Cajas de cereales abiertas sin premio, nuevo EP y nuevas formas de escuchar a Antolín en tardes de primavera.

Por Nadia Sol Caramella

Posters de poetas cover artUna constelación de objetos. Un plan bien tramado y a largo plazo. Cada canción de Antolín crea formas sobre fondo blanco. Es imposible hablar sobre su música sin remitirse al universo que fue creando a lo largo de los años y los discos, basta con escuchar canciones al azar  de su Bandcamp y nos remitirán a un imaginario donde los tópicos se repiten y se enlazan de manera aleatoria. En el plano si se quiere más trascendental: lo referido al tiempo, a la falta, al recuerdo como una de las tantas formas del futuro, a la infancia que toma dimensiones extraordinarias cuando se trata de alguna anécdota o algo en lo que se perdió. Los personajes son de los más variados: osos, dinosaurios, pac-mans, nenes de primaria, chicos tristes, scouts, escritores y podríamos ampliar la lista. Estos personajes accionan en contextos mucho más simples pero complejos por su ubicación como en un collage, en parques, campamentos, casas en los árboles, calles, desiertos, campos de golf, jardines y clubes de pelea.  Un despliegue atípico en un mapa onírico, me pregunto cómo podríamos trazar las coordenadas del universo Antolin, dónde ubicaríamos cada cosa.

Un halo de novedad sobrevuela las composiciones, una tendencia hacia lo nuevo pero desde lo viejo. Como si se pudiera reversionar la cultura que nos dejó los noventa y revivirla una y otra vez en una suerte de trampolín que divide el tiempo y el espacio entre una década que nos dejó lo mejor, una infancia llena de iconos pop y música, y lo peor, los vestigios de una Argentina que se consumía en la parafernalia menemista. La sensibilidad de estas canciones se construye desde lo idílico, del paraíso perdido de la adolescencia, desde la mirada de los “Jóvenes y eternos”,  pero no se trata para nada de un gesto inocente. En todo caso hay una tristeza crítica, tamizada por el tono ameno de los recuerdos y la anécdota. En lo triste o en la mirada depresiva, en el buen sentido, supongo que puede haberlo, el dolor es una forma de conocer al mundo, y destruir sus esquemas más ordinarios, es decir, deconstruir la suposición de un mundo en el que todos consumimos algo para ser felices, pero en este caso se da de otra manera, en otra frecuencia. No es el consumo en sí de esos iconos lo que importa, sino el acto con reminiscencia. Esto no quiere decir que los discos de Antolín sean tristes o se queden anquilosados en un tiempo, todo lo contrario su atemporalidad, su ánimo ecléctico, sus juegos con lo pretérito y con lo que vendrá, son algunas de sus mejores ganancias. Se trata de una discografía de la sensibilidad de nuestra generación, un compilado de sentimientos, amores y frustraciones mudadas a canciones.

Para abordar Cajas de cereales abiertas sin premio habrá que remitirse al momento de la primera escucha. Al darle play, el eco de la voz va creando un contexto, que pronto quedará delimitado: una habitación blanca y vacía, que se llenará de objetos con el correr de las canciones. La primera de la lista es “Nostalgia del futuro”, un buen ejemplo de esos viajes en el tiempo, donde lo que da nostalgia, paradójicamente, es lo que todavía no se ha vivido. La que le sigue “Cajas de cereales abiertas sin premio” pareciera estar hermanada con la anterior porque abre y cierra el círculo de la imposibilidad. El ánimo del Ep va a dar un giro en “Platillos voladores en el bosque”, la más lincheana: avistamientos de ovnis, fenómenos paranormales y una premisa: somos “eternos estudiantes de intercambio” pasando por este mundo de estatuas olvidadas. Vuelve el clima tempestuoso con “Posters de poetas”, guitarras espaciales hacen el marco de una historia que es contada desde una habitación y en la que posters de escritores son testigos de alguien que intenta escaparse de su mente, abarrotada de ideas. La constante sonora de este disco son las guitarras casi tan omnipresentes como la voz, bases delineadas por destellos de teclados y un colchón de bajos tenues. Hay novedad estética a nivel sonido  pero que no desencaja con la gama de los trabajos anteriores.

Tomaría un sorbo de coca fría y volvería a imaginar esa habitación blanca y vacía donde no van a caber todas las cosas que cuenta Antolín, pero que por una extraña lógica del equilibrio se van a ir acomodando:  constelaciones de nubes, estrellas y objetos suspendidos sobre aire blanco, en el que también flotan cereales que como platillos voladores atraviesan de lado a lado el cielo que me invente para hablar de este disco. Me quedo con esa sensación, la de contemplar constelaciones en cuartos blancos después de dar el primer play.  

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