Las dificultades
del mundo laboral, sus gratificaciones y hasta las contradicciones que aparecen
a diario quedan al descubierto en El
cadáver de un recuerdo enterrado vivo. En clave humorística, la muerte de
una querida jefa hará que las cosas se compliquen aún más.
por Nicolás Gallardo
Archivadores, facturas colgadas de las paredes y
desorden en el escritorio caracterizan una estrecha oficina. Vemos entrar a un
personaje en apariencia compungido, Arismundi, quién ha pasado a ser el dueño
de una empresa de aluminio. Siempre se lo nota ensimismado, pero nunca
trabajando. Su nuevo puesto se había vuelto posible por la muerte de su esposa,
Silvia, quien lo ha dejado ya hace seis meses.
El periplo introspectivo llega a su fin cuando
irrumpen al lugar los catorce empleados del nuevo patrón. Creen que ya va
siendo tiempo de volver a trabajar, siempre conservando a Silvia como modelo a
seguir, y terminar con el luto que comienza a parecer eterno. Escucharemos los
argumentos y vociferaciones del personal, de las cuales Arismundi solo
escuchará una única voz, la de la secretaria Mabel, que aparece como la
oportunidad para olvidar. También habrá posiciones encontradas sobre esta
posible relación.
El cadáver de un
recuerdo enterrado vivo, bajo la
dirección de Sergio Boris, consigue hacernos entrar en su juego. Notamos en el
ambiente sensaciones sofocantes y de asfixia, no hay lugar suficiente para
mantener siquiera una conversación de a dos, ya que siempre habrá un tercero
parando la oreja y aprovechando lo escuchado para un ocasional daño o perjuicio.
El cotilleo y los conflictos se agravan ante la actual situación de la oficina:
una jefa que es construida por todos como una mujer exitosa pasa a estar más
presente muerta que viva. Todos se preguntan qué hizo que una persona tan
fuerte tenga un final tan repentino, por lo que algunas empleadas se
infiltrarán en la oficina de Silvia –a la que nunca habían entrado hasta
entonces, para “conservar su olor”- en búsqueda de respuestas para encauzar el
devenir de la empresa cada vez más venida a bajo. Unas encontrarán su legado en
un cuaderno de anotaciones, las otras tendrán que sobrevivir sin sus consejos y
máximas.
Con una tensión que va in crescendo, los actores nunca se olvidan de ridiculizar muy
adecuadamente a sus personajes. Si bien muchos temas son abordados con entera
seriedad, otros no pueden evitar producir carcajadas al espectador. Son un
grupo reducido de trabajadores, que se conocen mucho y eso, visto desde fuera,
siempre resultará entretenido. Esta mezcla de dramatismo y comedia, acentuada
por la óptima iluminación de Verónica Alcoba y Fernando Chacota, se nos
impregna y logra que veamos el mundo a través del descabellado ideario que el
elenco nos propone.
Arismundi tiene la difícil labor de cubrir el puesto
de alguien irremplazable. Silvia demostró ser una jefa de fierro, mientras que
él es más bien maleable y endeble como el aluminio, y como todas las personas a
las que ahora debe dirigir.
[Funciones]
El cadáver de un
recuerdo enterrado vivo se presenta los
sábados a las 23:00 hs. en Machado Teatro (Antonio Machado 617). Entradas a
$50. Jubilados y estudiantes, $35 (presentando certificación vigente).
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