Viejo, solo y puto, una propuesta teatral que articula lo marginal desde
el cuerpo. La expresividad alcanza su mayor potencialidad en las miradas, en
los gestos, para darle espacio a una maquinaria de intensidades, donde lo
femenino y lo masculino serán etiquetas vacías, resignificadas por nuevas identidades.
Por Nadia Sol Caramella
Murmullos en el fondo de la escena, adelante: estanterías con medicamentos invaden el espacio, apenas
se delinean unos pasillitos entre las cajas y los estantes. Intuimos que
algunas cosas se nos escaparan a la vista. Un hombre toma un trago de cerveza
mientras espera. El paisaje es decadente, anclado en un tiempo anterior. El esplendor
del pasado asoma como una ironía en el presente.
El bullicio crece,
como crece la ansiedad por saber que vendrá. Estamos ante una obra inquieta, poco
a poco los personajes van apareciendo en escena y vamos comprendido qué vínculos los unen. Se trata de dos travestís, Sandra y Juliana, un agente de
propaganda médica y dos farmacéuticos que heredaron la farmacia de su padre. El
hermano menor acaba de recibirse de bioquímico; su hermano y su amigo, junto
con las chicas lo esperan para brindar antes de salir al Mágico, un boliche de
la zona.
La narrativa de la obra se va
creando por yuxtaposición de comentarios.
Los retazos van construyendo el todo. Cada cruce de miradas propone un encuentro y una nueva situación. El
cuerpo sirve de lazo entre los personajes. Las relaciones son asimétricas, de poder,
de saber. Dos mundos vinculándose en una sola noche. Por un lado, el saber de
la calle, el de las travestís, por otro, el saber de la experiencia del hermano
mayor y el agente de propaganda médica y, por ultimo, el conocimiento más
metódico y rígido: lo académico representado por el bioquímico. Esta mezcla es
posible gracias a los vínculos que se generan en torno a la inyección de
hormonas femeninas, que las travestís suelen aplicarse para encontrarse con un
nuevo cuerpo que las identifique, al parecer es un funcionamiento cotidiano en
el mundo travestí.
El director, Sergio Boris, ha creado
una propuesta novedosa porque logra generar una historia sin historia, una
especie de suceso, que va adoptando su propia narrativa en la mente del
espectador. La obra es una yuxtaposición de materiales heterogéneos, miradas,
cuerpos fragmentarios, objetos que van ocultando situaciones al público, que
luego deberán reponer o intuir. El cuerpo es el espacio donde van a parar todos
las premisas de esta pieza, la
significaciones y el argumento se expondrá desde lo físico, cada cuerpo, cada
rose, cada beso, cada postura, nos contará más que las palabras, que quedaran
relegadas a un segundo plano. Estos cruces determinan el ritmo de la obra. Los
cuerpos ejercen su propia expresión y efectos sobre la puesta. En este sentido
se destaca un momento intenso en el que Juliana, la travestí más vieja, sale a escena
sin peluca, con el pelo mojado, el maquillaje encendiéndole la mirada, la
ropa apretada conteniendo su figura. Al parecer está herida. Se supone que algo
de eso debería ser grotesco, sórdido tal vez, en este momento cierta parte del
público se ríe. Pero, lo que pone funcionar este personaje no es una oscuridad
decadente o ridícula, todo lo contrario. Cuanto más desnuda y expuesta está, realza
su belleza, la pone adelante, más delante que el cuerpo. Es la única que logra
salirse de esa métrica propuesta por la obra, ella está siendo otra cosa,
devela su fortaleza. Es el mejor personaje, por que está anclada en ese
submundo de una manera lastimosa, quizá aun más que su compañera y sin embargo,
puede sobrepasarlo. No hay en Juliana vestigios de lo grotesco. Su esencia
bifurca miles de interpretaciones, la que provoca risa, sería la más fácil y
tonta.
El paisaje sonoro es tan intenso
como las acciones y las miradas. El bullicio, los gritos, los golpes, la cumbia
villera son efecto del caos y la violencia exterior que ancla al espectador en
ese mundo hostil, que se reinventa en la distancia que ejerce la obra sobre lo
contado. No hay valoraciones. El espectador terminará por forjar el sentido de
la obra. El juego queda planteado y el Mágico bailable se impone como promesa
de una felicidad clandestina, a la que todos quisiéramos alcanzar, pero esta puesta
tiene su propia épica y giros. Bastará con relajarnos en ese devenir, viejo,
sólo y puto.
[Ficha técnica artistica]
Actúan: Patricio
Aramburu, Marcelo Ferrari, Darío Guersenzvaig, Federico Liss, David Rubinstein
Escenografía:
Gabriela A. Fernández
Iluminación:
Matías Sendón
Diseño sonoro:
Fernando Tur
Asistencia de
dirección: Jorge Eiro
Asistencia
artística: Adrián Silver
Producción:
Jorge Eiro, David Rubinstein
Dirección:
Sergio Boris
[Funciones]
Sábados 22hs
Espacio Callejón: Humahuaca 3759
Informes: 4862-1167 /
http://espaciocallejon.blogspot.com/
Entrada: $60 y $45
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