El
encuentro de un estudiante con un discapacitado sobreprotegido por su padre
permite la aparición de nuevas esperanzas y formas de vida, en un trasfondo en
el que las estructuras se muestran cada vez menos propensas a mantenerse estables.
por Nicolás Gallardo
Los años ’70 recién empiezan. Son tiempos de gran
conflictividad social en tierras argentinas: gobiernos de facto proscriben
partidos políticos, las instituciones estatales están caídas en el descrédito y
un autoritarismo desmedido que terminará significando censura a las principales
corrientes intelectuales y artísticas del momento; lo cual era consonante con
los planes del Ejército al mando de la conducción del país, dispuestos a
erradicar todo lo que para ellos atente contra el “ser nacional”. Sin embargo,
otros vientos habían estado soplando a nivel internacional: las rebeliones
estudiantiles del mayo francés, la intervención bélica estadounidense en
Vietnam y los asesinatos de figuras como Ernesto “el Che” Guevara o Martin
Luther King contribuyeron a abrir los ojos de la juventud argentina, cada vez
más dispuesta al cambio y a convertirse en la protagonista de su propia
historia.
En este particular contexto transcurre Hablemos a calzón quitado, obra que se
centra en la historia de Juan, un chico de 24 años que padece de encefalopatía
crónica no evolutiva (enfermedad que lo deja cuadripléjico y con un grado
importante de parálisis cerebral) que conoce en la calle a Martín, de su misma
edad y estudiante de filosofía. Juan invita a Martín a su casa porque sabe que
no tiene otro lugar donde dormir, e insiste en que su padre no tendrá problema
alguno en que se quede con ellos. Si bien le parece precipitado hacerlo, dado
que en ese momento recién se conocían hace dos horas, éste accede al ver que el
padre aprueba su estadía. De todas maneras, el padre le pide como favor
que saque a su hijo a conocer el mundo, ya que sólo tiene un contacto con la
realidad mirando la televisión y él no dispone del tiempo suficiente por tener
que trabajar y cuidar la casa; “hacer de padre y también de madre”, nos
confiesa.
Es así como Juan y Martín comienzan a entablar su
amistad, en la que el segundo llevará al otro a conocer los lugares que la
gente de su edad frecuenta hasta altas horas de la noche y lo hará leer libros
de filosofía con frases como “Si las cosas no cambiaran, no habría historia” o
“Los cambios pueden ser lentos o violentos”, lo que entrará en contradicción
con todo lo que su padre le vino enseñando hasta ahora: llevar una vida en
orden, sin abusos, con limpieza y horarios. Una vez que conozcamos sus
pensamientos con respecto a la nueva relación de Juan nos será fácil determinar
quién estaría a favor de sucesos como el Cordobazo y quién tiraría para el lado
de la “Revolución Libertadora” que no liberaba.
A pesar de que el padre, interpretado por Oscar Giménez,
consigue dejar impecablemente representados sus roles paterno y materno, y
Martín –personaje a cargo de Emiliano Marino- llega a obtener un acertado
arquetipo del joven revolucionario de la época, es el personaje de Juan el que
termina siendo el más aplaudido. Sin que su patología llegue a ser un
obstáculo, el protagonista sorprende con muchas de sus reflexiones. Moviéndose
con entero pragmatismo, y algo de desconocimiento del afuera, soltará verdades
tales como que los diccionarios deberían estar ordenados en base a los
intereses de cada uno, o que si a alguien le gusta un determinado lugar debería
permanecer allí sin dar mucha más vuelta. Un papel entrañable que se ve
magnificado en cada uno de sus atributos gracias a la pulida interpretación de
Ulises Pafundi.
El ya clásico escrito de Guillermo Gentile recibe una
frescura inédita al ser dirigido por Nicolás Dominici, permitida no sólo por el
magnífico trabajo actoral, sino también por el bello y minuciosamente
planificado planteo lumínico, exacerbado en los momentos de sueños y
pesadillas, que consiguen que el público abandone la sala en un estado de
éxtasis provocado por imágenes que nada tienen que envidiar a las
cinematográficas.
Hablemos a calzón
quitado combina audazmente momentos
de ternura, suspenso, tragedia y locura, presentada en funciones tan bien
pensadas que permiten que nos aclimatemos ni bien llegamos al Teatro El Duende,
sin esfuerzo alguno. La irrupción de este desconocido a la vida de Juan le dará
la lección de que cada quien debe hacer su propia revolución si quiere alguna
vez llegar a liberarse, enseñanza que conseguirá que comience a ser realista y
pida lo imposible.
[Funciones]
Hablemos a calzón quitado se presenta los sábados a las 22:00 hs. y los domingos a las 20:00 hs. en el Teatro El Duende (Aráoz 1469). Entradas generales a $90, estudiantes y jubilados a $70 (presentando certificación vigente).
Hablemos a calzón quitado se presenta los sábados a las 22:00 hs. y los domingos a las 20:00 hs. en el Teatro El Duende (Aráoz 1469). Entradas generales a $90, estudiantes y jubilados a $70 (presentando certificación vigente).
0 comentarios:
Publicar un comentario