Leemos la sorpresa o la fascinación de Cortázar describiendo el mecanismo inconcebible en términos no científicos a través del cual el cuarteto de Bartok sufre sucesivas metamorfosis (o cambios de estado, como el agua) para llegar al vinilo, al diamante, al audífono. Nos sonreímos como si estuviésemos ante una anécdota infantil (mirá lo que le sorprendía al tipo que no llegó a ver ni siquiera el cd), como si no fuese más mágico el surco mecánico del vinilo que el clúster digital o las memorias blandas.
Incluso, nos simpatiza imaginar al escritor que no sabía decir la erre enredado en los cables de sus auriculares conectados directamente al combinado (en realidad llegó a ver los walkman y los cassettes). Pero el silencio del mp3 sigue siendo tan fosforescente como el del primer audífono. La burbuja afecta a más gente y más gente asiste a convenciones de burbujas que hablan con señas entre sí, que gritan porque no se oyen, que se miran y no miran, cada uno en su esfera confortable de microcanciones y alaridos a medida de cada caracol, yunque y martillo.
Así y todo, los gestos de ella mientras oye son los gestos de ella y mi fascinación es la misma. Muéculas apenas, inconcebibles en términos científicos.

0 comentarios:

Publicar un comentario