En la tempestadad se me añaden muchos juguetes que corren y gritan por no llorarse a si mismos. Ellos contemplan el gran ojo de la gran tempestad que me sacude y maneja como si fuera un juguete de titere más, como ellos.
No hay más que juguetes alrededor mio que me miran y me piden piedad por lo que ellos fueron ayer y miran mi triste sacudida; por lo que soy hoy. La temporalidad obtusa que me embotella en un cubo de cristal color verde vino. Es la temporalidad que me arrastra hasta el fondo de la botella; la parte más verde y más oscura.
Es una caida.
Caida del sol.
Caida del atardecer.
Caida del anochecer.
Caida del nuevo crepùsculo.
Repertición.
Circularidad de lo que no cambia.
Y en todo ese descenso a los infiernos de Dante es la experiencia del infierno de los días; el infierno del tiempo y de la decrepitud del cuerpo.
Aquel viaje de caida en paracaidas de viento me permite mirar tu rostro desde el descenso. Y está arriba, lo veo por el agujero de la gran botella verde. Y mientras atrae la superficie las facciones se amplian y distinguen; primero la punta del menton, despues veo la nariz, las mejillas se ven con más claridad.
El rostro me está mirando llegar al final; a los más ondo y osuro. Mirando mi cambio y mis juguetes de pendejo que ahora lloran desde arriba; escucho ese llanto para que vuelva a jugar con ellos.
Y tu rostro me mira; parece una casa americana color gris. Tal vez, pensando en lo que voy a ser cuando termine de caer.
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