´´Es de lo más simple y tonto. Con que uno sea dueño de sí mismo, evitará quemarse´´


En el origen de El jugador hay una mujer fatal, deudas impagables, y una configuración estética del amor que esta llegando a su máxima cumbre en la literatura europea que atraviesa gran parte del siglo XIX y que viene contrayendo relaciones desde la antigüedad clásica, hasta llegar al Renacimiento total de las artes del lenguaje. Sucede que gran parte de los escritores europeos del siglo XIX narran temáticas adecuadas a su esfera social y a sus determinadas experiencias, algo ociosas, en comparación con las de Dostoievski.

Experiencias dramáticas en los casinos europeos hicieron que la banca rota se disolviera en las páginas taquigráficas de El jugador, ofreciendo un retrato vívido de los ambientes de juego y del comportamiento de los rusos en el extranjero. Mientras que Rusia, como territorio, dota por defecto una enorme extensión territorial y una gran precariedad social; en los alrededores se desarrolla una gran actividad de crecimiento demográfico y urbanizador que seguirán haciendo crecer, si medidas, a la Europa culta (París ya es la Ciudad de las Luces). Sin embargo, el comportamiento de los rusos en el extranjero es verdaderamente interesante en la novela: son los rusos los que juegan; los que ganan y pierden en la escena de la narración. La obsesión de una abuela rica, de la que muchos esperan su herencia, no tiene medidas de raciocinio en las vueltas de la ruleta. Los restos de la relación amorosa-jeráquica, que tiene orígenes durante el sistema feudal se asoman en el contexto florecido de la más alta burguesía aquél siglo porque la relación de esclavitud que tiene como esclavo al hombre enamorado provoca e insita al deseo desenfrenado de ganar para sacar de las deudas a la bella Polina, enamorada del personaje que narra en primera persona el relato.
El saber del juego es un saber que sirve para ganar a la enamorada, es un saber por el goce de intentar obtener la aprobación y la salvación de la mujer amada y para saciar las aprobaciones de un público altamente burgués que desprestigia al extranjero ruso en su máxima condición de pertenecer a otra nación que no cuenta con el deseo del juego como entretenimiento ocioso.

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