ilustración de femimutancia 


por Ariel Luna

Mientras esperaba que lleguen les demás Víctor sacó un frasquito que guardaba en su riñonera. El calor húmedo de enero era inaguantable. Hacía un mes que no llovía y el vapor parecía acumularse con especial interés en aquella zona del bajo de Boulogne. Era el mes de la sequía, sin lluvia y sin sustancias. Los tranzas viajaban a la costa y el barrio quedaba dividido entre les prevenides que se acordaban de guardarse algo y les colgades que andaban dando vueltas para ver si alguien les giraba alguna tuca. Victor tal vez quedaba afuera de esas dos categorías, así como de tantas otras.

  En el pequeño frasco llevaba un pedacito de prensado, que por nada casual había encontrado en la billetera de su hermano Sergio, cuando lo que buscaba en principio era algo de guita. Reivindicar plata de su familia era algo que le causaba especial satisfacción. Su relación con elles por momentos se tornaba hostil. Víctor era el menor de tres hermanos. Su madre era trabajadora municipal y su padre se había borrado hacía varios años. En ese momento Carlos, el hermano mayor, comenzó a hacerse cargo de la economía familiar y se adjudicó el rol de “onvre de la casa”, adoptando comportamientos autoritarios y mezquinos. Sergio, el hermano del medio, trabajaba en una fiambrería del barrio. En apariencia era independiente, pero su madre le hacía absolutamente todo. Sin embargo, ese privilegio pasaba inadvertido; no para Victor. A él le tocaba recibir órdenes y reiterados reproches por no ajustarse a la dinámica familiar. 

  Sentado en unas de las escaleras intentaba picar el porro que estaba seco y duro como la estima hacia sus parientes. Desde allí observaba las construcciones de los monoblocks. Sus pasillos laberínticos eran símbolo de la condición en la que se encontraba, desorientado y sin tener muy claro qué dirección debía tomar. Ante la duda se armaba uno. En el patio del complejo unos pibes jugaban a la pelota. Victor miraba con un poco de envidia a dos de ellos que estaban en cuero. Ese sentimiento le resultaba incómodo, pero más incómodo aún era el binder que llevaba puesto. A pesar de las altas temperaturas él prefería usarlo, la faja pectoral le producía una comezón insoportable. Se había imaginado incontables veces andando sin remera, con la misma libertad que los pibes que a menudo se paseaban por el barrio con el torso desnudo, sin pudor, sin miedo, sin disforia. 

  La lengua humedece la seda, el cigarro se materializa al enrollar el último tramo de papel. Magnifico cilindro relleno de hierba cortada con las más finas porquerias. Luego de realizar la importante tarea aseguró el faso colocándoselo en una oreja. Al levantar la vista reconoció inmediatamente a Luquitas, que se acercaba sin prisa y cargando al hombro una especie de bulto con forma de balón.  - ¡Que onda turro!, traje una sandía.- dijo Luquitas al intercambiar saludos. - ¿Tenes para cortarla? - Preguntó Victor, y adivinando la respuesta, se adelantó a sacar un cortaplumas de la riñonera. - Ni filo tiene, pero puede andar.- Y le facilitó el instrumento para que proceda con la incisión. Solo faltaba Ayelen, que era la más colgada y siempre caía tarde. Victor y Lucas aguardaban su llegada comiendo la enorme y refrescante fruta. -¿Empezaron sin mí? -Dijo Ayelen con tono irónico cuando al llegar los vió sentados en la escalera celebrando aquel festín. -Te esperamos para el postre.- Contestó Victor señalandose la sien, indicando orgulloso el preciado estupefaciente. Agarró el porro y se lo giró a Ayelen para que lo encendiera.

   El humo era una buena carnada para atraer manijas, desafortunadamente esa no era la intención. Aun así, en efecto se acercó rápido uno de los pibes que estaba jugando al futbol. -Ey wacha, me convidas una seca de eso. Dijo el pibe dirigiéndose a Victor que pitaba pausadamente mientras sostenía la mirada penetrante sobre los ojos del pibe que empezaba a impacientarse. El misgendreo había quedado resonando en la cabeza de Víctor, y sin demostrar su enojo le pregunto: -¿Y vos que nos das a cambio?.  Por la expresión en la cara del pibe, Victor supuso que su intención de sacarlo de foco estaba dando resultado. -¿Tu hermano sabe que fumas esa mierda?. -¿Y vos que sos policía o el gato del gil ese? El pibe no supo que contestar, confundido se dio vuelta para ver a sus compañeros como buscando algo en ellos que pudiera negociar. Con un aire de resignación volvió sobre Victor esperando que él le facilitará la cuestión. -Ya se. Juguemos un partido. Nosotros tres contra ustedes cinco. Si ganan ustedes se quedan con el porro. Si ganamos nosotros nos compran una coca. ¿Qué te parece?. Al pibe se le dibujaba una sonrisa bolasera. Pensaba que la apuesta era buena, y fue a contarles a sus copañeros sobre ella. Mientras se acercaban a los pibes que seguían jugando, Victor con carpa puso al tanto a sus amigues sobre su plan.

   Sergio jugaba con el grupo de pibes cuando vio que se acercaba su hermano. Sintiendose molestado fue a encararlo. -¿Y vos que haces acá? -Vengo a enseñarte a juegar al futbol, y al gil esté a que respete los pronombres. -Como somos menos sacamos nosotros, dijo Ayelén agarrando la pelota y les tres se fueron cerca de su arco. Sergio discutía de forma caprichosa con sus compañeros porque no quería jugar con su hermano. Lo que no sabía era que su deseo iba a hacerse realidad. 

   Victor, Luquitas y Ayelen se habian alejado lo suficiente y sabían que era el momento indicado -¿A la cuenta de tres?- Propuso Luquitas. Y al unísono todes pronunciaron. -Uno, dos, ¡tres!. Fue entonces que salieron corriendo tan rápido como pudieron. -¡Se llevan la pelota!- Gritó uno de los pibes atónito por lo que veía. -¡Volvé acá lesbiana de mierda!. Gritaba embroncadisimo él que había hecho la apuesta. -¡Te re cabió, chongo pelotudo!. Fue la respuesta que recibió junto con eufóricas carcajadas. Sergio en principio quiso perseguirles, pero ya era demasiado tarde. Pudrirla resultaba gozoso. Escaparse con el botín, corriendo como criaturas cuyo espíritu aún no ha sido domesticado, les dió la vitalidad que hacía tiempo no experimentaban. 

   La tarde empezaba a caer sobre el baldío que se encontraba en las afueras de los monoblocks. Allí les pibis jugaban a la pelota y fumaban del porro que tambíen había sido robado. Víctor sonreía cuando pensaba que la situación podría ser aún más ideal. Así que se sacó la remera, luego la faja, y con sus tetas de pibe al descubierto sintió por fin la libertad que había deseado durante mucho tiempo.


| sobre la autora |

Ariel Luna (1995) es escritora, música y activista trans no binaria, anarkista y conurbana. Desde los 16 escribe diarios como modo de supervivencia. A los 20 comenzó a leer sus poemas en varietés y ciclos artísticos. Actualmente se encuentra incursionado en el mundo del fanzine. En septiembre de este año editó su primer plaqueta de poemas basada en su blog “amor activista”.

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