Una pulsión que viene del centro del cuerpo y desata ilusiones obscuras que alimentan demonios. ¿Hasta dónde es capaz de llegar el instinto? Las hambrientas, de Pablo Iglesias, es como un látigo que no sólo hace ruido sino que también  hiere y castiga.

por Jorge Carballo Madrigal 

En escena hay un gran pedazo de carne cruda.  De cordero, tal vez.  También hay huesos, tierra en el aire en forma de polvo muy fino, además de moscas y calor.  Seis pares de ojos reparten miradas desde el escenario.  Aquí, allá; entre ellos.  Sonrisa, entrecejo.  Un cuchillo; el dolor de una perra empaquetado en un aullido.  La obra hace nacer a un pueblito ficticio del interior argentino en el que todos se conocen las plantas de los pies, el color de los dientes y el olor de sus pesadillas.

En alguna parte de ese pueblo hay una casa vieja y cansada, y dentro de esa casa, una pareja de hermanos, y una prima tan flaca como una espiga que no deja de pedir comida, amor, y engaño.  El hermano, quien es primo, la consuela con su incestuoso y falso o alejado cariño que se alimenta de pastillitas de menta trituradas con la empuñadura del cuchillo con el que se corta la carne.

“Tenés que aguantar un poco más.  Necesito un cuerpo perfecto que me lleve a Buenos Aires y presentar mi obra en un gran teatro.  Aguantá un poco más.”  Y la matan de hambre.  Todos los días, un poco. Es un plan.  Después de la muerte de los padres es difícil arreglárselas.  Sobre todo con tanto calor, con tantas moscas, con tanto hambre, con  tanto amor, con tanta injusticia.  Aquí se representa a un campo argentino que se drena de idilio y se llena de grotesco: de llagas, de huesos sobresalidos, alcohol, gritos, carne vigilada por las moscas y secretos que todos conocen.  Ah, ¡y brujería! Maldiciones, muertes, enfermedades, dolor.  El campo es crudo como la carne. 

En medio de tanta sensación árida, una cena.  Un novio, y su padre: una esperanza que mueve al deseo.  La hermana quiere dejar de ser solterona, y bruja, como su madre.  Pero el destino es más grande y más mañoso.  Un cuchillo brilla en la escena y luego llora sangre.  Un cuerpo cae más por repugnancia e ira, que por la herida regalada.   El plan: dejar de ser bruja.  Todo se mezcla y aplasta al espectador como un gran pie en un segundo.

Surge la frase “¿Y ahora?” en la mente de los testigos del desenlace de aquella cena, de aquella confesión, de aquel giro.  Y gracias a la brujería de Pablo Iglesias, el dramaturgo y director de esta cocina de sensaciones, el plan continúa. Una penetrante actuación de Camila Palacios, Martín Rey y Valeria Actis, que bajo la dirección de Iglesias, grabará en sus cabezas una obra en que la palabra subsistir se tiñe ocre. 

|Funciones|

Sábados a las 20:30 hs.
Abasto Social Club (Yatay 666), Almagro.
Localidades: $100/ $80 est y jub.

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