Me detengo en la pared que a pesar de que la rompo, una y otra vez vuelve a aparecer. Ese muro verde inquebrantable no es sino el umbral del pasado, la vida y la muerte. Porque nada parece avanzar en esa isla poseida por el tiempo. Nada excepto la vaga idea de un amor a las miradas, a la indiferencia de lo intocable, a ese horizonte en el que siempre está atardeciendo.
Acaso Bioy sabe algo que intuimos, aunque mejor querríamos no saber. El amor siempre está en el ojo del que ama (y solamente ahí). Y si toda invención es un hallazgo, Morel encuentra en mí a ese que ve e intenta “ser en lo que ve”. Quiero ser ese mismo atardecer y esa brisa imperceptible que acaricia tu pelo. Por eso soy doblemente fugitivo: a través de la isla quizás pueda entrever mi propia silueta junto mi perfecta Faustine.
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