Una
señora entrada en años, la muerte con cara de asno y una niña pálida que se
comunica a través de su piano, son los tres entrañables personajes que pueblan
el paisaje poético de Constanza muere, la nueva obra de Ariel Farace.
Por Yamila Transtenvot
En
el galpón que es el espacio de El Portón de Sanchez, los jueves a la noche se
llena de magia. Empezar así una reseña es una apuesta fuerte pero la verdad es
que sucede. Y las razones, después de reflexionar mucho, son estrictamente
teatrales.
Constanza
vive sola y espera su muerte. La anhela, le teme, la ensaya, le dedica poemas,
dialoga con ella. La Muerte encarnada con su típica túnica negra, capucha,
guadaña y en esta ocasión, una máscara de burro, le juega bromas, se burla de
ella, toma el té con masitas mientras pide con señas que se le lea a los poetastros. Constanza y La Muerte tienen una
relación desde hace años, se conocen desde siempre. Con todo, el tema principal
de esta obra es la vida, que a través de las más triviales actividades caseras,
se revela con la potencia luminosa y efímera que solo reconocen quienes se
animan a contemplar su propia mortalidad. Constanza, en algún momento de su
vida cambió su fe religiosa por una fe en la ficción. Por eso a la hora de su
muerte no reza, imagina. Caminan como en paralelo, personaje y ficción, al filo
del vacío.
Entonces,
aparece en principio, una posible conclusión: El éxito de Constanza
muere se debe a que la apuesta escénica supo como aprovechar los
recursos propios de la ficción: belleza, vuelo poético, artificio, riesgo y
verdad.
La
actuación de Analía Couceyro como una señora mayor es impactante. Es que esta actriz
está muy lejos de verse como una persona mayor. Y en vez de utilizar
maquillaje, máscara o algún tipo de efecto, la actriz optó por montarse en el
artificio actoral demostrando que los actores se disfrazan mejor cuando se
entregan por completo al juego de la ficción. Con solo una peluca blanca y
pantalones tiro alto, no hay un segundo en que el espectador deje de ver una
señora de ocho décadas o más. El nivel de sofisticación del juego que Couceyro
despliega está muy cerca de la maestría.
El riesgo asumido proyecta a la obra a otra
escala, muy parecido a lo que pasaba en Luisa se
estrella contra su casa, obra anterior del mismo autor y director,
que tenía a una mujer como protagonista también pero en aquella ocasión, el
tema principal era el duelo. Luisa y Constanza confían en su imaginación más
que en cualquier otra cosa, como generadora de realidades y fruto inigualable
de la existencia humana. Las ficciones que ambos personajes se construyen no
son formas de distracción sino sofisticados aparatos deconstructivos (como la
escenografía de Luisa.. ., una casa
desmontable hecha de cajas de productos de supermercado) regidos por un principio:
la realidad miente. Pero en vez de desconfiar de ella, de volverse
desconfiados, estos personajes deconstruyen sus realidades para hacer explotar
algo verdadero.
Los
diálogos están cargados de una sensibilidad bella y poco pretenciosa.
Nuevamente la poesía aparece como la clave de todas las artes. Tomar el té o
regar una planta son instancias poéticas, en parte gracias al acompañamiento
preciso de los elementos invisibles de la escena: luz, sónido y movimiento.
Invisibles solo cuando triunfan, cuando el espectador no los ve por separado
sino como parte del todo. La música en escena, de la mano de Florencia Sgandurra que ejecuta el piano, le agrega una cuota de belleza que se
agradece desde la platea.
Constanza muere es un momento de juego en serio y de goce inigualable. Quedan pocas
funciones antes de cerrar la temporada y las funciones tienden a llenarse, así
que se aconseja reservar con anticipación.
FUNCIONES |
Jueves 21.15hs
Función especial Domingo 4/12 17hs
El Portón de Sanchez
Entrada
$180/ est y jub. $120
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