En el intersticio de las personas, en que todas se conjugan de manera unánime, en realidad, de la unidad de las nociones del mundo, todo se realiza dentro de un mismo límite. Cuando el contacto - donde un festejo se concreta en función de nada (y cuál fuera el objeto por el que se planteara un festejo? un acercamiento a la finalización del tiempo (cumpleaños) o un acercamiento a la finalización de la libertad (casamiento) - se exterioriza, la soledad se extingue entre todas las presencias - adjudico a presencia, al significante de presencia, toda percepción del otro que fuera a afirmar: esta persona está en mí, yo la puedo percibir en su plenitud y sus efectos en caso de que estuviera un poco sobrepasado de estimulantes mentales - y entonces se disipa, disipo la soledad cuando fumo el cigarrillo que me fumo, cuyo humo se extingue apenas lo expulso, no le doy tiempo a existir ni siquiera fuera de mí, como me ahogo cuando lo contengo y se fusiona con otras percepciones que están al mismo nivel de mecanismo: percibir, conceptualizar, horrorizar, descartar, regresar a lo absolutamente descartable. El mecanismo que se realiza en este estado - a entender: se personaliza en forma, de modo que todos lo entiendan al menos relativamente - es absolutamente natural. Quizás el más natural de los estados. Concreto, estéril, estupefacto, inmortal. Decidir los adjetivos es una tarea difícil: por eso se escribe.

Si tuviera que describir una situación, todo adjetivo estaría lejos: el lenguaje no hace más que alejarnos de la realidad, que convertirnos en servidores del lenguaje. Siempre estamos a merced, siempre cayendo, sublevando, realizando en función de, no hacia nosotros, bajo ese concepto tan utópico de finalidad (como si hubiera en verdad una finalidad, como si no supiéramos desde la primera razón que estaremos muertos).


La sucesión de palabras que se lee - si es que se ha leído, ya, alguna palabra - es inútil, condescendiente al lector: todo lo dicho fue dicho para decir algo, es decir, para no dejar un vacío silencioso y atemorizante entre el que lee y el que escribe. Entre el que sangra y el que aprieta un paño de algodón contra un codo. Mi codo está herido y no necesita salvarse: en tanto siga extirpando sangre, de mayores nociones - o incertidumbres, que connotan en una real noción de la realidad, que termina en transformarla, que termina en un nuevo comienzo instruido más allá de los límites que desde afuera a nosotros mismos han ido - se va formando. Por eso nunca deje de leer, aunque ya haya dejado. Por eso no abandone la palabra en tanto le haga temblar los huesos: lo vuele de fiebre, lo vuele en una nube grande y gris, que antes se figurara lejos en el cielo, y que ahora se plantara fiel sobre su tierra, dispuesta a llevarlo más allá de las buenas costumbres y de las morales que le indican: sobre la tierra todo está seguro, sobre la tierra y más acá, todo está concreto, asible, puede ser formulado en un texto desorbitante y brotante todo el tiempo de flores azules y marchitas justo en el ángulo sobre el que da el sol


[ publicado originalmente ACÁ ] 

0 comentarios:

Publicar un comentario