Con las actuaciones impecables y perturbadoras de Eliana Wasserman y Sofía Guggiari, bajo la dirección de Juan Washington Felice Astorga, la última obra de Norman Briski nos sumerge en la existencia absurda de dos seres míticos exiliados en una terraza cualquiera de Buenos Aires.

por Cristian Franco


Hubo un filósofo que una vez dictaminó algo que parece una pavada, pero que pensado con cierto detenimiento da un poquito de vértigo: Imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida. Extraña inversión (primero el lenguaje, luego la vida) que es una marca de nacimiento de nuestra cultura: en el principio fue el verbo. No hay más que cambiar en esa furtiva intuición de Wittgenstein “imaginar” por “crear”, para llegar a lo que nos interesa: el dramaturgo se hace demiurgo, su palabra da-a-luz.
50 nereidas es un intento de hacer palpitar como un cristal intocable esa exigencia que está en el núcleo de todo arte auténtico: construir un lenguaje para dar vida. Más aún: las dos protagonistas fueron creadas por ese lenguaje primitivo y voraz, y las palabras que pronuncian (que son las nuestras, pero que en sus labios se vuelven irreconocibles, rotas, perturbadoramente extranjeras) son lo único que las hace existir. Esas dos nereidas exiliadas que se secan fuera del mar están hechas de un barro verbal delirante y exquisito. En ese techo de algún edificio de Buenos Aires, que es su prisión y su jardín, no hacen otra cosa que hablar para no extinguirse. Para adaptarse a su nuevo hábitat la única esperanza es anular el silencio áspero de la ciudad con ese diálogo insomne que oscila entre la ternura y la desesperación. Y en el centro —luminosa, insoportable— una claraboya que es una pecera y es un nido y un mundo y una tumba.
El desafío para el espectador es el mismo que propone todo (buen) poema: asistir al desborde de un idioma que es familiar y desconocido al mismo tiempo. Lo que sabemos (lo que idiotamente creemos saber) no nos sirve para atrapar el sentido de las palabras, hay que humillarse y desaprender; atender no al significado sino a las modulaciones, la respiración, los tonos, el ritmo. Dejarse deslumbrar por las palabras como si fueran insectos inexplicables. Entonces precaución: con 50 nereidas “entender” no es la cuestión. Claro que “entender”, cuando de arte se trata, es una palabra un tanto insuficiente. La verdadera obra de arte está siempre un poco más allá de eso que podemos captar con el entendimiento, o por lo menos con esa forma de entendimiento que aplicamos para aprender la regla de tres simple o la diferencia entre sujeto y predicado. No se trata, pues, de “entender” sino de “experimentar”. No interpretar, no decodificar, algo más sencillo: abrirse a la incertidumbre y al extrañamiento, dejarse poseer por ese lenguaje desbocado, resplandeciente, impenetrable. 
Esos cuerpos torpes e incompletos que se mueven en escena —sus vestiduras están hechas de jirones mustios, de retazos incoherentes— no guardan ya nada de su antiguo esplendor. El exilio quiebra. El exilio pudre. El exilio borra. Inmortales todavía, lejos de su mar no son otra cosa que voces que se retuercen mordisqueadas por recuerdos inútiles. Ellas esperan, pero saben que el futuro está hecho con las ruinas de la memoria. Desde su pequeño lugar las nereidas intuyen la presencia opaca de otros seres, distintos pero también atrapados, también secándose: la pecera es reversible, no hay lado de afuera. Nos asfixia el mismo aire, la misma soledad… En la ciudad nada hay para ellas (nada hay para nadie). A lo lejos, una cúpula extraña se pierde entre los edificios: les llegará desde ahí la única voz humana, plena de podredumbre y superchería. Contraste central en la obra: la lengua sucia de los seres humanos —lengua cubierta de nieblas y venenos— se opone a la pureza hermética de la voz de las nereidas.
Vuelvo a Wittgenstein para que me ayude a cerrar: De lo que no se puede hablar, mejor es callar, dijo. Tendríamos, tal vez, que haber empezado por ahí. En realidad cualquier cosa que se diga sobre 50 nereidas no llega siquiera a rozar su verdadera substancia. Para saber de qué se trata hay que experimentarla y purificarse: cuando termina tal vez un pequeñísimo silencio interior te acompañe por ese pasillo que te devuelve a la calle y el ruido y la irrealidad.
Si lo sentís, quiere decir que entendiste.

[Funciones]
Viernes - 21:30 hs  (hasta el 29/11/2013)
Teatro Calibán - México 1428 PB 5
Reservas: 4381-0521 | 4384-8163
Web: http://www.teatrocaliban.blogspot.com

3 comentarios:

PRENSA Sonia Novello dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
PRENSA Sonia Novello dijo...

Qué belleza de nota....

Cristian Franco dijo...

Gracias Sonia! Fue un placer ver la obra y otro placer escribir la reseña...

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