Por Pablo Cristín
Brooke Weeber |
Se me venían
recuerdos a la cabeza. La primera vez que te vi corriendo furiosa a las palomas
de la plaza. Cuando te caíste sobre ese charco de barro y no te importó. Cuando
tu pelo largo y arruinado por el sol te tapaba la cara mientras andabas loca en
bicicleta. Cuando por fin te decidiste. Y cuando te dije lo que sentía. Cuando
escupí lo que sentía. Cuando TE GRITÉ lo que sentía. Cuando todo se desmoronó.
Y ahí estaba yo,
de nuevo, como Romeo frente al balcón de Julieta, aprovechando su última
oportunidad antes de tomar el veneno. Y las gotas empezaban a bajar. Abrí el
paraguas, inmóvil, en el mismo lugar. Mirando la puerta. ¡Qué absurdo! Tenía la
mirilla tapada, la madera húmeda, casi podrida, el picaporte oxidado... no
quería pensar en lo que vine a hacer.
Mientras
escuchaba las primeras gotas resbalar por el paraguas, seguía recordando todas
las veces que estuve parado en esta misma vereda, cada cinco días, desde hace
ya un año y medio. Gracias a eso perdí mi trabajo. Total, sin ella ya no tenía
nada que perder. Y ahí estaba yo, cada día múltiplo de cinco en tu puerta. Tu
puerta horrible, descascarada e inmóvil, como queriendo negarme la entrada con
prejuicios. Esa maldita puerta, ¡Cómo la odiaba! y pensar que te di toda mi
plata, aunque no la querías.
Y ahí estaba yo,
atado a mi grillete de recuerdos, tan sufridos que ni el Polaco hubiera podido,
con su voz, representar tanta agonía. Esperando que el cielo termine de caer,
como cayó aquella vez esa maceta de tu balcón, un día múltiplo de cinco, que
dejó mi cabeza casi aplastada. O ese otro día múltiplo de cinco que llamaste a
la policía. O ese otro día, también múltiplo de cinco, cuando saliste a los
gritos y yo sólo quería hablar.
Y ahí estaba yo.
Y esa puerta inconsciente seguía sin moverse. ¡Claro! Yo aún no había hecho nada.
La lluvia empezaba a mojarme las medias, yo, estupefacto, miraba la fachada de
tu casa sin saber qué hacer. Ya estaba ahí, había caminado tres kilómetros,
gastado mis últimos billetes en una cena que me dejó con hambre y ahí estaba yo
otra vez. Sin nada que perder.
Sin pensarlo,
grité tu nombre. Volví a gritarlo. Otra vez, y otra vez. Cada repetición mucho
más fuerte que la que la precedía. Tu ventana estaba alta, pero aún así pude
ver que la luz se prendía. Tu silueta, que puedo reconocer aún en las más
complicadas circunstancias, se definía muy bien en el contraluz de las
cortinas. Caminabas de un lado a otro. De repente, veo que tu silueta se acerca
a las cortinas con paso ligero. La tela empezó a tambalear en una forma
violenta y vi, casi inmóvil, cómo salía de ella una plancha. Pude notar todo.
Como la plancha, totalmente ausente de sentido y de moral, caía sobre mí. Sin
poder reaccionar, me vi a merced del artefacto, que impactó sobre mi brazo
izquierdo y luego se perdió en la calle y en la lluvia.
Ahí entendí que
todo había sido en vano. Al menos esta noche. La plata perdida, el desempleo,
las visitas al hospital, las quemaduras, las heridas, las fianzas, el
desencuentro, tus manos marcadas en mi cara, tus padres y tu estúpida puerta.
"Algún día
me casaré con ella", dije, mientras el cielo por fin se caía a pedazos.
Cerré el
paraguas y me fui caminando a casa.
[Sobre el autor]
Pablo Cristín (Alias Pablix Pebablds)
es Licenciado en Diseño Gráfico Multimedial y Desarrollador Web, de Ituzaingó,
Buenos Aires, Argentina. Nació en Abril de 1987 y actualmente escribe en el
blog: Parado en el Abismo, que cuenta con pequeñas publicaciones que son
distribuidas en forma gratuita en la vía pública, mezclándose con el paisaje
urbano para que la gente las encuentre de forma inesperada.
[Contacto]
http://www.paradoenelabismo.com.ar
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