Wells / El país de los ciegos

Como un Gulliver sudamericano, Núñez desciende a nuestra aldea con su ciencia torpe y su cuento de un mundo horrible en el que los hombres ven. El país de los ciegos tiene la forma de una marmita. Sus habitantes, que duermen al abrigo del sol, gozan como si vivieran en un útero descomunal. Y Núñez, con mi envidia enajenada, no sufre su imposibilidad social ni amorosa sino que sufre no poder imponerse monarca de ignorantes. Así es como su breve aventura entre los invidentes no hizo más que reafirmar sus certezas estéticas y científicas, y en la disyuntiva entre perder sus ojos o su capricho, no se anima a preguntarse quién bajará a Bogotá de las montañas que no vemos para alucinar sentidos increíbles.

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