¡Llegó la música! Alberto Ajaka y el Colectivo Escalada nos invitan a los ensayos desesperados de una pequeña orquesta municipal que sueña con salvarse de la barbarie Argentina.

Por Cristian Franco



Sudamérica. Argentina. Un teatrucho municipal en refacciones. Una orquesta de cámara y una pieza de Shostakóvich. Un solista exitoso y un director desquiciado. Vecinos con la cumbia a todo lo que da y un único objetivo, una última esperanza: viajar a Europa: el origen, la cuna, la fama, los euros. Inmune a los reclamos gremiales o las paredes que se caen a pedazos, en su cielo platónico la música es un dios impotente y tirano; en la tierra, los músicos de carne y hueso que la hacen posible tienen que enfrentarse a su realidad de sudacas alejados miles de años luz de los esplendores europeos. Poniendo este microcosmos en funcionamiento, Alberto Ajaka y el Colectivo Escalada construyen un zoológico frenético donde se concentran y crujen y suenan todas las contradicciones, todos los deseos, todas las voces, todas las hermosas melodías de la carne.

      Como si se tratara de una alegoría psicótica (muy lejos de la fábula aleccionadora o el cuadro costumbrista), ¡Llegó la música! es una máquina que proyecta la imagen cruda de esta sociedad nuestra que supimos conseguir. Haciendo un uso muy cuidado de ciertos estereotipos —el cheto, la sindicalista, el nene de mamá, la revolucionaria, la cuarentona, el reaccionario— nos muestra cómo los cuerpos ponen en acto los discursos sociales con todas sus fisuras y asperezas. Cada ensayo al que asistimos es un estofado picante que nos recuerda que detrás de lo más sublime hay, apenas, una mezcolanza de pobres seres humanos: sus pasiones, sus mezquindades. Debajo de esa combinación precisa de ejecutantes subordinados a las necesidades de la pieza musical, tiembla esa cosa amorfa y maloliente y maravillosa que podríamos llamar “triste argentinidad de clase media”. Porque si la música —fuera del tiempo, a salvo del dolor— es la pura forma, atrás de su inmaterialidad perfecta no hay más que sangre, sudor, billetes y lágrimas.

       Oscilando entre sus deseos individuales y la pertenencia al grupo, hundidos en la barbarie argentina y soñando con la civilización europea, cada uno de los personajes tiene en la estructura de la obra una importancia idéntica. En ¡Llegó la música! no hay un centro, no hay un protagonista, hay solamente un objetivo y la necesidad de lograrlo a cualquier costo. Por eso los músicos de esta pequeña orquesta, patéticos y heroicos, se comportan como si fueran los órganos de un animal esquizoide. Un animal que se desarma y rearma como si sólo existiera cuando la música lo convoca y le da sentido. Un animal que necesita de la energía de cada uno de los personajes para existir, pero no suprime sus individualidades sino que las muta, las exacerba, las subleva.

Vulgar, sutil, ácido, irónico, chabacano, disparatado: la obra usa con una efectividad impecable todos los registros posibles del humor. Así, con un humor ensañado, hurga en las hipocresías, las contradicciones, los fracasos y las ilusiones de estos músicos condenados a luchar con las miserias cotidianas de su existencia periférica en un país periférico. Como invitados a las entrañas calientes de una pequeña orquesta municipal, asistimos a unos ensayos donde la única música que existe es la del puro gesto: cuerpos en trance ejecutando con  furia instrumentos invisibles, una melodía hecha sólo de respiraciones agitadas y el ruido del papel de las partituras. Ensayos donde en realidad lo que más importa es otra música, no la que se toca sino la que está hecha por las voces y los cuerpos que se entrecruzan en un menjunje finamente orquestado, una mescolanza donde los actores alimentan con cada movimiento esa sinfonía que los acerca poco a poco a la enajenación. O sea a la demencia. O sea a la libertad. O sea lo último que les queda.

Elite mínima y minimizada asediada por masas cumbieras; artistas exquisitos laburando en condiciones precarizadas; músicos de la alta cultura sentenciados al menosprecio, al hundimiento, a la locura; con las tensiones que resquebrajan esa pequeña y bárbara sucursal latinoamericana de la civilización europea, llevándolas al límite hasta alcanzar esa forma pura de la utopía que es el delirio extremo, ¡Llegó la música! se construye como un símbolo —ambiguo, deforme, virulento— de ese sangriento campo de batalla que es cualquier cultura cuando se la mira de cerca.

[funciones]
Sábados - 22:30hs 

La Carpintería - Jean Jaures 858
Entrada: $ 90 (estudiantes y jubilados $ 70)
Reservas a través de Alternativa Teatral

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