Había terminado en la boca de una serpiente. Mi cuerpo cabía perfectamente
En su fina lengua, estaba parado justo debajo de su colmillo mas filoso y letal.
No se movía en absoluto, parecía estar esperando algo. ¡Aquel flagelo no era
sólo nuestro!
La boca estaba completamente abierta, bastaba con que de un paso hacia
adelante para que la boca amenacé con cerrarse por completo.
Mis cabellos se habían vuelto blancos. Descubrí espantado que podía ver a
través de mi carne, observaba claramente mis huesos, órganos, la sangre
corriendo como furiosos ríos, los millones de ojos que me anunciaban todo
el tiempo.
Tenía casi en el centro del pecho un órgano que parecía el motor de todaaquella estructura, bombeaba sangre a todos lados y no paraba de contraerse.
Tranquilamente podía creer que aquello fuera el corazón, pero preferí seguir
creyendo que el verdadero corazón no tenía forma física, ni simbólica, no
podía nombrárselo nunca y mucho menos permanecer en un solo sitio.
Empecé a tener miedo.Vi como afuera empezaba a congelarse todo: animales,
insectos, incluso la hierba. Por el contrario, las piedras habían empezado a
ablandarse.
La serpiente no parecía dar signos de malestar, el frió no parecía afectarle en lo
más mínimo.
Fue una milésima de segundo en el que la serpiente cerró y volvía a abrir su boca.
Ahora en frente nuestro teníamos a otra serpiente que la enfrentaba con postura
hostil. Era gigante, la doblaba en tamaño. Empezó a avanzar hacia nosotros. Salté,
grité, corrí hacia adelante y hacia atrás, buscaba su reacción, aquello era realmente
amenazante.
La gran serpiente empezó a tragarnos lentamente, cerré los ojos despidiéndome del
mundo.
Se hizo un silencio, una pausa, un reacomodamiento obligado de los planos agitados.
Yo seguía vivo. Allí tenía aire y luz. Todo lo necesario para que viviera.
Estaba en la boca de una serpiente, en el estómago de otra, y era cuestión de tiempo
que pronto termine en la cola.
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