[La pequeña muerte]



Arrodillada frente a su propia tumba, nada parecía tener sentido. Ni la placa de bronce con su segundo nombre y apellido grabados, ni aquel cementerio sombrío, ni ella en esta tarde de verano. Y sin embargo, allí estaba: entre sorprendida y atemorizada, confundida sin lugar a dudas, estupefacta ante el hallazgo de su propia muerte. Tenía una muerte sencilla, tierna, de niña de tres años; amarilla, preciosamente aberrante. ¿Cómo era posible que algo así hubiera ocurrido? ¿Cómo su muerte, la falta de referencia a su primer nombre, el ocultamiento durante todos estos años por parte de sus padres, el sol de la tarde, ella...?Avasallada ante la ignorancia, se entregó. Las lágrimas brotan ahora de sus ojos y corren rápidamente por su cara, los sollozos van adquiriendo intensidad y a medida que el tiempo transcurre ella va quedándose dormida, presa de la somnolencia desencadenada por toda gran pena infantil. Y en ese sueño, entre ese llanto, ellas se reencontraron. Ellas, su pequeña y olvidada primera muerte y esta, su última y latente vida.


[Calvario]

Hoy
cuando apague la luz
trataré de irme a dormir
algo triste
y hablo de tratar
porque
ciertamente
no doy por seguro que pueda dormir
esta noche
tan desolada
tan vacía
sin aire
sin frío
sin ganas de ser
siquiera noche
conforme con ser
solamente
un intento
de continuidad del día
que todavía no ha acabado
(mal que me pese, decía)

Entonces a oscuras
buscaré
refugio entre mis sábanas
- tal vez algo sucias -
y contendré mis
lágrimas
por miedo a que estas brillen en la penumbra
y te desvelen
y este nudo
que tengo en mi garganta
continuará bien cernido a ella
hasta desgarrarla
callando
algo de verdades
y otro tanto de
dudas
pero serán mis
silencios
los que en definitiva
siempre
se lleven el premio
al mejor papel de
víctima.

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