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Condición de nadadores, una propuesta fuera de las tablas, dirigida por Camila Fabbri. “El nivel de realismo es tan alto como estar dentro de una película” 

por Federico Cisneros y Danna Murillo 
Artesanos del Espacio



Una pequeña sala de espera junto a un bar, un largo hall con misteriosas puertas blancas de madera y un baño que curiosamente tiene duchas y cambiadores. Así esperamos, con ansia y curiosidad a que comience la última función de la obra“Condición de Buenos Nadadores”, dirigida por Camila Fabri, una propuesta teatral que nos invita a explorar nuevos espacios - reales, imaginarios, narrativos - para salir de las zonas cómodas y entregarnos a disfrutar de esta experiencia de temperaturas íntimas y ambientes azulados; un espacio anacrónico que nos permite adentrarnos en la relación de un padre y un hijo que, separados por la distancia geográfica y emocional de su propia historia, nos conduce, de alguna extraña manera, hacia el pasado de nuestras memorias afectivas, ahí donde la voz de nuestro padre todavía se escucha.

I


A las 20.30, se abren las puertas y en lugar de encontrar una sala con butacas, escenario y escenografía, descubrimos una enorme piscina temperada, una suerte de cuadro abstracto, reticulado por azulejos, de techos blancos altísimos y pisos con distintos tonos de celeste, apenas recorridos por las líneas negras submarinas que marcan y separan los carriles en el agua. 

Todos toman asiento en las gradas laterales, parecemos un público que viene a ver un espectáculo de nado sincronizado o alguna suerte de competencia underground. Antes de que uno pueda notar el calor que hace dentro, ingresan los protagonistas de esta noche: un padre distante y un hijo que nunca pudo hablar. Estar todos en un espacio tan cotidiano, pero convertido en otra cosa y descontextualizado, nos dejó una sensación de magia, capaz de sumergirnos imaginariamente en un cortometraje de ficción. De pronto nos vemos envueltos en una misma dimensión, ante una primera escena entre Manuel y Agostinho, que después de buen tiempo sin verse  hoy se vuelven a encontrar. 

II



Agostinho tiene treinta años y es mudo. Su médico cardiólogo lo ha obligado a realizar prácticas nocturnas de natación, como una forma de ayurdarlo a mejorar su salud y de paso restarle un poco de sobrepeso a su cuerpo. Su padre Mauel está de visita en Portugal y esta noche vendrá con él a la Pileta del Club Municipal, después de todo un año si verse. Tendrán una noche para ellos solos, para romper la rutina mientras el hijo entrena y el padre le habla y lo alienta, de formas un poco toscas y a veces hirientes, como les suele pasar a los padres ausentes, distantes, de esos que de un buen día parten y se quedan extraviados en el tiempo.

La cercanía entre ambos y al mismo tiempo, la distancia, se evidencia desde los primeros minutos. Manuel ha volado de Argentina a Portugal para hablar con su hijo, para verlo y ayudarlo. Pero no es tarea fácil, no logran una conversación fluida, Agostinho  no puede hablar por un problema con su voz  - o por alguna herida emotiva en la memoria – así que sólo le queda escuchar y asentir, no por obediencia, sino por imposibilidad de emitir una respuesta con palabras. El único que conversa, ríe solo, se queja de su hijo y a la vez lo empuja a entrenar es Manuel, un padre notablemente ausente, relajado pero duro y mandón a la vez. Nosotros también sólo escuchamos su voz, sin posibilidad de responder, lo que lentamente va creando un inesperado vínculo afectivo entre el hijo y los espectadores.

Están solos en el Club, solamente los acompaña el agua y un hombre mayor de pelo blanco que cuida el recinto y pasa cada tanto, mirando con cierta nostalgia la figura del hijo que no habla.

  • Hijo si hubieras hablado, hubieras escogido el castellano o el portugues?

Manuel piensa en voz alta y le dispara ese tipo de interrogantes constantemente a su hijo en cada descanso, desnudando su intimidad en la psicina del club barrial de Lisboa, antes que vuelva a sumergirse y desfogue – o encuentre en ese silencio azul - algunas respuestas bajo el agua, a partir de gritos y otros sentimientos contenidos hacia su padre, hacia sí mismo o hacia la vida que le tocó en este lado del mundo. 

Poco a poco el padre le irá narrando diversas anécdotas de su vida actual en Buenos Aires, develando ciertos misterios de su situación amorosa, como el de un inesperado romance con un extraño boxeador adolescente. Así va creciendo la complejidad de esta historia, dejando una suerte de vacíos imaginarios, para lo irónico y las últimas revelaciones de la noche. 



Escrita y dirigida por Camila Fabbri, “Condición de buenos nadadores” es una propuesta íntima y diferente a las demás. 

FICHA ARTÍSTICA:

Actúan: Mauricio Minetti, Facundo Livio Mejías y Néstor Conte/ Colaboración actoral: Renato Valenca/ Luz: Sebastián Francia/ Realización: Lucas Coiro/ Colaboración en arte: Ezequiel Galeano/ Vestuario: Ana Franca/ Sonido: Sofía Straface/ Producción Ejecutiva: Stefanía Sans/ Producción audiovisual: Juan Renau/ Fotografía: Sebastián Arpesella/ Arreglos musicales: Franco Calluso/ Diseño: David Maruchniak/ Redes: Romina Triunfo/ Asistencia de dirección y coreografía: Marta Salinas/ Dirección y texto: Camila Fabbri




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El crepitante motor de la diadema roja tirita a las puertas del palacio del León Blanco.
Acá adentro hay una fiesta, pero mis ojos, otra vez, se hundieron en el cielo.
La voz blanca de mi papá, vuelve, una vez más.

Así se presenta Vértigo, primera obra de Francisco Donovan.
Escrituras Indie entrevistó a su autor y protagonista.

Por Malena Saito




¿Cómo fue el proceso de escritura de Vértigo?

El proceso de escritura empezó en el taller de dramaturgia de Nacho Bartolone y Mariano Tenconi Blanco. Empezó ahí, en las horas de taller y de hecho, el primer disparador fue una consigna que entendí mal o de una manera distinta a como había sido planteada. La idea era contar un mito fundamental, ese era el ejercicio. Yo tenía desde hacía ya unos años una imagen en la cabeza: una moto frágil andando a toda velocidad por una autopista, esa moto se rompía, el motor explotaba. Tomé la determinación de narrar esas imágenes pensando en la consigna del mito fundamental. Lo llevé a clase, lo leí y me acuerdo que sentí una excitación muy grande al leerlo. El texto gustó y a partir de ese momento es como si le hubiese sacado un corset. El material empezó a ensancharse rápidamente. A medida que escribía lo iba leyendo en el taller y tanto Nacho como Mariano me fueron guiando y el texto fluyó.
Fue como un año de escritura.

¿Cuáles fueron tus influencias o qué estéticas te guiaron a la hora de escribirla?

Además de la imagen de la moto, el disparador de la obra fue el mundo de la TV. Yo había trabajado entre el 2009 y el 2011 en distintos programas y esas experiencias me dejaron muchas preguntas, ideas dando vueltas en la cabeza; encontré un espacio de grandes posibilidades alquímicas para convertir todos esos recuerdos en una ficción. Es decir, la ficción de las ficciones. Hubo algo de ese enmascaramiento de la ficción que me resultó atractivo y fértil a la vez. En cuanto a las influencias me cuesta mucho encontrar un texto o un autor que haya sido guía para el trabajo. Fue más a partir de lo que iba escribiendo que surgían algunos autores, muchas veces recomendados por el propio Nacho o por Mariano o por algún otro compañero. Concretamente me acuerdo de Bob Chow con "El momento de la debilidad”, de la que tomé algo del universo lisergico, de la realidad con esteroides y del heroe/antiheroe, algo de andar muy perdido y a merced de los personajes que nos vamos cruzando. También tengo presente un texto de Iosi Havilio, "La serenidad", de la que tomé algo de la narración de un par de días en la vida del Protagonista (el personaje es nombrado así). Había algo en el afecto de aquel Personaje que me resultó alimento a la hora de seguir escribiendo. Creo, por otra parte que el trabajo que hice tuvo más que ver con dislocar las experiencias reales, que con generar un universo.

Nombrame algún dramaturgo contemporáneo que te interese, ¿Por qué?

No soy un gran lector de teatro, no tengo un referente concreto en cuanto a lo que escribo. Si me pasa que gusta del trabajo de un montón de gente, pero accedo al material como espectador más que como lector.
Soy un lector  más activo de narrativa. La obra, de hecho, surgió como un cuento, fue Nacho el que vislumbró su zona teatral. Pero ya que estamos nombro a Lagarce,”Tan solo el fin del mundo", me resultó muy atractiva. Es el tipo de material que me gustaría aprender a tejer. Tengo un gran recuerdo de un texto de Koltes, también, autor de  "La noche justo antes de los bosques". Fui a verla al teatro, actuaba Mike Amigorena, yo lo había visto en "El niño argentino" de Kartún (hablando de dramaturgos admirados, admiradísimo) y había quedado pasmado con la plasticidad de Mike. Entré al teatro esperando ver actuación y en vez, me llevé un texto increible

¿Leés poesía? ¿hay algún poeta actual que te conmueva y con el que te sientas emparentado en tu producción?

Mariano Blatt me resulta muchas veces conmovedor. Pero al igual que con los dramaturgos, me gustan los poetas que conozco, los más cercanos.  Muchas veces se trata de gente sin obra editada, son solo un muro de Facebook, pero son esos los que me llegan, las voces que viven ahora. Hay un encuentro hermenéutico mucho más posible. A mi me gusta que el material me resulte accesible, quiero poder reconocer una voz contemporánea, cercana, que me hable un poco como ahora y un poco como siempre, ahí es donde disfruto con la poesía. Así me pasa con amigos como: Franco Calluso, Maria Florencia Rua, Mariano Tenconi Blanco, Martín Dubini y por supuesto Nacho Bartolone.

¿Escribís/te en otro género?

Vértigo es mi primera obra estrenada. Escribo casi todos los días y desde esos impulsos voy armando materiales, en general escribo narrativa. Algunas veces escribo poemas, pero son las menos.

Hay algo muy interesante en el uso de las texturas sonoras que conforman la obra, las voces de los otros dos intérpretes que te acompañan, por ejemplo, o los fragmentos radiales, ¿estaban pensados desde un primer momento o fueron una decisión de dirección?

Respecto de lo que llamas texturas, es el resultado del cruce con Nacho Bartolone (director) y Franco Calluso (autor de la música), el diálogo fue decantando en las apariciones de esos dos personajes, monjes, satélites. El material original involucraba muchas voces dentro del relato y a la hora de montar todo fue apareciendo por la necesidad de diversificar las voces y no concentrar todo en una sola. Franco trajo la idea de usar casetes y Nacho fue dosificando, siempre a prueba y error, la aparición de las distintas voces e intervenciones.

¿En qué medida ser actor, puede jugar a favor o en contra de la dramaturgia? ¿Te imaginaste, por ejemplo, desde un primer momento actuándola?

No tengo idea en qué medida puede jugar a favor o en contra, a mi me pasó que si bien soy actor y desde hace mucho que deseaba tener un "unipersonal" cuando empezó a aparecer la voz del texto, me enamoré del trabajo de escribir, olvidándome del deseo de actuar. Durante la escritura fue el deseo de escribir el que guió el trabajo.
Pienso que el inconveniente del actor a la hora de generar material, tiene que ver con la ansiedad de actuar, entonces nos encontramos muchas veces empezando a ensayar cosas que no existen, confiando plenamente en una especie de iluminación de lo que improvisamos y eso es muy contraproducente. Creo que lo mejor es segmentar las partes del trabajo. En ese sentido, escribir viene siempre antes de actuar. O sea que en un momento me olvidé de la idea de actuar el texto, solo quería poder escribir un texto que me gustase leer.

¿Estás escribiendo otra obra?

Estoy trabajando sobre un texto que escribí el año pasado. No tengo apuro y no sé si será teatro. Otra vez aparece la narrativa y la necesidad de escribir por sobre la idea de pensarle un destino al material.


funciones |

Sábados, 23hs.
Teatro El Extranjero: Valentín Gómez 3378 
Entrada: $250 (2x1 todo junio)


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Jacinta fue siempre un misterio, pero a la vez, la sola imagen de su presencia —bajo la luz claroscura del umbral— logró despertar intriga entre los transeúntes urbanos, amantes del teatro, entre otros lectores y navegantes de este mundo. Gracias a la buena acogida que tuvo durante su estreno en Setiembre de 2016, la obra del dramaturgo Arístides Vargas vuelve por segunda temporada a los escenarios del CELCIT. Un encuentro exquisito para rescatarnos del olvido.

por Luis Federico Cisneros
(Artesanos del Espacio)


foto: Soledad Ianni

Una gama muy variada de historias se entrelazan en el transcurso de estos 65 minutos. Como piezas inequívocas de un mismo laberinto, transportándonos a otras épocas con atmósferas que giran y cambian de color, de aromas y de voces, pero que mantienen vivo el suspenso por los relatos de una abuela narradora que profundiza en los secretos que aún habitan en su memoria. Desde esos territorios familiares irán emergiendo personajes despojados que se enfrentan al dolor del abandono, a la vida sin sentido cuando no hacemos más que resignarnos a la infelicidad, o a vivir bajo la sombra de las cosas que callamos para siempre.

foto: Soledad Ianni
A través de pasajes reinventados, los viajes imaginarios entre el presente y el pasado suceden constantemente en la imaginación de una anciana que convive con su nieta y los fragmentos sobrevivientes de los años. Son justamente esos recuerdos los que iluminan sus miradas; pasajes surrealistas que dan vida a los relatos, inmersos en asuntos de familias resquebrajadas, relaciones humanas que en algún instante se acabaron —ante la partida y las ausencias— o que inevitablemente se perdieron en el humo de la distancia. La soledad, las injusticias de la vida o de la época, los roles, las jerarquías, los sentimientos reprimidos, las palabras que se fueron porque nadie las nombró, todo se fusiona en el universo de lo narrado.

Las metáforas del fluir con los procesos de la vida, los personajes fronterizos, afantasmados, reaparecen o se reinventan desde la ficción para volver a esos momentos que se escaparon de sus manos, para recorrer los escenarios de los libros usados, las memorias de Lázaro, las fiestas de los hombres militares y todos esos otros pequeños acontecimientos que enriquecen las tramas y revelan las herencias. Una telaraña enlazadora de mundos que se comenzó a tejer desde los reinos internos de la dramaturgia de Arístides Vargas.
foto: Soledad Ianni


Poco a poco las miradas, los bailes, las situaciones de pobreza, los golpes del mal tiempo, las peleas, la desolación y las risas de los corazones exiliados irán fabricando profundas reflexiones en la conciencia de los presentes. Y será ahí, en esos momentos de magia y de silencio, donde la memoria vuelva a cobrar vida para enfrentar las cosas que jamás se hicieron, y nombrar los nombres y los sentimientos, y revivir las voces —o los gestos— de aquellos que alguna vez se amaron en secreto.


FUNCIONES |

Sábados, 20hs. (hasta el 08/07/17)
CELCIT - Moreno 431
Entrada: $ 200 / $ 100
Reservas:  4342-1026


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Una experiencia multisensorial y una muestra de maestría para hacer de una pieza teatral una aventura de escalada, la ascensión como rito de conocimiento, el teatro como fuente de recursos para la imaginación y la materialización del ingenio.  

por Nadia Sol Caramella




Himalaya, la última creación de Juan Fiori, habla de la ascensión a esa montaña, que podría ser la vida, Manaslu o cualquier montaña, lo importante es remitirse al deseo de subir tanto como se pueda y la puesta en duda de ese supuesto, su costado alegórico. Esta obra trata temas difíciles y hondos con humor, pero con la tensión del drama que también subyace en el grotesco. 

Hay un idioma para cada cosa, para cada necesidad, Himalaya encuentra la forma de encausar ese dialogo entre la fantasía, la realidad y la metáfora. El mérito no es solo de la narrativa de la obra, que se destaca por el cambio de escenas, todo pasa muy rápido, sin embargo el espectador sigue el hilo de lo que ocurre, porque del otro lado tensan la cuerda hasta llevarnos a la ascensión de la montaña en los ochenta minutos que dura la experiencia.  

El espacio parece reducido, pequeñísimo, pero a medida que avanza la acción el espacio se abre, se cierra, se transforma, cambia. Uno de los más valiosos hallazgos de esta pieza teatral: una escenografía que sugiere, no condiciona y, sin embargo, hace tangible ese campamento de escaladores y Manaslu, que hasta el final de la obra, imaginamos en el horizonte. Solo le bastan a Federico Dirrheimer y Juan Fiori, un par de lonas grises y ahí están las montañas blancas de hielo, que también son amenaza y tormenta. El futuro interrumpido, por la ansiedad típica de ser humano ante todo.

El conflicto es subterráneo y aunque explote en la cara del espectador se juegan otras cosas más del inconsciente, un formato interesante para explorar en la metáfora de altura la intimidad más honda de quién mira. Una buena apuesta teatral, que logra un cometido titánico: recrear para el público porteño el frío del Himalaya, acompañando esa experiencia de una formidable puesta escenográfica y sonora, la ascensión es la alegoría, el frío glaciar, la realidad. 

funciones
domingos 18hs
Ladran Sancho (Guardia vieja 3811) 
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Sobre las nuevas formas de escenificación de la poesía: Una habitación así de la Compañía La Sombra y El encuentro de Grau Hertt.

Por Juan Manuel Corbera

foto: Guillermo Monteleone


"Ya todo el under ha pasado por esta obra" me dijo Guadi, viajera de mil caminos. Asentí, pues hasta cierto punto no era exagerado afirmar tal cosa. Tres o cuatro personas de distintos sectores de eso que llamamos 'under' y podríamos denominar más formalmente como escena poética local, me habían recomendado esta obra. Todos hemos estado atentos (habiendo asistido o no) al desenvolvimiento que tuvo Una habitación así. Según sus creadoras, Compañía La Sombra, es una breve pieza teatral intervenida con poesía. Más me satisface pensarla como una puesta en escena que plantea introducir el registro poético en el registro teatral: infiltrar airosamente poemas, con sus respectivos autores (dato no menor), dentro de una construcción dramatúrgica. Están ahí, dos actores excelsos trabajando en paralelo a dos de los mejores poetas de esta generación: Rita Gonzalez Hesaynes y Fernando Bogado (ambos editados en la colección EXPANSIVA 2017 de difusión a/terna ediciones). Cada cual haciendo lo que sabe hacer mejor, sin interferir, para bien o para mal, con la construcción del otro.

El encuentro (2016)
El año pasado habíamos visto un cruce que guardaba algunas similitudes: El encuentro, obra dirigida por Grau Hertt, una de las dos cabezas de la editorial Nulú Bonsai. El encuentro constaba de siete poetas que recitaban acompañadas de dos instrumentalistas de música de cámara y unos visuales tras ellas que también contenían segmentos de un cortometraje con una protagonista también mujer. Cada una de las poetas entraba a escena, recitaba mientras el cello y el piano le hacían coro, y luego procedían a irse para que la siguiente pasara. Se hacía en un teatro, no en un bar, como suelen ser la mayoría de las lecturas de poesía. Pero, a diferencia de Una habitación así, Hertt solo hizo dos funciones (aunque hay rumores de que habrá, y ojalá sea así, una tercera este año), de las cuales la segunda fue en un espacio menos propicio al silencio y la atención y algo más propenso a la circulación de gente, el "Living Público", gran ciclo itinerante que llevan a cabo hace años desde Nulú Bonsai.


Una habitación así (2017)
Rita Gonzalez Hesaynes aparece en ambas, y aunque en Una habitación así la elección musical haya sido el jazz y en el fondo en vez de visuales había una escenografía de corte más tradicional, las dos obras nos muestran un prometedor avance del circuito poético hacía el lenguaje del teatro. Y no solo por los poetas en escena, sino por ser dos ejemplos de una búsqueda que si bien nos puede remitir a las teatralizaciones poéticas de los 80's y 90's que se congregaban entorno al Centro Parakultural en definitiva renueva la apuesta para todo aquel que organice eventos que incluyan o giren alrededor de la poesía. Cada cual explota los recursos de la teatralidad en mayor o menor medida, pero el hecho de que, como me señalaba Guadi, todo el under haya pasado por esta obra, nos marca un hito que tanto creadores como espectadores estaremos obligados a tener en cuenta al volver, una vez más, a las lecturas de poesía de siempre.


funciones |

Viernes 14 y 21 de abril, 21hs.
Espacio Sísmico: Lavalleja 960
Entrada: $110/$130 
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Una señora entrada en años, la muerte con cara de asno y una niña pálida que se comunica a través de su piano, son los tres entrañables personajes que pueblan el paisaje poético de Constanza muere, la nueva obra de Ariel Farace.

Por Yamila Transtenvot


En el galpón que es el espacio de El Portón de Sanchez, los jueves a la noche se llena de magia. Empezar así una reseña es una apuesta fuerte pero la verdad es que sucede. Y las razones, después de reflexionar mucho, son estrictamente teatrales.

Constanza vive sola y espera su muerte. La anhela, le teme, la ensaya, le dedica poemas, dialoga con ella. La Muerte encarnada con su típica túnica negra, capucha, guadaña y en esta ocasión, una máscara de burro, le juega bromas, se burla de ella, toma el té con masitas mientras pide con señas que se le lea a los poetastros. Constanza y La Muerte tienen una relación desde hace años, se conocen desde siempre. Con todo, el tema principal de esta obra es la vida, que a través de las más triviales actividades caseras, se revela con la potencia luminosa y efímera que solo reconocen quienes se animan a contemplar su propia mortalidad. Constanza, en algún momento de su vida cambió su fe religiosa por una fe en la ficción. Por eso a la hora de su muerte no reza, imagina. Caminan como en paralelo, personaje y ficción, al filo del vacío.

Entonces, aparece en principio, una posible conclusión: El éxito de Constanza muere se debe a que la apuesta escénica supo como aprovechar los recursos propios de la ficción: belleza, vuelo poético, artificio, riesgo y verdad.

La actuación de Analía Couceyro como una señora mayor es impactante. Es que esta actriz está muy lejos de verse como una persona mayor. Y en vez de utilizar maquillaje, máscara o algún tipo de efecto, la actriz optó por montarse en el artificio actoral demostrando que los actores se disfrazan mejor cuando se entregan por completo al juego de la ficción. Con solo una peluca blanca y pantalones tiro alto, no hay un segundo en que el espectador deje de ver una señora de ocho décadas o más. El nivel de sofisticación del juego que Couceyro despliega está muy cerca de la maestría.

 El riesgo asumido proyecta a la obra a otra escala, muy parecido a lo que pasaba en Luisa se estrella contra su casa, obra anterior del mismo autor y director, que tenía a una mujer como protagonista también pero en aquella ocasión, el tema principal era el duelo. Luisa y Constanza confían en su imaginación más que en cualquier otra cosa, como generadora de realidades y fruto inigualable de la existencia humana. Las ficciones que ambos personajes se construyen no son formas de distracción sino sofisticados aparatos deconstructivos (como la escenografía de Luisa.. ., una casa desmontable hecha de cajas de productos de supermercado) regidos por un principio: la realidad miente. Pero en vez de desconfiar de ella, de volverse desconfiados, estos personajes deconstruyen sus realidades para hacer explotar algo verdadero.

Los diálogos están cargados de una sensibilidad bella y poco pretenciosa. Nuevamente la poesía aparece como la clave de todas las artes. Tomar el té o regar una planta son instancias poéticas, en parte gracias al acompañamiento preciso de los elementos invisibles de la escena: luz, sónido y movimiento. Invisibles solo cuando triunfan, cuando el espectador no los ve por separado sino como parte del todo. La música en escena, de la mano de Florencia Sgandurra que ejecuta el piano, le agrega una cuota de belleza que se agradece desde la platea.

Constanza muere es un momento de juego en serio y de goce inigualable. Quedan pocas funciones antes de cerrar la temporada y las funciones tienden a llenarse, así que se aconseja reservar con anticipación.

FUNCIONES |
Jueves 21.15hs
Función especial Domingo 4/12 17hs
El Portón de Sanchez
Entrada $180/ est y jub. $120
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En Criadora 14, Lauro llega a la criadora debajo de la tierra sin saber lo que le espera. Lo recibe Jaime, hombre tosco y maquinal, quien lo supervisará en las tareas destinadas a ambos por una Federación desconocida.


Por Yamila Transtenvot

 

La escenografía compone un ambiente de claustro y oscuro, lleno de aparatos que podrían pertenecer tanto a un futuro distópico como a un presente de alcantarilla fuera de la vista pública, juega a favor del imaginario que la obra quiere invocar.

Con un texto delicado y lleno de matices, Lauro (Cali Mallo) y Jaime (Gustavo Valy) van desarrollando su relación laboral y personal mientras trabajan sin saber para qué. Y en el camino develan sus verdaderas naturalezas detrás de las apariencias.

Cuando el género de ciencia ficción aparece en la escena teatral produce un pequeño sismo en la percepción realista del espectador acostumbrado al teatro de alcoba. Si bien es imposible esquivar el esquema de tensiones que el drama necesita, el imaginario científico devuelve a la matriz teatral su raíz artificiosa. Paradójicamente, como cuando uno se aleja de un cuadro para verlo bien, el artificio teatral (en su mejor uso) permite acercar la metafísica de las relaciones personales y sociales, sus contorsiones y sus límites. Es este sentido, Bernardo Morico (director y dramaturgo) sabe aprovechar el encierro de sus dos personajes masculinos para hablar más allá del relato y contar las mutaciones que pueden sufrir las personas al encontrarse sin salida.


Criadora 14 se presenta los días viernes a las 21hs, en Oeste Usina Cultural (Del Barco Centenera 143 “a”).
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 LA WAGNER, una explosión escénica de Pablo Rotemberg que elige lo crudo antes que lo cocido. Los cuerpos de cuatro bailarinas se entregan desnudos a las mutilaciones de los sentidos y el resultado no deja mudo a nadie.

Por Yamila Transtenvot



En cámara lenta empieza esta obra. Cuatro bailarinas caminan por una pasarela como una presentación en stop motion de un desfile de modas. Un desfile sin prendas, solo la carne. A través de la música de Richard Warner, Phill Niblock, Gianfranco Plenizio y Armando Trovajoli se va componiendo esta suerte de opera postmoderna dividida en segmentos cuyos títulos son anunciados por un micrófono en escena; títulos como Tristan e Isolda, La voz del Amor o La violación de Carla Rímola.

Ahora, ¿Cuanto tiempo puede pasar una obra con bailarinas desnudas sin aludir al sexo? Poco y nada. Y el sexo en escena, en cualquier escena, implica asumir riesgos de todo tipo. Es entrar en un espacio tabú que, si bien en los tiempos contemporáneos afloja un poco su circulación, sigue participando del espacio de lo privado y de lo misterioso. Los artistas de esta puesta no le esquivan a la bala y van directo al grano, por eso para escribir una reseña sobre ella necesitamos hacer lo mismo.

Estos cuerpos, que son objetos en relación con la acción, despliegan la fuerza siempre latente de la violencia, de la potencia total del cuerpo. Aquella fuerza ilimitada que despierta un ataque de locura. Es también la violencia del sexo, aludiendo a la hipótesis lacaniana en la perspectiva de la sexualidad femenina: el sexo es en sí un acto violento. No hay sexo con amor (eso nos aclara el segmento “la voz del amor”). Hay ritmos e intensidades.
  
Pero no se trata de una tesis del desencanto ni una vuelta al estado animal. La artista visual nipona-alemana Hito Steyerl piensa sobre la idea de emancipación que estuvo siempre ligada a la idea de convertirse en sujeto. Devenir sujeto conllevaba la promesa de autonomía y soberanía de la acción. Pero con el tiempo, las restricciones sociales que limitan al sujeto y la sujeción a las relaciones de poder empezaron a plantar sospechas sobre la soberanía de su deseo. ¿Y si nos revistieramos de objeto? ¿Si fueramos una cosa entre otras cosas? “Las cosas condensan poder y violencia. Las cosas acumulan fuerzas productivas y deseo tanto como destrucción y deterioro” .

El deseo no puede ser juzgado. En ese sentido la puesta de Rotemberg no trata de alcanzar una propuesta donde el deseo fluya ilimitadamente, sino como señala Hito donde se ponga al descubierto las marcas que deja el impacto de la historia sobre nuestros deseos y nuestros cuerpos.

LA WARNER es un un espectáculo impactante, ensordecedor por momentos, iluminador por otros. Con un ritmo preciso su director nos introduce en un viaje de sensaciones. Es un viaje inteligente pero no intelectual. Es una experiencia del palo de lo imperdible.

| FUNCIONES |

Sábados 21hs
Espacio Callejón 3759
Entrada $180/$150