Llegó a la oficina la joven y atractiva secretaria del gerente. Yo, un simple empleado transportador de maquinas pesadas, el morocho por la grasa aunque fuera blanco, casi pálido, debajo de las capas grasientas.
Cuando por casualidad tenia que hacer una diligencia, subía a las oficinas de los cargos importantes, la encontraba caminando por lo pasillos, agarrandose de las paredes para no salir flotando. Muchas veces pensé que era un ángel o una aparición de una mujer demasiado hermosa para ser de este mundo.
Pasé a su lado, le dije buenas tardes o buenos días según la ocasión. Hace un año que trabajo acá y solo la ví dos veces. En esos momentos trate de disimular mi asombro al verla flotar. Seguí con la mirada sus movimientos producidos por la brisa de una ventana lateral del pasillo. La vi flotar de un lado a otro, el viento le modificaba el trayecto. Fui un nene mirando un avión en el cielo, entre nubes era ella lo magnifico de volar sin paracaídas…
Quédate vestida, déjame verte un poco más. Quiero ver como la ropa simula vestir tu cuerpo, como la pollera recorta tus piernas y deja el resto a la imaginación.
Desde el pie te recorro con la mirada, subo por tus rodillas, veo en tu entrepierna una oscuridad encantadora, no puedo dejar de pensar en que quiero llegar ahí.
Pero sigo en mi lugar y vos en el tuyo. Desde acá puedo ver tu remera sosteniendo tus pechos que emergen como dos lunas, me cuelgo de una con mi ojo izquierdo. El resto del cuerpo quiere comerte pero se detiene en un dedo.
Mi dedo te recorre hasta la oscuridad, mi miembro se acerca, pareciera temblar, tal vez para ir a tono con tu vientre. Subo más...
Mi mano entera intenta desnudarte. Nuestros cuerpos juegan a arrancarse la ropa, la piel. Empezamos a maullar como gatitos. Te voy a desnudar y vas a desaparecer, porque sos una alucinación recurrente.
Tenia que viajar a La Pampa y dejar tres maquinas de campo allá. Entré a buscar una encomienda en la oficina de mi jefe, me dieron permiso de hacerlo por la urgencia del asunto.
La encontré revisando el escritorio. Por fin la tuve cerca otra vez, no pude evitar sonreir. Me miró asustada, atiné a irme. Ella me rogó que me quedase, pidiendome por favor que no dijera nada de lo que había visto. Porque si se lo contaba a alguien perdería su trabajo. Yo simplemente asentí con la cabeza.
Poco a poco te volviste terrenal, fuiste más pesada, tanto que estuvimos a la misma altura hasta que te agachaste, diciendo que harías cualquier cosa por no peder tu trabajo.
1 comentarios:
Muy bueno amiga, como ya te lo dije, ese toque tuyo es sólo tuyo, tus cuentos son geniales y cautivadores...
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