Cada vez que oigo la puerta de casa, la empiezo a odiar intuyendo su llegada. Con esa vieja odiosa el sexto sentido no me falla, la veo entrar y como si yo misma estuviera fuera de mi cuerpo, veo las contorsiones de mi cara intentando simular una mueca amistosa, imposible.
¿Pero que podía hacer? Es una mujer sola y anciana, sufre del corazón, no puedo ser tan inhumana, dejarla a la buena de dios sería algo terrible. Si fuera esa mujer con olor a colonias baratas de Avón mi mama, ¿acaso me gustaría la dejaran sola?
La vieja llegó eufórica, eran las 16.30 si mal no recuerdo, gritaba:
-¡Nena, nena! ¿Estás? ¡El 38, me lo perdí! ¿Nena?
-Si, Amelia. Acá estoy ¿Qué pasó?
Dos horas la escuché relatar un episodio de suerte y de números, que bien podrían concluir en una oración: ¡No- agarré- el- 38-, en- la- matutina- y- eso- que- pensé- en- jugarlo- un- rato- antes! Pero no, la vieja se obsesionaba en hacer un relato absurdo que yo debía escuchar ¡Por dios!
Me dijo:
- Prendé la tele, poné Crónica. Jugué un numerito a la tarde… a ver si sale.
Apenas puse el canal, ella tuvo ganas de ir al baño. Cuando volvió le dije que su número había salido a la cabeza de la nacional, pero que no estaba segura porque justo se había cortado el cable. Salió corriendo muy exaltada a cobrar su supuesto premio.
Pobre.
Se fue a tiempo para que pueda ver a Rial tranquila. Ese programa me devuelve de alguna manera a lo que siempre anhelé: que cada famosa me cuente sus historias, como si yo fuera parte del gran elenco del espectáculo.
Cuando termina, no queda nada para ver, salvo el noticiero o algún programucho. Aprieto el botón rojo del control remoto y ahí estoy yo de nuevo, reflejada en la pantalla negra, en una casa miserable, donde sin glamour recorro las baldosas negras y blancas, buscando unos verdes reconfortantes.

-¿Nena?
-Ya le abro Amelia.
Ahora toca la puerta antes de entrar, dice que tiene miedo de darme un susto y que no se perdonaría hacerme algún daño. Después del ataque al corazón que sufrió cuando fue a buscar aquel premio, está muy pendiente de las emociones fuertes. Quiere una vida sin sobresaltos para poder seguir viviendo.
Evita asustarme para no asustarse ella, esa es la verdad. La entiendo: esa siniestra forma de aferrarse a la vida, a mi vida, a las charlas sin sentidos y a los mates amargos. ¿La culpa me hizo entenderla? Que más da, pronto yo también voy a vivir de esas charlas, de esos mates, de alegrías ajenas, quizá de mis hijos o de un final feliz de alguna novela. Quién sabe, tal vez alguien encuentre debajo de esta ropa asquerosa a la mujer brillante que siempre fui.

Porque antes de tener a mis dos hijos, a los 16 años, pedía a los santos que nunca me convirtiera en mi mamá ni en las vecinas chusmas de sus amigas. Esas mujeres que tanta repulsión me generaban al saludarse deteniéndose una en la vereda de la otra, para intercambiar palabras vacías que a nadie podrían interesar; mi cuerpo se anclaba entre la escoba de mi mamá y la manguera de mi vecina. Era un cuerpo tieso, que por un supuesto respeto magnético, no podía retirarse.
Perdían horas hablando del tiempo, de la novela, del programa de Tinelli y bla. Mi adolescencia se acurrucaba en un rincón para imaginar entre rezos una vida exitosa.
¡Ojalá nunca fuera como ellas! Pero Amelia logra de a poco que yo ceda a la conversación. Logra casi por un juego de manipulación siniestro y de cansancio mental, introducirme en su mundo.
Mientras tanto sigo tocando mi cuerpo frente al televisor, deseando al galán de turno. Viendo como me besa apasionadamente por la espalda. Mi sexo de cara al piso, mis dedos cansados de autosatisfacerme; o apretar botones; o lavar la ropa.

Y luego, cuando ya sacié mi ser: nada…o tal vez alguien…

-¡¿Nena?! ¡abrime la puerta!
-Si, Amelia. Ya voy.

1 comentarios:

leandro dijo...

Amelia ... Creo que esta entre uno de tus mejores textos. Tengo el agrado de hacerte este comentario porque e parece una narración muy interesante para pensarla desde el tópico de la cotidianeidad y desde el extremo domestico de algunas " Amelias" qe se hunden comopletamnte en lo que dibuja el texto y, es increible, pero son capaces de vivir así por siempre y encima pensar : "¡Ojalá nunca fuera como ellas!", sin darse cuenta de que en verdad estaban predicando el ser de ellas mismas. Creo que Aleia es un poco eso; una sola y todas aquellas mujeres a la vez. La repetición de lo cotidiano y el emblema de lo que es tan doméstico y de algun modo chato esta en todas la Amelias de nuestra familia, de nuestro barrio y del mundo !

Nadia Sol, magnífico. Gracias por compartir la prosa que haces.

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