Haciendo honor al nombre del grupo, a través de los once temas de su disco homónimo, la banda platense desarrolla una receta práctica de felicidad, lisergia y dioses de esquina para sobrellevar los dolores de la realidad. La propuesta de conjunto es clara: hay que viajar acompañado por guitarras filosas, bajo sólido y una batería ligera. 

Por B.S

Caos es algo a lo que hay que sobrevivir. Se necesita un programa, y un método. La teoría es sencilla: hay que comenzar por la felicidad. De las cosas simples, del barrio, del cordón de la vereda en año nuevo, del agua que cae por una gotera. Esa es la primera de tres propuestas (filosóficas)  que aparecen en el disco Teoría del Caos, cuyo adelanto fue presentado en septiembre de 2012, por la banda plantense que integran Agustín Ramos Costa (batería), Nicolás Adrover (bajo), Pedro Bedascarrasbure (guitarra) y Sebastián Coronel (voz y guitarra).

Definidos como “can­ciones de espíritu gru­pal y rockero” en la página de Uf Caruf!,  sello digital copyleft que la banda integra, los once temas que componen el disco trazan un camino de curvas cortas. Cada instancia de ese sendero que empieza en “Año nuevo” y termina con “El viaje”, no se extienden más de cinco minutos. Baterías de base sólida, punteos movidos y un bajo líder abonan la poesía de los primeros cinco temas.

El disco arranca con un tono, en apariencia, alegre. La guitarra hace su juego mientras una bata sobria calienta motores, la canción va buscando realidad, alguien pinta un cuadro sobre año nuevo, las escenas típicas: la sidra tibia, los chicos en las esquinas con sus fuegos de colores, perros llorando de miedo, alguien aburrido en un sillón piensa “el año nuevo no tiene nada para ofrecer/ el año nuevo no tiene más que un amanecer”.

En “Después de todo” una guitarra chillona dialoga con la voz, que apunta y dispara: “eso lo vi/ estaba sola, loca, corriendo/ alguien junto al mar/ después de todo ella era feliz”. Puede sonar redundante, pero una banda de rock debe hablar del mundo tal cual es: injusto, crudo y episódicamente alegre.

La segunda propuesta aparece junto con el primer quiebre del disco en “Árboles”. No se trata de una inflexión positiva, o negativa. Es, simplemente, la realidad que no puede ausentarse. A partir de allí, las letras mutan en crueles. Porque, de otra forma, “Tal vez te suene hippie el porvenir “, como señala el quinto tema. A partir de allí, episodios de desidia y lisergia traducidos a verso se mezclarán con finales abruptos para cada canción.

“Santo cielo”, es la bienvenida a la segunda parte de la teoría: “Nadie va a buscarte si te perdés en altamar/Nadie va a comprarte flores después del día final”.  Acompañan los rasgueos de la viola eléctrica repentinos golpes de platillo y un bajo que marca la subida en la tensión, rumbo a descubrir el producto final. “Las ventanas del cuarto del hotel/todas llenas de pestañas, /yo no tenía ni para la función/ del circo del mañana”. 

Los gritos son fuertes y desgarradores, como los que retumban por los callejones de cada día: “Te escucho ahí, en los sueños tan real, /mañana es, lo que queda de verdad, / tu recuerdo me hace bien, / ya es de noche en la ciudad”, recita “Dónde estarás”.

A partir de allí, quien escuche el disco con atención sabrá, sin dudas, del dolor. A través de las letras, y de la armonía entre cuatro músicos jóvenes sabrá, entonces, cómo afrontar la vida: “Lo efímero no es real, /ante los ojos de mi dios”, reza “Fuimos”, octava canción y preludio del final.

Final, porque el noveno tema, Click, escupe la última parte de la teoría. Como no puede ser de otra forma, sino no sería teoría, los últimos tres temas forman la acción. La parte práctica, la aplicación de conocimientos. En este caso, para el caos. Y, por eso, el descontrol saluda; con los redoblantes al mejor estilo de garage, con separación de micro segundos, y la voz de Sebastián Coronel: “Habrá que hacerle un click/ Habrá que no hacer nada/ O pararse y levantar las sombras/ Y dejar que el sol entre por todos los rincones donde ayer/ Quedaba nada. / Y salir al fin, y dejar atrás, la tormenta pasaba”.

La voz no es la mejor. Pero seguro es parecida a la de alguien que conocés. Un profeta, con una teoría, necesita generar identificación y empatía con su público. Hay que ser sincero, como en el tema número 10, “Mil disculpas”, donde aparece la sorpresa: no hay teoría. Y allí radica el lado punkrocker que distancia a esta banda del común: “No tengo el remedio aquí, / para contestarme hoy, / vivo enfermo por saber, / quién soy”. Cuerdas agudas presentan la despedida.

“El viaje”, última canción y la más larga del disco, comienza creando un ambiente jazzero. Bajando el humo, porque llega el saludo final: “Cuando quise acordar, armando los bolsos me encontré, / y nos saludaban los árboles de la terminal. / Los de su edad no llevaban relojes, / dejaron al tiempo en un funeral”.

Bajo los mismos árboles, los andenes quedan vacíos y un colectivo sale hacia otro disco. La Teoría del Caos se esfuma del parlante. Reina, al final del camino, la duda. Como al principio, como en un coro, como en un disco, como en la vida, como en el amor, como en una gotera. Lugares donde siempre, pero siempre, esperamos una banda de rock que nos ilumine con la teoría perfecta. Que, quizás, no exista en verdad. 

0 comentarios:

Publicar un comentario