by Noelia Villarreal |
El nombre propio es el principio de la máscara.
El sonido de una palabra extranjera para el cuerpo,
salido de otras bocas,
recorre los canales auditivos,
se aloja hasta volverse íntimo.
Con el tiempo,
mi nombre se llena de mis rasgos;
se convierte en el punto de partida
para medir el tono de mi voz,
la forma de mi risa,
el ángulo formado entre mis pies en cada paso.
Mi nombre es un murmullo que me oculta
al mismo tiempo que me forma.
Otros exhalan esa única palabra.
Debajo,
ensayo la forma de mi rostro.
A cada temblor le corresponde un gesto
que labra los cimientos de la máscara.
¿Qué de mi cara aguanta las corrientes de aire,
la intemperie?
¿Qué líneas permanecen ciertas,
alejadas del roce de otras manos?
Crece la densidad de las capas sobre el rostro.
Las palabras sedimentan;
la saliva seca forma una coraza en la boca.
Mi nombre se va vaciando de tanto repetirse.
Un solo fragmento de mí
le cabe dentro.
Aún en los espejos,
se desdibuja la memoria primera del rostro.
Queda una fotografía estática,
resistente al paso de los años,
repetida sin deformarse.
En la fricción con otros nombres,
mi rostro se torna emigrante de sí;
romper la máscara,
su sello persistente,
es desfigurarme.
..
Es difícil encontrar la resonancia de los rasgos propios en un muerto. El instante de la muerte borra el rostro. Ahí, donde los músculos se distienden del todo y la mirada se dirige en línea recta al techo, el rostro de cualquier muerto cercano se convierte en el de un desconocido. En las líneas de esa figura de cera modelada, no está el paso de los años. Ningún momento aprehensible.
En la fotografía veo a mi padre cuando tenía treinta años. No conocí a aquel hombre joven, pero así es como recuerdo. Una continuidad temporal llena de ausencias. Antes de las células comiéndose una a otra. Antes de las mutaciones. Antes del nido enfermo. Antes del rostro de cera de un desconocido.
Existe una imagen híbrida, inexacta, a veces diluida, inventada en mis días. Una presencia a partir de una imagen en blanco y negro.
La memoria decide el rostro de los muertos. Como si la cara fuera sólo una envoltura, una cáscara seca con los días, quedan ruinas en el flujo del rostro.
..
Muñecas
Que se llame como tú;
ésta tiene la forma de tus ojos,
tal vez llegue a parecerse a ti.
De niña seguía algunos rituales
que se iban convirtiendo en reflejos.
Tenía una muñeca para cuidarla,
para ponerle un nombre.
Había un efecto extraño en el acto de mecerla,
cambiarle la ropa, darle de comer;
un cuerpo de niña ensayando una maternidad prematura;
una niña madre que buscaba en ese plástico algo vivo.
La muñeca aparecía días después con una pierna desprendida,
la ropa sucia, olvidada en el lodo.
Exhibía en su cuerpo rígido todo el desamparo.
En ese momento asomó mi falta de oficio
para dejar esa clase de huellas.
Decliné la intimidad de hospedar a un ser
que sorbiera mis líquidos vitales.
Mi madre telegrafiaba con su mirada un desastre,
profetizaba la ruina de mi cuerpo,
alejado del ciclo de los mamíferos.
Parece que no sabré de qué estoy hecha
hasta sentir el dolor del parto
en todas mis células;
que nada se compara con esa soledad
de no saber lo que es verter mi sangre,
mirar mi sangre en otra sangre,
mis ojos en otros ojos.
Parece que mi cuerpo, esa máquina,
me pedirá un ser unido a mí,
una ventosa necesitada de calor.
Nuestra vida se llena entre nacer y multiplicarnos.
Somos seres gregarios,
emparentados por la misma cadena de sustancias,
Hay que continuar el mapa,
el palimpsesto familiar para no perdernos,
El juego repetido de parir muñecas
acabó con mi instinto de desear esa presencia
nadando en la seguridad del líquido,
de contraer mi estómago para hacerle un espacio.
Otras cosas me ataron a este mundo,
más allá del timbre de un llanto
todas las noches,
de la emoción de llenar los álbumes de fotos
o extrañar las partículas de alguien
pegadas a mi cuerpo hasta la mimesis.
[ sobre la autora ]
Julieta Gamboa nació en la ciudad de México en 1981. Es licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Trabajó en el equipo editorial de la revista Discurso Visual. Ha publicado en revistas como Punto de partida, Casa del Tiempo, La palabra y el hombre, Armas y letras, entre otras. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas de 2008 a 2010, en el área de poesía. Es autora del poemario Taxonomía de un cuerpo (Colección La Ceibita, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012).
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