Por Nadia Sol Caramella
¿Y si un día viene
tu ex a devolverte la plata de las últimas vacaciones que pasaron juntos y te
dice que espera un hijo de otro? Así arranca Trampa
de luz. La sorpresiva visita hace volar por los aires todo tipo de
conjetura acerca de lo que ocurrirá en la novela. Desde el inicio sabemos que
será la historia de un perdedor que transita por las calles de una posible
Buenos Aires y que entre malabares de subsistencia va ir evidenciando las
ruinas de una relación y los escombros de la debacle económica de su familia
paterna.
Todo ocurre durante
un día caluroso mientras la basura
fermenta en calles desconocidas y el Chevette (tan protagonista como su dueño) se
pudre encallado en el cordón. Capelli decide narrar esta historia
borrando referencias y nombres, produciendo así una intriga deliberada: sin ser
llamada por su nombre, una Buenos Aires apocalíptica se nos presenta como un retrato
impresionista.
El ruido, el
desorden y la mugre del paisaje urbano son el lenguaje del caos y el reflejo del
estado de ánimo del protagonista. La ciudad se convierte en un personaje más, un testigo
del devenir del joven, que a la vez modifica. A través del diario y la
radio, los acontecimientos externos se van intercalando en el relato y el discurso
periodístico aparece deglutido por los pensamientos del personaje. Mientras,
todo lo demás ocurre: el velorio del abuelo paterno, el plan para desfalcar a
sus primos ricos, la aparición de Ariadna –su ex novia chilena-, la noche con
Nadia -una especie de amante irresuelta-, las changas con Silas, el portero.
Narrar en tercera
persona las veinticuatro horas de un día no es cosa fácil, exige un control
afinado del lenguaje, en este caso, la estructura narrativa es sólida y
equilibrada. Presenta varios vuelcos poéticos destacables, sobre todo en las
descripciones.
Con respecto a la
construcción de los personajes, resulta fácil sentir cierta empatía con alguno
de ellos y en el caso del protagonista podríamos decir que no es de esos tipos
que caen bien del todo. ¿Será por ese espíritu loser que lo agobia? De una
manera casi mística este sujeto no es otra cosa que la consecuencia de sus equívocos
constantes, como si viviera bajo los influjos de un karma eterno/paterno. Uno tiende a preguntarse si el día narrado es
parte de un círculo vicioso o si verdaderamente llegaran tiempos mejores.
Si seguimos la
tradición literaria y repensamos el nombre Ariadna y Nadia, podríamos abrir
otra línea de lectura. Con sus billetes, esta Ariadna chilena abre las puertas
de un laberinto: el devenir interno del personaje, que al perderse en él se
encuentra con sus propios monstruos; con esa duplicidad del bien y el mal que
escapa a lo conciente. En el caso de Nadia podríamos insinuar que elude las
nomenclaturas como su tocaya la
Nadja de Bretón, ambas carecen de definiciones y accionan de manera
indirecta en la vida de sus “amantes”.
Llegando al final, volvamos
al principio: el titulo. Una trampa de luz literalmente es un artefacto que
irradia un fulgor ultravioleta y olor a feromonas que atrae
a los insectos; cuando se posan sobre esta
trampa quedan pegados a unas placas engomadas y
sufren las descargas eléctricas del aparato. Y en un sentido metafórico, el
Chevette podría funcionar como trampa de luz, porque no es solo un receptáculo
de los insectos y la basura urbana sino que también es el mecanismo que lleva
las huellas de la degradación del esplendor personal y familiar. Su deterioro
es una metáfora de lo que no vuelve.
“Esta máquina me
ama” dice el protagonista sentado en el Chevette. La mirada hostil de la ciudad
que no duerme enciende la imagen: los ojos de él perdiéndose en el cielo
amanecido, que por suerte, brilla para todos por igual.
2 comentarios:
No tengo idea si le saldría al libro de marras. Pero lo que sí sé es que la crítica del mismo es sencilla, brillante y poética. Algo muy difícl de combinar.
Salú
muchas gracias anonimx! un abrazo!
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