado a otro

en el vaivén único del lago. 


Me quedan 10 años de vida.


No pagaré las cuentas,

no tendré a mis hijos 

bailando sobre el piano,

moviendo los brazos de un lado a otro

en el vaivén único del lago.


El mundo parece estar en coma. 


El único signo de vida es el pulso.


El corazón tiene el marcapasos, el aire tiene 

el respirador, la sinfonía

el compositor.


Una sala vacía y el sonido de la nieve


llega sin los dedos sobre las teclas, 

directo del pulmón del piano, 

dándose vuelta desde adentro.


Me dibujo parte de los pinos, 

cubierto como ellos

de lo que no puede nombrar

mi viaje.



Parte 2



El cuerpo sale del bosque 

a interrumpir la nieve.


El resultado un punto negro

en el medio. Cada color que acierta

tiene su propio valor.


Los pájaros blancos un sonido separado.




...




CUANDO LLEGAN LAS PENAS  

NO SON ESPÍAS,

ES UNA LEGIÓN


La miseria es un reflejo 

no menos real

que una mano sosteniendo algo 

en el empedrado mojado

la noche brilla 

hay charcos

probablemente de sangre

se han definido muchas variantes 

pero nunca todas.

Esta funciona así:

es forzada como tantas otras

un gomón

con una ínfima falla de escape 

que lo desarma lento

un flota-­‐flota

en el diluvio de un marzo 

radicado en la ansiedad 

fue y será inminente:

la vista gorda y el declive.






| Sobre la autora |


CAROLINA ANGRIMAN es actriz, poeta y dibujante. Vive en Tigre. Magíster en Escritura Creativa, UNTREF. Egresó de la carrera de Dramaturgia de la EMAD. Se formó en la Universidad Nacional de las Artes, en la carrera de Lic. en Actuación. Estudió cine en el Instituto de Cine Contemporáneo de Vicente López. Realizó taller de poesía con Fabián Casas y Francisco Garamona. Tiene un proyecto multifacético titulado “La Mala Estrella”, el cual recibió una beca Creación del Fondo Nacional de las Artes.



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Reseñamos Anarcoamor, de Carolina Lesta (Obligo Cuadrado, 2017), un poemario demencialmente minucioso, ideal para aventurarse en el terreno del eros y el amor. 

por Misael Castillo




Siempre que pensamos en la palabra poética,  pensamos en un dispositivo que de alguna manera se sirve de sus herramientas para dialogar con el pasado y con el futuro a través de un lenguaje universal. El poemario de Carolina Lesta dialoga con la historia del amor, con los presentes que se desarrollan en él, porque el amor es siempre ahora en el pulso mismo de la respiración, nunca es, siempre está siendo. 

Quizás, estemos en lo correcto al decir que es el lenguaje más universal de todos, y quizás estemos de acuerdo si decimos que la memoria no es el único lugar donde detenerse a pensarlo, porque allí hay algo que se gana, pero también hay algo que se pierde. En ella el amor es un sentimiento que se construye racionalmente, puedo decir “amé” y explicar por qué, y decir el cómo, y entender la ausencia. Éste es un libro que construye el sentido universal del amor que no está atravesado por la rigidez de la memoria, sino por la pulsión pasional del momento –ahora-. El “yo” poético, en el fluir de la consciencia recupera minuciosamente un lenguaje mutilado, e inexacto apoyado en la incorrección precisa que carga todo acto afectivo. No para cambiar, no para entender, sino para aventurarse a un terreno sensitivo.

Pensar al amor desde la memoria, cuando hablamos de escritura, conlleva una resubjetivación que coloca al Eros en una posición irreal e idealizante. El Ahora es el territorio donde la experimentación poética encuentra la posibilidad de realizarse, mágicamente, anárquicamente, con posicionamiento político- social que surge desde el inconsciente, sin decirlo, sin aclararlo, sin jactarse de ello. Porque lo importante no es jactarse de las formas del amor, sino experimentarlas. En tiempos donde debe deconstruirse todo, el “yo” de la poesía, por el contrario, prefiere construir insistentemente, vorazmente, con devoción, con la fuerza terrible con que se vomita el poema, para volver a tragarlo y nuevamente vomitarlo. 

Algunos pasajes del libro parecen estar signados por cuadros de desesperación, en donde todo lleva a la muerte, pero no se teme a la belleza que radica en ella. El verso corto que lo atraviesa pareciera  la respiración pasional y doliente del deseo que emana en los actos de afecto. El verso largo es la agonía que todo amante siente cuando se le estruja el estómago por la velocidad misma del tiempo. 

Para el “yo” poético, esa pasión y esa construcción estética, pueden hacerse sólo en un estado de perturbación, y en ese temor radica la fuerza del tiempo presente capaz de dialogar con todos los discursos: “Es de noche y nos reímos/ pienso/ esto va mal/ esto va mal Maria Carolina/ y hacia allá vamos”. Porque el amor, según estas palabras, no puede pensarse, el amor es una pulsión de muerte, y si bien podemos intuirla, no podemos del todo nombrarla. Anarcoamor no es solo una operación estética, sino también una operación histórica.

Por lo anterior, no existe reconocimiento de lo posible, del dolor posible, de la tristeza posible, sino el reconocimiento de lo que trabaja en el cuerpo: “quiero que me escribas en la espalda con una fibra negra/ que me escribas lo que estés pensando”. Sin embargo, la comprensión de ese Otro (entiendo Otro como todo lo que no soy Yo) no le impide focalizar dónde está el amor y dónde están los límites, difusos, rockeros, militantes, fastidiosos.

En otro orden de cosas, el título se enmarca en la colección Pechos Calientes de Ombligo Cuadrado Ediciones y es un dato que me parece estratégico, como la estrategia misma de la guerra. En la solapa se plantea que los poetas de Pechos Calientes “Nunca se cansan de aprender”. Es el caso: “Sé que va a insistir en amarme/ yo voy a insistir en dejarlo/ (…) insistimos en no creernos/ insistimos/ en coger/ insistimos/ insistimos/ insistimos/ sin más remedio (…)”. Existe en Anarcoamor una forma de vinculación signada por el desarrollo empírico de los sucesos y en la que el cuerpo es también capaz de procesar los estímulos del orden de lo cognitivo y de lo metafísico.

Por otro lado, pareciera que el “yo” poético, en ese aprendizaje que mencionamos anteriormente, lleva el conocimiento, en tanto aprehensión de la empiria, al extremo. Carl Jung, de alguna manera, plantea que amamos según fuimos amados y el “yo” poético entiende muy bien esa construcción cultural, y es capaz de observar despojado del prejuicio. No hay moralina, ni acto moralizante en su escritura: “quemame, pero no te vayas/ odié que me gustara tanto”. Salva y es salvado, en el silencio, en la despedida, en la soledad, en la franja que separa la muerte y la vida.

Diana dice “No todo lo que vive puede caber en el poema”, y Lesta con su poética nos deja pensando, tambalenado como si nos levantáramos de un knock out. El poemario es demencialmente minucioso, y quizás debiéramos pensar que, más allá de la ficcionalidad, no todo lo que muere puede caber en el poema. El amor como territorio de batalla trabaja invisible y casi imperceptible para despojarnos y preocuparnos por ser en vez de saber: “siempre nos equivocamos/ estamos hechos/ vos y yo de esa madera/ quebradiza”. Estos versos, además, entran en tensión con la dialéctica del amo y el esclavo donde el doliente (es decir el que tiene más miedo de morir) es el que más ama, y el que más piensa, y que incluso en su dolor es capaz de comprender el dolor del Otro: “Cuando vos decís amor/ mi amor/ me doy por derrotada (…) vos decís amor/ y yo subo a mis terrores nocturnos/ a mis fugas/ mis fugas a otros hombres/ que cuando dicen amor no dicen nada”.

Según el “yo” poético, el amor estaría en una pugna constante por desplegarse en medio del hastío de la posmodernidad, la liquidez de los vínculos, el neoliberalismo, el catolicismo y los discursos disruptivos que, en vez de liberar, paralizan. En la contracara de esto, radica el Anarcoamor efectivo y genuino de la autora. El amor por el amor mismo, por sobre todas las cosas amor, ni bien ni mal, ni facho ni progre, amor simplemente.