Con su segundo disco Las Horas, Indiana se convierte en la nueva promesa del rock platense.
Por Joel Vargas

La Plata está infestada de diagonales feroces, que fueron planeadas estratégicamente. Hasta se podría pensar que irradian impulsos artísticos. Pasemos lista: Los Redondos, Virus, Peligrosos Gorriones y toda la factoría de Laptra. Grandes emprendimientos donde la creatividad marca tendencia. Indiana no parece ser la excepción a la regla: melodías intermitentes, letras que desmenuzan situaciones cotidianas y rock espacial de la escuela de Los planetas.
Su última producción es un atentado contra los corazones rotos, diez canciones melancólicas y hermosas. Las pruebas son “Canción para Emilia” donde Pablo Siciliano, entre punteos hipnóticos, se despacha con frases que muchos pensamos alguna vez: “no me digas que es verdad, sé que no sabrás que hacer cuando me llames”. La canción que le da nombre al disco tampoco se queda atrás con eso de instaurar frases poderosas: “no dejes que nadie te marque las horas”.
Pero “Suiza” se lleva todos los premios con guitarras finamente distorsionadas, un teclado envolvente y una oración que se te queda tatuada en las neuronas: “no todo es el fin del mundo, no creas en la verdad, la verdad es una cosa más”. Es una de esas canciones que llenan vacios en las madrugadas solitarias, una carta de amor sonora.
Indiana se vuelve épica en “Premio del Público” y te pide que no olvides su nombre: “cuando Dios me honre y yo ocupe su lugar”. Una guitarra acústica marca el camino, se va mezclando de a poco con guitarras sucias hasta llegar al gran final: una explosión de cuerdas en el cielo.
También hay lugar para personajes pintorescos como “Mark”. ¿Pero a qué Mark se refieren? ¿Al que Luca le dijo que se calle? O ¿al cantante de Screaming Trees? O ¿al creador de Facebook? Nunca lo sabremos, solo sabemos que Siciliano y compañía te exigen “quiero que sufras por él, quiero que mueras por él”.
“Himno a un futbolista del montón” es un homenaje a esos guerreros y románticos ignotos del futbol, los que traban con la cabeza, la revientan a la tribuna y meten un pase gol. Algún día corearan su nombre en la capital bonaerense y tal vez se convierta en un lobo o un león.
Luego siguen tres nuevos mundos: “L'avventura”, un trip galáctico; “Tragedia en Brasil”, una road movie espacial, y “Un poeta chino”, un cadáver exquisito melódico. El gran final es “En mi defensa”, una despedida agonizante donde Siciliano grita: “si alguna vez fuiste Dios, te pido que me ayudes de vuelta”, mientras la guitarra llora un solo interminable. Y la remata con “lo hice sin pensar, no fue nada”. Modestia aparte ¿no?

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