Ser latinoamericano e independiente es todo un tema. La falta de oportunidades y de recursos en el séptimo arte es una constante de nuestro territorio y por lo mismo este tipo de cine es una bandera que flamean directores como el peruano Eduardo Quispe. A continuación reproducimos su manifiesto. 
Manifiesto: ¿Qué es el cine Independiente?
Por Eduardo Quispe
En simples palabras; ver una película que me produce la sensación de deberse a sí misma; que no está parametrada a ganar un Festival, a gustar a cierto típico crítico que cree que ver crecer la hierba es cine, o que mostrar a dos personas tener sexo explícito es ser arriesgado, que se esfuerza por ser “interesante” entendiéndose esto como mostrar historias bizarras (reales o ficticias), con personajes lunáticos, caricaturizados a lo MTV o Locomotion, que se introducen tubérculos al cuerpo, o marginales que beben su propia orina, que se tatúan con sus propias uñas arrancadas de raíz o que son adictos al insecticida para hormigas.
Las poses pop art cholo, las citas de escritores “malditos”, los embustes de intervenir un registro documental para ficcionalizar, la estética reality show, porque eso está de moda. Esas tonterías de manipular la imagen con filtros cochinos, o de colorcitos sicodélicos que ya son anacrónicos, de buscar ser la versión peruana y autárquica de Bresson, de intentar, y sólo eso, ser Tarantino trasnochado, Gonzales Iñarritu en ayawasca.
Darle giros a la historia, todo ese desmadre saturnino de que los malos sean buenos y los buenos no tan buenos y las fruslerías al estilo Christopher Nolan sin genio.
Osea, no hacer una película furcia que postule a que dentro de cuatro años le caiga financiamiento para el “transfer”, una irrumación de productor o financista que siempre busca “mejorar” algunos aspectos formales y narrativos a fin de “vender mejor” la película.
Hago aquí un paréntesis: si haces una película para venderla, entonces eres más comerciante que cineasta, no sé hasta qué punto pero, no podrás negar que haces la película para que determinado público la consuma, y utilizarás determinados códigos y parámetros de venta, algo que haga tu película “aceptable” para muchos o algunos muchos.

Nadie tiene derecho de descalificar, no pretendo hacerlo, sólo se trata de poner las cosas claras. Si alguien me dice que George Lucas es tan independiente como Rafael Arévalo, no me lo trago.
Un director puede creer en sí mismo, en sus ideas, en sus propuestas, y darse por ellas. ¿Eso es ser independiente? Las convicciones no hacen la independencia, es más podría decir que la maniatan. Los principios hacen la diferencia, porque está respaldado por el sentido común, por la búsqueda de bienestar comunitario, pues son en esencia éticos y morales.
Una convicción en cambio, tiende a ser ciega muchas veces, se puede confiar falsamente. Muchos directores pueden tener la convicción de que sólo una industria puede salvar el cine, como si la cantidad, las cifras de dólares elevadas y las estéticas clasificadas, etiquetadas, empaquetadas y puestas a la venta como “novedades”, puedan ser determinantes para las calidades o mejor dicho, para la variedad, y no me refiero sólo a géneros, pues la industria del embrutecimiento (o lo que algunos llaman entretenimiento) es experta en brindar la ilusión de la novedad en lo repetitivo, de lo único e individual en lo que lleva código de barras. Hay que ver a un quinceañero que se cree único porque escucha a Tokio Hotel para darse cuenta de eso.
Ok, el cine necesita público para existir, pero asumir que el público es homogéneo y que por eso las películas deben serlo, me parece insultante, es asumir que al público hay que tratarlo como a débiles mentales.
Ser independiente conlleva asumir una posición radical; los cineastas de la posvanguardia rechazan la homogeneidad y la globalización de las imágenes, así como el discurso único, las imposiciones del lenguaje dictado por parámetros neocolonizantes. El cineasta independiente está contra la mercantilización y banalización de los valores de las imágenes, pues estas le dan forma a nuestra condición humana, nos identifican, nos dan un patrimonio cultural, nos hacen ser nosotros.
El cineasta independiente está contra lo políticamente correcto, pues de lo contrario sería un empleado más. Para ser independiente tienes que rebelarte y rechazar los discursos oficiales, navegar contracorriente, mantener una actitud y postura de crítica radical.
En el arte las palabras más comunes deben ser radicalismos contra lo establecido.
Los cineastas viven y producen el constante desplazamiento del mundo del arte, en muchos aspectos. El lenguaje audiovisual ha cambiado y está cambiando, pero es más significativo el caso del cine. De la vanguardia se heredaron la experimentación, los planteamientoseclécticos, lo multidisciplinario, el dialogo con las otras artes, la asimilación de los avances del pensamiento, de la filosofía, de la estética, los nuevos enfoques históricos, los revisionismos y todo aquello que se opone a que las cosas estén bien tal como están en beneficio de los de siempre.
El cine puede ser un instrumento de resistencia, una acción política; arriesgarse a equivocarse, ir a la incertidumbre en vez de conformarse con un falso saber impuesto. Cómo diría Ángel Quintana de Cahiers du cinema: “El cine digital no ha servido únicamente para crear los mundos en los que Lara Croft acabará ganando el Oscar a la mejor actriz, sino también para aumentar el deseo de filmar las ruinas de nuestra civilización.”
Carlos Losilla dice: “¿Por qué no ser radicales? ¿Por qué no poner al espectador contra las cuerdas del sentido, de sus límites? ¿Por qué no aniquilar todas sus certezas para salvaguardar la excitación de la búsqueda constante?”
Ahora, para muchos el cine “independiente” ya tiene fórmulas.
Más allá de presupuestos, financiamientos, de formatos, soportes y asuntos técnicos, la independencia es autonomía, es hacer la película menos dependiente de un factor de gusto externo, sea este el de un “público”, el perfil de un festival, la endogamia con la crítica, y sobre todo, la concesión con el lenguaje homogenizado, industrializado. Que una película independiente intente “ser” como una película de industria, o que busque codearse con el circulito indie sundanceado o, como diría Alberto Fuguet, rotterdaniano, es casi como vender sándwiches al costado de Mc Donalds.
Pero, justamente para eso vale la pena poner las cosas claras, porque si ser independiente es la etiqueta que te hacer estar dentro del sistema sin ser parte de él (osea, sí, pero no) entonces es un embuste, una patraña. Tomar coca cola o pepsi no importa mucho, un independiente preferirá siempre un emoliente en la esquina.
Ser cineasta independiente no es cómodo, es peligroso. Si sólo se tratara de armar historiasfrikis, de buscar tipologías seudo marginales, de estéticas extremistas que rayan entre elvideoarte y el videoclip, la cosa sería tranquila.
Se trata de decir lo que otros callan, de no escudarse en la tibieza, de incomodar, de no deberle nada a nadie, para tener siempre la libertad de no tener reparos en lo que se dice, de mearse en el protocolo, en lo políticamente correcto, de zurrarse en las normas de viejos enciclopedistas con sus miles de “esto no se debe hacer”.
Podría concluir en que ser independiente es algo así como ser suicida, con todas las ventajas y compromisos que ello implica.

Un largometraje del director: 



[publicación original de Cinepata]

1 comentarios:

Unknown dijo...

ESTOY DE ACUERDO CON LA MAYORIA DE ESTAS POSTURAS , AGREFARI AQUE SER INDEPENDIENTE ES , ANTEPONER LA CONCIENCIA A LA RAZON.

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