F*ck lit es un podcast de literatura y actualidad, escrito y producido por el escritor colombiano Didier Andrés Castro, una nueva sección que se suma a Escrituras Indie. En este episodio: un comentario acerca del premio Biblioteca Breve de Seix Barral 2019.






Elvira Sastre ha ganado el premio Biblioteca Breve Seix Barral este 2019. la discusión alrededor de esto puede resultar interesante. En 2016 el poeta español, Unai Velasco planteó la industria del libro como una burbuja que poco a poco se inflaba a golpe de follower. Lo que dejaba a los autores más del lado de los influencers que de los artistas. A esta tendencia se une, según algunos y después de Visor libros, Seix Barral. Sin embargo, las consideraciones alrededor de Elvira Sastre ganadora del premio Biblioteca Breve Seix Barral no dejan de ser mezquinas, ¿creemos que existe de verdad una pureza de la literatura a la cual debemos salvar?
El 5 de febrero El Español titulaba, “La aberración de Seix Barral: La editorial se rinde a la poeta de Instagram Elvira Sastre”. El artículo era un grito de indignación porque:
Su premio Biblioteca Breve ha aupado a autores tan magnos como Luis Goytisolo, Juan Marsé, Juan Benet, Rosa Regàs, Jorge Volpi o Luisa Castro (…), donde se ha reconocido a narradores poderosos como Ricardo Menéndez Salmón o Agustín Fernández Mallo. Sin embargo, la elección de 2019 ha resultado chocante dentro del sector literario porque rompe la tónica de la editorial -apostar por la calidad- para rendirse al rodillo económico y a las potenciales ventas, amén de a la captación de un público adolescente y mitómano (El Español, 2019).
El artículo de El Español mostraba cómo son las redes sociales las determinantes de esta literatura, llamando a Sastre como autora de la “literatura follow”.
Vale la pena mencionar que Agustín Fernandez Mallo aparece como jurado del premio.
Unai Velasco en 2016 presentaba así la tendencia editorial española en su texto, “50 kilos de adolescencia, 200 gramos de internet”:
Según el informe Comercio interior del libro en España 2015 que prepara la Federación de Gremios de Editores, el año 2015 se cerró con un aumento anual del 26,5% de la tirada en el apartado ‘Poesía y teatro’. Si nos quedamos aquí, es sólo un dato. Pero si tenemos en cuenta que ese mismo año la variación interanual de los libros de literatura fue del –4,2% (y del –0,6% en el libro en general), entonces los datos para la poesía y el teatro pasan a ser excepcionales y sorprendentes (Ctxt.es, 2016).
Unai Velasco se refiere a autores como: Irene X (Zaragoza, 1990), Elvira Sastre(Segovia, 1992), Marwan (Madrid, 1979), Luis Ramiro (Madrid, 1976), Loreto Sesma (Zaragoza, 1996), Sara Búho (Cádiz, 1991), Sergio Carrión (Valencia, 1993), Defreds (¿?), Diego Ojeda (Gran Canaria, 1985), Vanesa Martín (Málaga, 1985), Carlos Sadness (Barcelona, 1987), Escandar Algeet (Palencia, 1984) o, el mayor de todos, Carlos Salem (Buenos Aires, 1959). Que comenzaban a aparecer como los más vendidos en España.
Si hemos de aceptar que hay una burbuja en el mundo editorial, que ha visto crecer sus ventas a través de autores que cuentan con los seguidores suficientes para consumir un producto sin preguntar, entonces, ¿cuál es el papel del autor en todo esto?
Dicho sea de paso, ¿cuántos youtubers conocemos hoy que no tengan un libro y que además, este no sea superventas? En el año 2016 en Colombia, la Feria Internacional del libro literalmente colapsó con la presentación del libro de German Garmendia, la discusión entonces fue de igual intensidad, una literatura menor estaba ocupando el territorio de una literatura mayor. Pero ante esta proyección de ventas, ¿por qué iban a estar las empresas editoriales recelosas de adoptar algo que literalmente está aumentando sus ventas?
Ante el caso de Seix Barral, Visor libros o Espasa, que han seguido este modelo de publicación, también debemos preguntarnos, ¿creíamos de verdad que estas casas editoriales eran guardianas de una literatura -por decirlo- verdadera?
El mismo 5 de febrero Jorge Carrión publicaba, “Tácticas de supervivencia de la poesía”, donde se ponía al centro de la discusión diciendo que, “David Leo García (ganador de un premio televisivo) podría haber publicado su nuevo libro, Nueve meses sin lenguaje, en cualquier editorial, incluso en las que publican mensajes fotografiados por instagramers o letras de canciones pop como si se trataran de auténticos poemas. Ha escogido, en cambio, compartir con Efraín Huerta, Alberto Cardín, Jorgenrique Adoum o Chus Pato el catálogo de Ultramarinos, un humilde y exquisito sello de Barcelona” (NYT, 2019).
De esta forma delineaba dos bando. No hace la falta ya entrar en detalles. Acto seguido, Carrión presentaba lo que para él serían editoriales idóneas, donde se refugia la poesía:
Ese respeto por el arte poético y ese diálogo son afines al que encontramos en muchos otros poetas contemporáneos y en las pequeñas editoriales en que a menudo publican. También en Barcelona se encuentra Kriller71 y del mismo tamaño hay proyectos en Madrid como La Bella Varsovia o Los Libros de la Marisma.
En Buenos Aires una editorial afín podría ser Añosluz y desde allí el mapa editorial y poético de América Latina podría ir ascendiendo a través de Cuadro de Tiza de Santiago de Chile, Tragaluz de Medellín, Libros del fuego de Caracas o La Dïéresis en Ciudad de México.
Para poner una imagen de fondo, David contra Goliat.
Si bien las editoriales independientes son una fuerte maquinaría para presentar propuestas o autores nuevos, a decir verdad no cuentan con el alcance que debería. Recientemente, y por poner un ejemplo, en una entrevista a la escritora Luna Miguel hecha por Ernesto Castro, esta mencionaba cómo un libro que presentaba poetas jóvenes mexicanos, como los “Reyes Subterráneos” (La Bella Varsovia, 2015), apenas si había vendido.
Al otro lado tenemos la discusión sobre las redes sociales. Los críticos literarios aún no saben definir si son una herramienta fiable para alcanzar lectores y darse a conocer, o simplemente una manera para banalizar el arte mediante la exposición de literatura efectista en busca del like. En este sentido, Antonio J. Rodriguez publicaba para el diario El País un texto llamado: La literatura también se “uberiza”, a propósito del premio otorgado a Sastre y la importancia que tienen las redes en la concepción de alguien como autor. Luego de hacer un pequeño panorama, se pregunta Rodriguez reflexionando sobre la presencia de autores como Rupi Kaur, “Históricamente, la literatura ha venerado a las figuras secretas, anti-marcas como Salinger o Pynchon, al margen de la promoción y de los medios. Pero, ¿son viables personajes así fuera de la maquinaria de la industria editorial estadounidense?” (El País, 2019)
Hay algo, sin embargo, que parece unanime en esta discusión. Las editoriales aprovechan la proyección y alcance conseguido por un autor o persona, para crear alrededor de él un producto que les beneficie. En todos los casos, nadie ve que Sastre se beneficie más allá de portar un eslogan que diga, “ganadora del premio Biblioteca Breve Seix Barral”. En su lugar, se discute con mucha mayor fuerza el cómo -probablemente- la editorial usa a Sastre para llegar a un público jóven que aumente sus ventas. Y quiero dejarlo en este sentido, porque el mundo editorial se ha construido a base de contratos abusivos, en los que los autores no tienen real control de sus derechos, o de la publicación de sus libros, ni de un pago establecido, ni de prácticamente nada (esto en todos los niveles, recordar la problemática sobre los derechos de la obra de Bolaño que tenía Anagrama). La respuesta airada frente al premio de Sastre podría tratarse de no menos que de la respuesta ante la desigualdad en el mundo editorial, en el que unos pocos siguen siendo beneficiarios del trabajo de los autores.
Dice Carrión que:
Importa señalar que estamos acostumbrándonos a pensar la poesía en términos de grandes clásicos, de consagración, de reconocimiento tardío (…). Habría que invertir la pirámide mediática y recordar que en la base trabajadora y en las clases medias, intergeneracionales, existe un caldo de cultivo poderoso (…), configurado por miles de poetas y de editoriales que siguen creyendo en un arte que, aunque pierda peso en el mercado de la atención y en el ecosistema de las narrativas, sigue conectando con el núcleo duro de la comunicación, de la espiritualidad, del verbo recreativo y creador (NYT, 2019).
Al respecto, y más allá de la discusión sobre una literatura real o menor, los autores necesitan hoy más que nunca asociarse para tener claros panoramas y decisiones acerca de los modelos, medios y formas de publicación que los protejan. Inclusive Sastre los necesita. Unai Velasco deja entre ver que si bien estos autores se convertían en superventas, comenzaron con periodos de autopublicación, auto promoción y crecimiento en solitario. Luego aprovechado por las editoriales.
Ya que el trabajo del autor hoy, como se presenta en el artículo de Antonio J. Rodríguez (y como lo ha vivido cualquiera que escriba), va más allá de escribir, ya que este debe alcanzar a sus lectores, debe trabajar en crear canales de comunicación y distribución, y todo este trabajo la mayor parte del tiempo no representa ninguna remuneración. Deberíamos comenzar a ver que quizá el problema no es Sastre.
Si me lo pregunta, lo que le haría falta a esto es un sindicato de autores independientes. Lo que sería, a mi juicio, la discusión que deberíamos estar dando.

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