No he venido a decir el martirio:
he partido para nombrar el viento

D. A.


Un anhelo que ha regido buena parte de los intentos de eso que solemos dar en llamar, con cierta vaguedad, “poesía moderna”, es el de hacer del poema algo que no sea “sólo palabras”. Muchos han creído -y algunos creen todavía- que para alcanzar ese objetivo basta, sencillamente, con construir el poema desentendiéndose con liviandad del lenguaje, dejándolo a su suerte, librado a un hipotético “fluir poético” gracias al cual surgiría, espontáneamente, una poesía que alcanzaría un “más allá”, un territorio hasta ese momento vedado al poema. No es, por fortuna, sobre esa posición facilista -y ya bastante anacrónica- que se asientan y resplandecen los versos que forman Agua Vertical (Tiempo Sur, 2008).

Meticulosos, delicados, los poemas de Diana alcanzan una concentración casi cegadora. Para conseguir un efecto único, pocas, muy pocas palabras le hacen falta: cada una ocupa en la sólida arquitectura de sus versos un lugar privilegiado y, a la vez, se subordina a la necesidad -expresiva más que significante- del poema. Es, justamente, ese difícil equilibrio lo que hace que el poema deje de ser “sólo palabras” y se transforme en otra cosa: un fulgor líquido que se condensa para hacerse filo contundente e inesperado; insospechado lugar donde hallar pequeños cantos que logren desatar del silencio/el hastío de los cuerpos.
La respiración minuciosa que sostiene cada verso le otorga al poemario una unidad que no tiene que ver con lo temático, sino con una actitud hacia el lenguaje y, por lo tanto, hacia el mundo. Diana es consciente de que el poema sólo puede ser escrito y vivido desde la precaria certeza/de poseer/un lenguaje de acechanzas; y desde esa constatación, su voz erige imágenes pequeñas e infinitas, tranquilas y ardientes, con una trabajada y compleja sencillez que deja la sensación de estar asistiendo al arduo -y misterioso, y frágil, y mágico- nacimiento de una lágrima o una flor. Y, sin embargo, -no a pesar, sino por su misma apuesta poética- es capaz de preguntarse ¿Cómo soltar una palabra/ante el vacío del exterminio?
Entrar en Agua Vertical es enfrentarse a una poeta que para decir(se) necesita obrar un lenguaje y un tono propios, que le permitan pronunciar aquello que le sucede en lo más hondo, que es, a un tiempo, contundente e inasible, y que por ello no puede ser dicho de cualquier manera: el “qué” precisa del “cómo” que le sea exacto e insustituible, haciendo así que la poesía sea posible; la poesía, es decir: la aparición de eso que no era antes de ser dicho por la voz única del poeta.
A la verbosidad informe que tantas veces pretenden vendernos como ”poesía moderna” (o posmoderna, o post-posmoderna), el silencioso trabajo poético de Diana Albornoz enfrenta, pues, unos pocos poemas de quien tiembla como un árbol de escarcha; de quien no es más que libélula, metal líquido/penumbra encapsulada que resplandece/y se sabe oscura. Poemas que son gotas de rocío titilando sobre pétalos de ceniza: mucho más que "sólo palabras".
[para contacto y otros menesteres con la autora: http://diana-albornoz.blogspot.com/]

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