Nunca antes el silencio tuvo tanta potencia creativa, frente a los silenciamientos que históricamente se les impuso a las mujeres y disidencias, la escritura y la creatividad devienen territorio de visibilización y acción política. 

por Nadia Sol Caramella



La creatividad no es un proceso neutral. Por el contrario, en sus mecanismos se inscriben las opresiones de la masculinidad cis hegemónica. Escribir supone para las mujeres y disidencias entender todos los silenciamientos a los que se enfrentaron nuestrxs antecesorxs. La hoja en blanco es para nosotrxs una instancia de silenciamiento o una posibilidad de insurrección frente al silencio impuesto. Como dijo la poeta Audre Lorde, para nosotrxs “la poesía no es un lujo”. Escribir es un acto performático, es una acción en el mundo. El paso del lenguaje a la acción está dado por el gesto de la irrupción e interrupción en la hoja en blanco, en el silencio. La materialidad del lenguaje es su potencia de transformación y creación. 

Como sostiene Audre, escribir es una técnica de conocimiento y de autorevelación, no esperaban que sobreviviéramos a pesar del silencio. La herencia del lenguaje es la primera cárcel que debemos sortear. Frente al lenguaje binario que restringe nuestras identidades, escribir y crear bajo otras lógicas colectivas, íntimas, eróticas, políticas, es un acto supervivencia para que otras existencias e identidades sean posibles y vivibles. En el lenguaje se manifiesta el poder, y es a través del lenguaje que se lo puede subvertir, generando nuevas prácticas y visibilidades. Escribir requiere de nuestra crítica hacia ese material con el que trabajamos, como sabemos el lenguaje tiene una carga semántica social y cultural, pero aun así lo necesitamos para tejer redes de resistencia y acción.

Para que exista una creatividad disidente tuvimos que sobreponernos a los intentos de colonización de nuestras temáticas, formas, devenires y conceptos. Han intentado ingresar nuestra creatividad a las lógicas históricas masculizantes cis de la literatura hegemónica. Sin embargo, fuimos encontrándonos para generar nuevas prácticas de reconocimiento a través de la lectura de aquellas voces silenciadas por el mercado patriarcal editorial y académico. Necesitamos leernos, reconocernos, encontrarnos, difundirnos y confundirnos con las escrituras de otrxs que como nosotrxs fueron sentenciadas al olvido en las bateas de la literatura con mayúscula, la que fue y es escrita por hombres cis, blancos, heterosexuales, clase media, occidentales. 

Las literaturas “menores” resisten en los bordes de la extranjería impuesta, y esa literatura es la que nos convoca, esa que no ha sido colonizada: nuestro linaje, nuestra historicidad literaria. Es así como la escritura deviene territorio. Cuerpo de resistencia. Y la práctica de escritura supone una nueva cartografía, nuevas alternativas de apropiación de nuestros territorios. Así como también una creatividad que pueda salirse de los géneros, temáticas y formas patriarcales. Apropiarnos del lenguaje requiere de nuestra conciencia y lucidez para reconocer sus trampas y sus ficciones, para deslizarnos en ellas y salir victoriosxs. Las subjetividades disidentes entran en la escritura como sujetos políticos, siempre que estén conscientes del poder de las palabras. Y a esta altura creo que lo estamos, porque muchas veces padecemos la asimetría que el poder y el lenguaje ejercen sobre aquellas personas que no entramos en el androciscentrismo

A pesar de lo escrito hasta este punto es importante reparar en un detalle para nada menor: la literatura disidente es un cuerpo en movimiento, en lucha. Y dado que tiende a devenir es inútil intentar clasificarla, porque continuamente se escapa de las normas que se le imponen. Aun así es posible señalar puntos de encuentros que pueden acercarnos a una conceptualización provisoria de la literatura disidente y su creatividad. Alguna vez Virginia Woolf señaló: “Como mujer ni tengo país. Como mujer no quiero país. Como mujer mi país es el mundo entero”. Pero tiempo después la poeta y teórica lesbiana Adrienne Rich repensó esta cuestión sañalando la necesidad de una “política de la posición” que no dejara de lado las diferencias de identidad de género, raza, origen, clase social o religión. “Preciso entender la manera en que un lugar en el mapa es también un lugar en la historia dentro del cual como mujer, judía, lesbiana, feminista, he sido creada e intento crear”. Estas palabras de Rich nos permiten pensar en la literatura escrita por mujeres y disidencias como literatura situada atravesada por las múltiples opresiones transversales que vivencia cada subjetividad no androcéntrica.

¿A quién le habla la literatura escrita por mujeres y disidencias? A la vez que se escribe para sí, para su propio linaje, escribe para una comunidad que se conforma a través de un lenguaje en común,  porque para que exista una comunidad es necesario una historicidad y una literatura propia. La literatura escrita por mujeres y disidencias surge como espacio de visibilización y de contrucción de una identidad colectiva, pues al mismo tiempo que se nombra a sí misma, nombra a una comunidad. Pero, como diría Monique Wittig en su ensayo “El punto de vista: ¿Particular o universal?”, es necesario que nuestras obras no sean tomadas por particulares, como literaturas de gueto, sino que puedan ser leídas como parte de la literatura universal, dado que mientras la literatura universal con mayúscula sea la literatura masculina cis y no otra, nuestra literatura estará signada por su catalogación: literatura feminista, literatura lgbti, literatura femenina, etc ., como si tratara de subgéneros, mientras que la literatura escrita por varones cis no lleva ninguna marca, porque lo universal es lisa y llanamente el universal masculino cis y lo particular es todo aquello que no entra en su lógica.


Para comprender la creatividad y escritura no patriarcal es de vital importancia repensar nuestro lugar en el lenguaje porque en definitiva es el lenguaje, en tanto sistema discursivo y normativo, el que nos produce como sujetos; pero esto no significa que estemos determinadxs por su normatividad, por el contrario, al nombrarnos podemos desplazar sus categorías, corromperlas y subvertirlas. Este es uno de los grandes aportes del pensamiento de Judith Butler, entender al sujeto como una construcción en el lenguaje y que eso no signifique la ausencia de su potencia transformadora. Estamos constituidxs por el lenguaje pero el lenguaje es también el terreno de desestabilización de los conceptos, categorías y pensamientos hegemónicos. En esta misma linea podríamos traer a Paul Preciado, que en una de sus entrevistas señaló: “ningún texto es sagrado, esta ahí para ser abierto, deconstruido. El cuerpo, la sexualidad y la ciudad son textos. Cuando me refiero a textos, hablo de tecnologías de inscripción”. Por ello, es necesario intervenir en esas tecnologías de inscripciones, produciendo otras formas de subjetividad, y por qué no otras formas de apropiación de la creatividad y la escritura, comprendiendo que estos desplazamientos son necesarios para subvertir la normatividad y el androciscentrismo de todos lo ámbitos del arte y la vida.  

1 comentarios:

Sobrelasraices.blogspot.com dijo...

Tremenda perspectiva, Nadia. ¡Increíble texto!

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