(Acerca de Agua, de Ariel Bermani)
por Enrique Decarli
Hay una idea pilar en cualquier
escuela de enseñanza esotérica. Cada día
es un epítome de nuestra vida. Una pequeña réplica. Agua: la nueva novela de Ariel Bermani, sin buscarlo recoge este concepto.
Un protagonista sin nombre. Un único día que termina y vuelve a empezar. Un
gran día sin número, llamado jueves, donde el hombre anónimo, sentado solo en
una silla de plástico que tiene las patas traseras un poco vencidas, seguirá
esperando que el agua trepe a sus rodillas. Y tal vez ni siquiera este anhelo
se cumpla. Si bien el agua ha invadido la escena, ahora parece estancada.
En Agua las horas del sueño hipnotizan
la vigilia. Ese también es un postulado esotérico. Las imágenes que la conducen
están hechas de la misma materia que teje los sueños. Al hombre sentado en la silla
vencida le pasa a menudo eso de prepararse para hablar, construir la frase en el
pensamiento y, llegado el momento, sin embargo, nada sale. A partir de esa
clase de angustias que frecuentan las pesadillas, si no hay forma de
comunicarse, entonces todo se estanca (no solamente el agua). Si nada puede
unir a un padre con un hijo, entonces no interesa de dónde puedan llegar las pocas
palabras que se digan: si desde el centro del pensamiento, del fondo de la
inundación o de algún lugar indefinido del universo. Y no interesa porque no encuentran
destino. Porque el otro no existe, sino en una dimensión fantasmagórica.
A pesar de ese contexto y contra cualquier pronóstico, nuestro hombre reserva
un lugar para lo sagrado: esta es la tercera premisa esotérica y podrían
buscarse más. El dormitorio de los padres donde nada ha cambiado (todo sigue
estancado), ni siquiera las sábanas, que conservan el perfume muerto de memorias
mezcladas; donde duerme el hombre que fue jueves para así forjar, desde el
pasado y quizás para siempre, un vínculo más cercano en el presente de quienes se
fueron.
En ese marco los sucesos se hundirán en la noche, y Bermani nos devolverá,
poco a poco, a la hermosa tradición del extrañamiento rioplatense de mitad del
Siglo XX: Felisberto Hernández y “La casa inundada”. Mario Levrero y La Ciudad. Armonía Somers y “El
Entierro”. Los personajes que irán apareciendo no serán menos oníricos que el
barrio natal inundado. El hombre, de hecho, no lo reconocerá. Tal vez por la
oscuridad. Tal vez por el agua. Tal vez porque esté metido (otra vez) en uno de
sus sueños.
A medida que se aproxime el amanecer, y con el amanecer el final de la
historia, los personajes irán creciendo en carnadura real. La promesa de luz insinuará
en ellos algo que la oscuridad ha mantenido oculto. Aunque eso sí: a condición ineludible
de desaparecer, como se desmenuzan las imágenes de un sueño al tiempo que se
despierta, y se impone la necesidad de silencio. De olvidar lo vivido. Esa noche.
En el sueño. E incluso en la vida.
Rafael Calzada,
15 de abril de 2015.
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