Por Barb Pistoia

Apenas se abre Furgón, de Ariel Bermani publicada por Paisanita Editora, se percibe el estilo minimalista de esta breve novela que no escatima clímax cómplices ni construcciones fantásticas que nos reconcilian con el placer de viajar. Siempre tenemos por delante el viaje, el viaje como medio, como destino, como encuentro e instancia de acción y reacción. El viaje como oportunidad y salvación. Eso es Furgón.

Pasando las primeras hojas de información obligatoria y la dedicatoria, nos topamos con un verso de Alejandra Pizarnik y la carátula de la primera parte: “Capaz me ato a un cohete para llegar al cielo”. La segunda, que cierra el libro, se llama “El cielo”.

Lo que al principio parece solo una impresión de “ah, podría ser como jugar a la Rayuela pero con el punto de partida llamándose diferente aunque sea lo mismo” termina siendo real. Pero “¿Qué es el cielo?”.  En sus páginas hay indicios y sobre todo una gran pista a seguir para alcanzarlo a piacere, porque si hay algo que el autor propone es el de salir del lugar común. 

La narración lleva ritmo de viaje agrupada en historias cortas. Cada una, funcionando como capítulo de las partes, lleva nombre de diferentes estaciones de la Provincia de Buenos Aires y mecha con los nombres y perfiles de los personajes, así se los conoce un poco más.

A lo largo de la novela se logra intimar en el misterio que sobrevuela todo el tiempo a Furgón y su espíritu de encontrar el héroe colectivo entre los anónimos que hacen a diario su historia, desde la base de resignificar lo heroico.

Cada uno con su mundo a cuestas yendo y viniendo. Ese mundo imaginario que en algún lugar debe sentir que él nos lleva a cuestas a nosotros. O al menos a estos personajes que regalan perlitas en diálogos simples, no pretenciosos y con ganas de atrapar la curiosidad del lector (lográndolo) para contagiarlo de cierta actitud frente a los paisajes atormentados que enfrentamos a diario. Tensionando sin cortar nunca la soga, la novela de Bermani nos invita a mirar alrededor, a reconocernos en el otro, a salir a buscar rumbos sabiéndonos que en algún momento vamos a tener que dejarnos encontrar.

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