Perro, un cuento rural, la obra de Hernán Grinstein, obliga a preguntarse si la humanidad representa la verdadera libertad o solo es otra forma de alienación. Mientras que la naturaleza se presenta indómita, los limites son pura potencia. El lado salvaje es tal vez la manera que encontraron los hombres para anclar el imaginario de la libertad.
Por Vic Armada
Toda convivencia
es un experimento. El sentido común dice que en la ciudad los límites son más difusos, el cerco eléctrico de concreto frena el acercamiento. Pero el campo es
una pista de baile infinita, donde la música suena despacio y la inmensidad
hace de imán hacia el otro. Hernán Grinstein opta por una representación de lo
rural acorde al imaginario general, un espacio bucólico que en realidad
encierra una total oscuridad.
Una casa, una
pulpería y un ring son los espacios en los que se juega El perro... El
mito del campo suma un componente de extrañamiento. Aún hoy sigue siendo un
territorio algo desconocido, la superficie ideal para develar un secreto
siniestro.
Cinco personajes
interactúan en un ring virtual. El Perro (encarnado en una extraordinaria labor
física por el propio Grinstein) es gobernado por el cruel Tony (José María
Marcos), quien también tiene como esclava a Leyla (Maday Méndez), una
prostituta que de noche sueña con cantar. Ricardo (Francisco Franco) y El
Tuerto (Tulio Gómez Álzaga) completan la iconografía rural como dueños de la
pulpería y apostadores en las peleas.
Lo interesante
de Perro...son los distintos matices de provocación: Tony cae como un
manto de piedra sobre la existencia de El Perro mientras Ricardo y El Tuerto
trabajan sobre una incitación más esquiva pero igual de objetivizante. Y dentro
de la timidez de Leyla.
Si bien en la
literatura se han usado animales como representación de ciertas características,
el perro es una metáfora incomparable. Es la verdadera dominación del humano
sobre su propio animal, la negación de su naturaleza.
Todo parece
dirimirse en el cuadrilátero. El Perro lucha entre una animalidad forzada (una
violencia que parece instintiva) y comportamientos que superan los instintos
(puede llorar o sentir atracción por una mujer). Si bien las peleas
clandestinas tienen un tufo a ilegalidad, se trata de una violencia legitimada
por sus propias reglas y sus actores que generan una ganancia. La presencia del
Gauchito Gil no es un elemento casual, hay algo en la religión secular que
ensancha la subjetividad.
Perro... obliga a preguntarse si la humanidad representa la verdadera
libertad o solo es otra forma de alienación que por naturaleza es más discreta. El director y el
elenco logran una sugestión abrasadora, la disputa constante entre el atropello
físico y un tipo de agresión menos obvia, más sutil, pero más efectiva.La violencia
permanente de la pieza no es gratuita. No se limita a un único momento de nudo
dramático, es un intento por no naturalizar la agresividad como un monóxido de
carbono que se respira como aire puro.
El título no
podría haber sido más acertado. Perro... es un cuento, un relato que
emerge de las profundidades de la llanura. Es una micro historia y a la vez es
universal, que empieza pero no termina. La parte de El Perro que tenemos todos
se adhiere al espectador como un chicle que se hace parte del zapato.
Finalmente, la coexistencia física – llevada hasta sus últimas consecuencias en
un paliza- no es una garantía, la soledad está entre nosotros.
[Funciones]
Domingo 21 hs, Teatro Timbre 4 | México 3554, CABA
Localidades: $70 | Estudiantes y jubilados: $50
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