Entrevista a la música Carmen Baliero sobre poesía, palabra y literatura en su nuevo disco Lentamente, lanzado durante este año; un acercamiento que amarra la pasión y la precisión para generar paisajes sonoros únicos.
por Sofi Álvarez
Carmen Baliero no usa las palabras; las busca, las escucha, las investiga, se sumerge: flecha de pensamiento que sabe dar en algún blanco, nunca premeditado. Ella es una artista argentina de formación académica, pero se dedica a hacer música popular, experimental, para teatro y para cine. En su vasta trayectoria musical se destacan la interpretación musical de las Centésimas del alma de Violeta Parra (2015), y los discos Te mataría (2007) y Lentamente (2021), estos últimos en formato trío con Carlos Vega (contrabajo) y Wenchi Lazo (guitarra eléctrica). En esta ocasión, Carmen conversa con EI acerca de su búsqueda creativa, su relación con la palabra y con la voz a la hora de componer, y sus deseos e inquietudes alrededor de la escena artística actual.
Se suele pensar en la canción como si fuera el resultado de la unión entre la letra, por un lado, y la música, por otro. ¿Cómo te posicionás vos a la hora de componer frente a la relación letra-música?
Yo no tomo a la canción como dos elementos que se juntan, sino como una sola cosa indivisible. La letra de la canción está absolutamente relacionada con las secuencias melódicas, los intervalos, los silencios que se producen. Creo que las frases tienen direccionalidades: hay oraciones que son paisajísticas, otras que son acciones, otras que son sensoriales. Me parece que las frases, tanto en la canción como en la poesía, tienen un tiempo de percepción. Hay palabras que accionan, y otras que detienen. “Te mataría” lo digo todo junto en la canción, musicalmente no lo corto. Me parece que ahí la frase tiene una direccionalidad de acción, es como si dijera: esa frase es una sola palabra, un solo significado.
Otra cosa que queda muy clara en mi forma de trabajar es que es muy raro que haya una mala acentuación de la palabra. Nunca sacrificó el carácter de la acentuación de una palabra por una línea melódica. Cuando está bien enclavada la letra en la música y viceversa, algo no hace ruido, y todo se escucha.
¿Y cómo te acercaste musicalmente al texto Centésimas del alma, de Violeta Parra?
Es el único caso en el que musicalicé un texto ajeno. Me acuerdo que fui a un kiosco, saqué fotocopia de todas las hojas del texto y las pegué en la pared. Empecé a marcar zonas, no tenía ni idea para qué. Y pensé “ya están hechas las Centésimas, no tiene sentido que yo las musicalice”, pero tenían una rítmica que me interesaba. Pensé en cómo podía hacer para musicalizarlas sin molestarlas, para generar una situación eterna, cíclica, infinita. La concepción del tiempo en la lectura no es la misma que la concepción del tiempo en la escucha, así como no es la misma la concepción del tiempo en la mirada. Yo pensaba en ralentizar y manipular un poco ese devenir de la palabra, en que la palabra pudiera generar otro concepto de tiempo, en la propia obra de Violeta.
En la lectura unx puede cerrar el libro, decir “hoy leo hasta acá”. En el caso de la obra escénica se está a la expectativa, nunca se sabe cuándo va a terminar.
Claro, y no se puede “cerrar el libro”, no se puede cerrar el oído. Yo había hecho una canción, “Gota”, que es una gota que va por la espalda. La canción dura treinta segundos, porque es lo que tarda la gota en caer. Y pensaba: es la canción más breve del mundo, esa. Entonces me preguntaba cómo sería una canción de treinta y cinco minutos, porque es lo que dura Centésimas del alma (que ya no es una canción, es más un concepto, para mí). Además, es imposible para el mercado, no la pueden poner en la radio porque es demasiado larga, es incómoda. Y exige un esfuerzo físico muy grande. Lo grabamos de un tirón –como dice Violeta que lo escribió–, de memoria.
Hay algunas composiciones en Lentamente, tu nuevo disco, que juegan con la incompletud, abren más de lo que cierran.
Es un poco un concepto de lo oriental. Hay una lógica en la que el tiempo es otro, en la que las cosas existen en la medida en que les prestás atención. Creo que la canción cerrada es la necesidad de escuchar una forma; en Occidente hay una necesidad muy fuerte de la forma cerrada. Ese cerramiento en algún punto me agota, y me interesaba más el devenir. Este disco es como marino, o acuático. Navega, es lento, son como barcos que pasan: uno es largo, otro es corto, pero los ves pasar.
¿Cómo te acercas desde la voz o desde el canto a las palabras a la hora de interpretar?
A mí me da mucho pudor el tema de la voz. Tengo la sensación de que me gusta cuando la voz no sobresale. Intento, de alguna manera, desaparecer. Si yo pudiera meterme detrás de un biombo y cantar desde ahí con los ojos cerrados, preferiría. En el caso de la interpretación de canciones yo no necesito un pacto ficcional, no necesito generar un personaje. Intento hacer poco, que nada moleste, pero eso no quiere decir que no haya una interpretación.
¿Qué te interesa y qué te preocupa de la escena artística actual?
Una cosa que me gusta es el tratamiento del idioma que tienen el freestyle y el rap. En la acentuación natural y en el encadenamiento natural de las palabras se encuentra un discurso poético. Y está el placer por el decir, y no tanto por la melodía. Están utilizando musicalmente lo coloquial, entonces eso me encanta.
Lo que no me gusta es la vocación desesperante de estar presente sin estar, de querer compartir toda tu vida privada en las redes, en un lugar que a mí me angustia. Me preocupa esa necesidad de exponerse sin que haya comunicación real, profunda.
¿Qué te gustaría transmitir para nuevas generaciones que están adentrándose en el universo de la creación artística?
Una de mis pasiones es la docencia. Trato de trasmitir la diferencia entre seguir una técnica e inventar una técnica. Me preocupa el entrenamiento para el acatamiento. Una de las cosas importantes es no ceñirse a las técnicas preexistentes para desear, sino generar la técnica del deseo. La técnica anterior al deseo me resulta autoritaria, en cambio la técnica posterior al deseo es liberadora (eso que pensé, ahora lo puedo hacer y me imagino cómo). Hay un ligero disciplinamiento de la imaginación que es muy trágico para mí. Si no experimentas, ¿qué haces? Acatás. En ese sentido, me interesa transmitir el placer de la libertad creativa, por producir, inventar, y no dejarse influenciar por la moda.
Se trata también de encontrar algo nuevo, ¿no?
Es que cuando vos encontrás algo nuevo, te encontrás. Decidir conocer algo que no conocés es una decisión personal. No es lo mismo reconocer que descubrir. Ahí está el signo de libertad que digo, la libertad real. En el arte tenés la posibilidad de elegir quién sos.
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