Los Espíritus dan cátedra de misticismo en su último EP, El
Gato.
Por Joel Vargas
Los griegos tenían una concepción
cíclica del tiempo, todo se repetía. Primero llegaba una época de esplendor
donde los dioses estaban radiantes en el Olimpo y los pequeños mortales bebían de
la providencia del buen vino. Luego se sumergían en una era oscura, trágica,
llena de parias y de dioses enfurecidos. Cuando volvía la luz otra vez
desencadenaba la oscuridad y así sucesivamente. El Gato, último EP de Los Espíritus, tiene esa magia: todo termina
donde comienza, o comienza donde termina.
La canción que le da nombre al
disco es la que abre el juego temporal. “El tiempo pasa lento para mi” canta
Santiago Moraes y desnuda las sombras felinas. No está de más decir que Maxi Prietto quizás
sea el último guitar hero de la
escena independiente vernácula. Sus yeites y arreglos marcan a fuego el ritmo de
todas las canciones. Si la consigna en Prietto viaja al cosmos con Mariano es
experimentar y viajar con/por los sonidos, en Los Espíritus es “tripear” por la
historia del rock clásico. En “El blus” Prietto se calza el traje de un viejo
blusero y deslumbra con sus punteos en una pequeña suite demencial de doce
minutos.
El trip amarra en “Aunque nos vayamos” donde Moraes, la otra
cara de la moneda, ameniza con sus
violas acústicas la épica western de Prietto. El gran finale
es “La sombra del gato”, Maxi demuestra su fuego sagrado con un solo místico
y la rueda vuelve a girar. Un hechizo cíclico.
0 comentarios:
Publicar un comentario