Osvaldo Baigorria escarba en los 80, una década ambivalente de amor new wave y sordidez post dictadura. Esta compilación de artículos, publicados en las míticas revistas Cerdos y Peces y El porteño, editada por Blatt & Ríos es un bosquejo con mucho nervio outsider y la versión de los ochenta que más nos interesa: la contracultural.
por Alejo Vivacqua

Las doce notas que conforman este libro sirven como espejo en el que
mirarse como argentinos, un retrato de época segmentado en los temas que más
parecían preocupar a mucha gente que estaba en movimiento y que no sólo tenía
que ganarse la vida, porque como bien explica el autor en una de las
anotaciones, “había también que ganar la calle, la cultura, la transición hacia
una libertad que merecía que no se diera un sólo paso atrás”.
Desde un perfil de la movida pospunk o del verano del amor hippie en San
Francisco, pasando por una crónica del carnaval de Río de Janeiro hasta un
ensayo corto sobre el feminismo y la pornografía, Baigorria no deja asunto sin
retratar, para confluir, y siempre con el fantasma del sida rondando, en una
entrevista con su amigo Perlongher en la que ambos debaten sobre la
homosexualidad, la militancia y la represión.
Decir que la Cerdos & Peces era contestaría sería una obviedad, pero
decir que la mayoría de sus artículos e investigaciones provocarían hoy, treinta
años después, el mismo escándalo en la opinión pública obliga a plantearse
muchas cosas. El rol del periodismo es una constante preocupación en Baigorria,
del que se ocupa en el prólogo y sirve a modo de reflexión final y tajante:
“Estas notas que me dieron alimento hace casi treinta años, escritas en
una máquina Olivetti a las apuradas para llegar al cierre y pasar la factura
antes de que la inflación me devorase el importe a cobrar, tienen todo el
descuido de la actualidad, aunque no de cualquier actualidad, sino de una en la
cual podía practicarse, dentro de un par de pequeñas pero influyentes
publicaciones, un periodismo bastante independiente de los grandes medios y el
Estado, y donde incluso un humilde colaborador free-lance podía escribir con
alto grado de autonomía ante el patrón, director o editor en jefe”.
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