Crónica de la primera ANTI-FIL 2016, llevada a cabo del 13 al 17 de julio, en Lima, Perú
por Fernando Bogado
A viva voz, y mientras
sonaba “No se va a llamar” de Charly García de fondo (en una de esas rocolas
que ofrece, por el mismo precio, canción y video), Efraín me dijo: “tendrías
que empezar con el ayni tu crónica”. “El ayni es una forma de trabajo sin
jefes, recíproca, andina”, agrega rápido, sabiendo de mi ignorancia. “Funciona
de una manera bien simple: hoy te ayudamos a ti a construir tu casa, y otro día
tú me ayudas con otra cosa, y así”. Trabajo sin jefes. Parece utópico, pero, en
las micro-escalas de cualquier comunidad, este tipo de cosas es pan de todos
los días. El mundo andino, que subsiste estrictamente por debajo de cualquier
tipo de determinación estatal, “macro”, aún continua con este tipo de prácticas
sin necesidad de que se vean reemplazadas o avasalladas (nunca mejor usada esta
palabra) por los modos de producción del capitalismo. Efraín dijo eso la última
noche que pasé en Lima, la inmediata posterior al cierre de la Anti FIL, y yo,
que vengo del mundo puanner -en donde parece que la revolución está a apenas
minutos de llevarse adelante-, no escuché eso con la distancia cínica que
aprendí a desarrollar. Escuché con atención, convencido. Efraín es un ingeniero
de profesión pero un gestor cultural de los más interesantes que he conocido:
pone gran parte de su sueldo en movidas de todo tipo, siempre con el espíritu
de hacer circular las producciones culturales sin necesidad de atender a
agendas privadas o incluso estatales, sino pendiente de la única agenda
(¿privada?) que importa: la del hacer. Lo conocí entre el jueves y el viernes
en alguna de las populosas y frenéticas jornadas de la Anti FIL, la primera
Anti Feria Internacional del Libro llevada adelante en la ciudad de Lima, entre
el 13 y el 17 de julio de este mismo año, en la Asociación Guadalupana de la
Avenida España. Me lo presentó Juan Manuel Corbera, poeta, a esta altura,
también gestor cultural, encargado de tender puentes entre la producción
literaria argentina y la peruana, esa que también insiste más allá de todas las
agendas que se nos puedan ocurrir, esa que pasa, que se da y que en algún
sentido nos envuelve de una manera tan radical que no podemos ver el afuera.
Como el ayni o la esfera de Pascal que tanto citaba Jorge Luis, es tan parte de
nosotros que nos cuesta ver la circunferencia, el límite, aunque su centro
puede llegar a ser cualquier obra, o poeta, o recital que nos podamos imaginar.
Circularidad y flujo. Eso, al menos,
fue el punto de partida de la conferencia que di en el auditorio de la
Asociación Guadalupana, espacio usado por los organizadores de la Anti FIL para
hacer lecturas, charlas y presentaciones de libros. Totalmente teñido de la
lectura de algunos libros de Boris Groys, empecé a poner en discusión, en esa
breve charla, el problema de la obra en relación a este tipo de contextos de
producción: como cara opuesta al así llamado “fin del libro”, la pregunta
lícita apuntaba a entender la manera en la que el libro todavía sigue siendo un
objeto imprescindible, si se quiere, de “captura de flujo”, en una producción
que siempre tiende al movimiento y a su momentánea detención en un particular,
desde una lectura hasta una plaqueta. Minutos antes, un colectivo más pegado a
la publicación de fanzines -los cuales tenían sus puestos en el tercer piso-
reclamaban un posicionamiento de la Anti FIL con respecto a la FIL, la cual
comenzaba el 15 de julio. Denunciaba, en algún sentido, que muchos de los
participantes del actual evento iban a tener luego su puesto en la Feria
oficial. “Anti es Anti”, reclamaba uno de sus voceros por el micrófono. Me
permití disentir. En ese momento en particular, la única lectura posible era la
del posicionamiento, funcionando casi hasta como un deber ético: o se está con
una o se está con la otra. Sin embargo, me parece que ese es un
pseudo-problema. La Anti FIL no competía, no compite con el “mercado” de la
FIL, no es una disputa de lectores o de propuestas, todo lo contrario: la Anti
FIL crea su mercado, crea su lector, está proponiendo algo nuevo, casi en el
mismo sentido en el que la FLIA de Argentina comenzó como una manifestación en
contra de la Feria del Libro y después se propuso como un espacio diferente,
propio. Y si hay una lucha hegemónica posible es la de la persuasión, no la del
choque: crear nuevos lectores es también establecer las bases de una literatura
por venir.
¿Y dónde está lo que se escribe
ahora? En el patio de la Asociación se dispusieron los puestos de las
editoriales, librerías y proyectos que participaron activamente en la Anti FIL.
Desde las librerías “La Libre” de Barranco o “El Virrey”, ubicada a pocos
metros de la Plaza de Armas; hasta proyectos tan interesantes como la revista ExtraMuros, dirigida por jóvenes de la
Pontificia Universidad Católica de Perú, como Gustavo Lobatón y Sebastián Mora.
Durante las tardes, solía pasar un rato charlando con ellos, previamente al
café con pan con queso que tomaba en el barcito del patio acompañado de Juli án, un amigo del barrio que decidió
seguirme en este encantador viaje. Gustavo y Sebastián tenían una lectura de
los hechos sorprendente para sus tempranos años: desde la coyuntura política
hasta el verdadero objetivo de estas movidas, que era y es discutir la
administración de la Cámara Peruana del Libro, todo cabía en el espacio de una
sola charla en donde cualquiera con dos o tres ideas más o menos coherentes
podía entender las observaciones vertidas. Gustavo y Sebastián también vendían
libros de los organizadores, como Exilium
de Franco Osorio Paredes, uno de esos tipos que es necesario tener en cualquier
evento, alguien predispuesto y bien orientado. Franco tiene en esta publicación
un manual de resistencia, que bien puede entenderse en poemas como “Anti-Todo”
o “Diálogo post mortem con Vallejo”, en donde leemos: “César en la tumba tuya / millones de latidos anidan”. No puede
menos que conmoverme leer algo así sobre el poeta latinoamericano más
importante, el cholito que viene de esta misma geografía y que pasó errático
por tantas cosas. Cuando los chicos me preguntan por poetas peruanos, o sin que
lo hagan, yo cito a Vallejo. Me pasa, qué le vamos a hacer.
Todas las noches en la Anti FIL
estuvieron cargadas de música. En ese mismo tercer piso, al cual se llegaba por
una escalera ubicada entre los baños o por la del segundo piso, en donde se
hacían muestras de obras pictóricas o fotográficas de corte contestatario,
rebelde, que imponían una lectura de la coyuntura o directamente discutían
posicionamientos con respecto al modo de producción contemporáneo (un cartel en
la puerta rezaba: “El arte es mierda a colores”); en ese piso, bien digo,
desfilaron conjuntos en el correspondiente clima festivo que las jornadas
imponían, con cerveza y artistas discutiendo, hablando de casi cualquier cosa y
conociéndose. Willni Dávalos, con quien compartí una lectura el día sábado, me
habló allí de una infinidad de temas, todos ligados a esa lectura monumental
que hacía desde su perfil de psicólogo pero, sobre todo, desde su naturaleza de
artista y diletante, alguien que sabe porque quiere, porque ese saber
representa algo, porque le place. Me comentó por arriba la vez que había
intentado participar del ritual de la ayahuasca. El chamán le hizo dos
preguntas claves: si fumaba marihuana y si comía cerdo. Frente a la doble
afirmativa, rechazó su pedido. Willni detalló que, para poder participar del
ritual, era necesario estar limpio de ambas cosas. Y él no pensaba dejar de
comer cerdo. Para lo otro no necesitó respuesta despu és de
sacar del pantalón una muy linda pipa artesanal que lo acompañaba a todos
lados, casi con el mismo gesto social con el que algunos llevan ahora, como
objeto de moda, los cigarrillos electrónicos que largan vapor. La poesía de
Willni es violenta, de una honestidad que irrumpe e incomoda, y por eso es ya
el gran poeta cuzqueño, el auténtico Marqués de Saphi. En vimeo se puede
encontrar uno de sus mejores poemas: “Cola con ron”; con eso dice casi todo.
Del escenario principal, el que se
encontraba frente al patio con las mesas de las editoriales, tengo presente
haber escuchado a un joven que rapeaba en quechua. Un alto punto de la Anti FIL
fue ese, abrirse a la posibilidad de encontrar formas de producción que
combinen el mundo andino y metropolitano, tan dispares en el día a día limeño.
Lo mismo se traduce en la obra de sus poetas más consagrados, como Domingo de
Ramos, quien discutió con vehemencia al Borges poeta y resaltaba que él, sobre
todo él, no leía narrativa. La última noche, en el cumpleaños de otro poeta
peruano, en esa misma noche en que habíamos destronado de cervezas a un bar de
Barranco escuchando a Charly García y a los Caifanes y a The Strokes, esa noche
de Efraín y el ayni, Domingo de Ramos mantuvo una discusión muy fuerte con un
poeta ecuatoriano reclamando que en ese mundo literario no había buenos poetas.
Domingo estaba en todos los eventos, siempre el primero en armar la
conversación, el primero en tomar, el primero en recitar algún que otro poema,
atento, joven. Hay algo de su poesía que Domingo viste como si fuera un traje,
digo, algo que saca a desfilar. No para nada escribe en “NN”, poema de su libro
Pequeña reunión (1987-2012): “Hoy viernes he salido de casa / compré lo necesario
/alquilé un traje / para estar / lejos del individuo de los días anteriores”.
La Anti FIL se presentó con la
honestidad de lo que es diferente: a cada momento uno sabía que algo iba a
pasar, y cualquiera que estuviese por esos días en Lima sabía que ese era el
punto que había que visitar, porque las cosas pasaban, desacartonadas, y no
había modo de registrar cada uno de los hechos, como un remolino creativo, ese
mismo caos que discutieron Epicuro y Demócrito para hablar del supuesto origen
de todas las cosas. A diferencia de otros eventos, lo juvenil en la Anti FIL
resaltó por su frescura y no por la desorganización, la cual suele primar en
los eventos autogestivos: con mucho esfuerzo, estos poetas y artistas,
organizados en asambleas, llevaron adelante una verdadera “gesta” artística,
logrando una repercusión increíble y movilizando al ámbito artístico limeño,
peruano y me atrevo a decir, ahora sí, sudamericano. Con varios eventos por
venir, desde recitales hasta slams, desde visitas a puntos geográficos
supuestamente olvidados por la política peruana hasta encuentros puntuales en
el corazón metropolitano, los organizadores de la Anti FIL dieron el primer
puntapié a un programa artístico que pone en evidencia los derroteros actuales
del mundo latinoamericano. O sea, hacer las cosas por nuestra cuenta, bien,
siguiendo el único camino que vale la pena: el que nosotros mismos nos
imponemos.
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