Impreso  en algún lugar de  la costa del Océano pacífico Sur, “Coca, keta y marihuana” actualiza y redescubre el espacio de la marginalidad social y literaria.  

Por Leandro Rossi


“Queremos yerba”  es la frase que da inicio al relato. Los personajes de esta novela parecen ser adolecentes precoces que transitan la ilustre ciudad de Lima, atravesados por sus adicciones. No hay referencias de lugares tampoco unidades de tiempo, las acciones de los de estos jóvenes nos hacen pensar en un desfasaje constante entre tiempo y espacio.  La experimentación con coca, keta y marihuana, oscurece todo tipo de referencia. Las drogas forman parte de la estética narrativa, termina siendo una forma de contar. Las adicciones, en apariencia, son el motor que hacen funcionar al texto.

Drogadictos, homosexuales, incestuosos son algunos de los adjetivos que mejor describen a estos jóvenes.  Gabriel y Gustavo vagan por las calles limeñas fumando, inhalando dispuestos a despertar a mundo de percepciones que los alejen de su realidad cotidiana.  Ese punto, es el que sitúa a la novela en la marginalidad social; personajes que no encuentran inclusión y están desclasados, vagando, robando para conseguir más drogas. A la dupla de Gabriel y Gustavo se les suma Paty, y entre ellos se genera un vínculo amoroso, un nuevo conflicto: Paty y Gustavo son primos.

La novela engendra conceptos como: marginalidad literaria, marginalidad social, literatura marginal. La lectura de la novela nos atrae a esas definiciones con necesidad de debatirlas, encontrando en la actualidad todas esas aristas de una juventud decadente, gracias a un sistema que siempre los deja afuera. Ahí aparece la literatura para condensar esas experiencias y actualizarlas, para que no mueran en el más absoluto anonimato, ese que nace de la naturalización y normalización de las cosas. Es decir, cuando marginalidad se vuelve algo irreparable, definitivo y obvio.

Como un tejedor minucioso,  Guto Petrovich va cosiendo los retazos que mantienen la autonomía de cada apartado o cada capítulo.  Como si fueran mini-cuentos dentro de la novela, que conectan la experiencia de cada personaje al contexto que comparten. Así, cerrando con un final  que podría ser predecible pero fatalmente inevitable, el suicidio surge como el único destino y redención de los que el sistema va dejando afuera.  


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1 comentarios:

Fernando Christian Rodriguez Besel dijo...

Cualquiera que sepa que le gusta la droga esta dentro de una inclusividad. No hay NADA mejor para un drogadicto incestuoso que saber que hace lo que le gusta, inyectarse merca en el culo y cojerse a la hermana. Como decia Lennon "whatever gets you thru the night". No veo la marginalidad.

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