por Enrique Decarli 



“…sin más preámbulos, con la sencillez de los cataclismos”.

Armonía Somers.


Después de haberse degollado, el cuerpo tirado en el piso busca la cabeza para volver a ponérsela sobre el cuello, como un casco de combate. Así empieza la novela de Armonía Somers. Es de noche. Con la cabeza entre los hombros, la mujer desnuda sale al campo, y es a partir de ahí que podrían compartir escenario diferentes situaciones o personajes que desfilan en Yeguariza (Kintsugi Editora, 2020), el poemario de Camila Vázquez.

Yeguariza es un libro conceptual de varias lecturas posibles. Ante un universo claro, la primera impresión es que se trata de poesía telúrica. Poemas gestados en la tierra, nutridos por la naturaleza, que se propagan, salvajes, hasta zonas inimaginables. Cada pieza celebra una comunión interna y ancestral. La lectura deriva en conexiones secretas, y aunque recién ahora (sentados, leyendo) lo entendamos, la intuición indica que nos llegan a través de los siglos. Volverse uno con la tierra, la llanura como una forma de todo, la piel hecha nervadura, la yegua mujer. Las fuerzas desconocidas que actúan pueden leerse en clave metafísica o tono de superstición (“La llorona”, por ejemplo); incluso, en clave real: una manifestación del costado oculto que la naturaleza reserva para los que no somos chamanes. Sin embargo, esa generalidad que implica, en sí mismo, apelar a la naturaleza, reverbera en lo particular: en el cuero de la yegua, del hombre, de una mujer. 

A pesar de que el universo de Yeguariza esté definido en el texto, esa virtud no margina la mirada social (“Aparecida”, “Gaucha anarquista”, “Otra difunta”). Al contrario, se ensambla, elegante, sin que sea obvia la zona de interpelación, que apenas se vislumbra en las situaciones que plantea la ficción, haciendo equilibrio en la entrelínea poética, a modo de posible conclusión y no de premisa inapelable. La fuga, entonces, implica tanto la decisión de romper una situación de estancamiento, pero también de cautiverio físico o moral. 

La escritura transparente de Camila Vázquez devuelve, en forma de poesía, los mejores pasajes de Antonio Di Benedetto: “Los Reyunos”, “Caballo en el Salitral” y “Aballay”, por citar títulos de ambiente rural. En la variedad que ofrece el poemario, algunas imágenes recuerdan pinturas de Frida Khalo (pienso en la floración de “Menta”). También hay un homenaje a Kafka, y verso a verso el poemario rinde tributo al ritmo y a la musicalidad: las vi alejarse / dejaban la sierra / huérfano el territorio / niños y hombres igual / nadie flaqueaba en el trayecto / no eran las mismas / yegua y mujer / un solo cuerpo una sola tracción / galope.

Sin agotarse en las primeras lecturas ni en la materialidad de los gestos que revela, las cosas que se nombran: abismos, distancias, siglos, no se reducen al mero uso acertado del lenguaje. Detrás de cada poema hay algo abisal, y entonces comprendemos que el lenguaje fue utilizado como vehículo de trascendencia. Qué hay detrás de una mujer que acaba de degollarse y ahora, frente a nosotros, se reanima para ponerse, otra vez, la cabeza entre los hombros. Tal vez la Pampa en silencio. Es de noche. Y algo brota desde adentro.

José Mármol,

3 de septiembre de 2020.


 | extracto de Yeguariza |



Manada 

decía 

y era al instante eso mismo 

palabra y cuerpo 

el deseo 

cuerpo 

de la palabra 

una ella con las otras 

ansiedad atropello por existir 

tiempo escaso 

¿había vivido antes así?


...


Fragaria 

¿cuántas manos cortará 

la espina? 

¿cuántas veces sangraremos 

antes de beber el néctar? 

¿será tu jugo el mismo 

en mis venas? ¿así de dulce será 

la sangre propia?


...


Estarse

basta poco para tenerte quieta lucero

agua de río

gramilla

un cielo abierto a la llanura

¿por qué huirías?


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