Me limitaré a buscar una reflexión tan subjetiva como es el recuerdo de un aroma o la brisa en alguna noche de luna.
Estoy convencido de que la poesía tiene un fin en sí, es un todo que nace cuando es escrita y se completa cuando se lee, y por eso no necesita presentaciones o advertencias. Un poema es como un beso verdadero, no un beso de cortesía que se reparte sin cuidado al llegar o irse de un lugar, que no se pide, que no se anticipa. O como un cachetazo que, sin aviso nos hace sentir el tibio dolor en el rostro.
Anticipar el beso sería robarle esa espontaneidad que lo hace único, anticipar un cachetazo sería prevenir al receptor para que endurezca el rostro, prologar un poemario es advertir al lector sobre si lo que le espera es la suavidad de un beso o la violenta realidad del golpe. Con tal advertencia se perdería esa espontaneidad, esa magia y esa incógnita que se va develando al transitar la página. Al leer un poemario el lector pone su cuerpo, sus sentidos y, ante tanta entrega, no es justo ni para el poema ni para el lector que se entorpezca con palabra ajena esa comunión poema-lector.
Leer un poemario es una experiencia propia de cada lector y única cada vez que es leído, que nos invita a asistir desnudos, libres, sin mapas, sin caminos, ajenos a cualquier indicación.
Estoy convencido de que la poesía tiene un fin en sí, es un todo que nace cuando es escrita y se completa cuando se lee, y por eso no necesita presentaciones o advertencias. Un poema es como un beso verdadero, no un beso de cortesía que se reparte sin cuidado al llegar o irse de un lugar, que no se pide, que no se anticipa. O como un cachetazo que, sin aviso nos hace sentir el tibio dolor en el rostro.
Anticipar el beso sería robarle esa espontaneidad que lo hace único, anticipar un cachetazo sería prevenir al receptor para que endurezca el rostro, prologar un poemario es advertir al lector sobre si lo que le espera es la suavidad de un beso o la violenta realidad del golpe. Con tal advertencia se perdería esa espontaneidad, esa magia y esa incógnita que se va develando al transitar la página. Al leer un poemario el lector pone su cuerpo, sus sentidos y, ante tanta entrega, no es justo ni para el poema ni para el lector que se entorpezca con palabra ajena esa comunión poema-lector.
Leer un poemario es una experiencia propia de cada lector y única cada vez que es leído, que nos invita a asistir desnudos, libres, sin mapas, sin caminos, ajenos a cualquier indicación.
4 comentarios:
¡Me gustó tu anti-prólogo! Este blog empieza a consumirme lecturas.
Genial la comparación con el beso y la cachetada. muy persuasivo el texto... abajo los prólogos!
Me pasaron el blog, lei un par de cosas, y me gustaron.
Quizás me vuelva a pasar por aqui (:
Muy lindas las cosas que escribis como siempre. Algún día espero ser tu musa y que me dediques un poema.
Beso
Publicar un comentario