Cuando nos mató la desgracia nos encontramos con la mano en un puñal y en un pajonal muy seco; los pastos bien altos y bien secos, dentro de un sendero pisoteado.

- Fuimos espuelados a este lugar- Dijo Mauricio.
- ¿Dónde Estamos?- Contestó Gisell.
- Cantémosle a la luna, porque ella sabe de nuestro largo caminar.- Y él hunde su mirada en manto estrellado de esa noche desconocida.- Esta gris, y es temerosa.
- Luna de la soledad. Victoria me pesa, y esta inquieta.- Ella revuelve las mantas que lleva en sus brazos y acaricia al dormido bebe, que pronto podrá despertar y desconocer absolutamente todo.

Los dos comenzaron a caminar por el sendero marcado, investigando la noche, con los puñales del crimen sostenido en sus manos. La luz de la luna los golpea en todo el cuerpo con la culpa del crimen de su padre, pero fue necesario matarlo, hacen falta los sueños siempre para creer en la vida. Gisell es una mujer que merece vivir y amar como cualquier mujer del planeta, pero con su padre apenas vivía y aguantaba. Mientras que Mauricio, si no creyera en la locura y en la balanza de la razón del equilibrio, no hubiera podido creer en la esperanza y en el sonido de poseer a Gisell de ese modo; si, de aquel modo tan extremo que los llevo a concebir la hija que sostienen a ocultas; tan ocultas que hasta fue concebida en un pajonal como por el que están caminando.

- Vamos a llegar hasta el parque que esta hacia el final del camino, ¿Lo ves? Estoy cansada.-
- Sí, lo veo. Ahí podemos parar y pensar que hacer en este sitio y con Victoria a cuestas.
Si ellos no creyeran en el deseo y en la posibilidad de que su amor sea algo puro, no lo hubieran escondido. Creyeron en lo que queda, amasijos de carnes aspirando pudor.

Gisell, con sus patitas chuecas, llega al parquecito que vio a lo lejos del caminito. Llena su visión de pastos y de luna, se sostiene de la pata de un tobogán, recordando el sol y las chicharras de su pueblo inocente y observa a su amante pueblero, a quién tanto ama. Lo ve a Mauricio quemarse los piecitos descalzos en la arena de esa noche calurosa, siente el olor a los callos de sus pies y el dolor de esos por caminar hasta altas horas juntos a ella.

- Mañana es Navidad.- Él sigue mirando los astros del cielo, sin conocerlos más que por el nombre de estrellas y como mucho conoce las tres marías.
- Si. Ni un pedazo de pan y un vaso de vino.
- No podrás festejar juntos con tu padre porque lo matamos, lo reventamos a puñaladas. Mañana el pueblo estará de fiesta y no habrá tristeza cuando encuentre al viejo con las entrañas dadas vueltas.
- Pido perdón a Dios por lo que hicimos, pero nuestro crimen le dio fin a nuestra pobreza, mi padre no podía darme algo mejor. Comíamos pan el día de Navidad, me decía que Jesús era como él y que yo era como María. Mañana no es Navidad para mí.
- Quién dijo que todo esta perdido. Te ofrecí mi corazón, te di la hija que llevas en los brazos. La sangre derramada de hoy se la llevará el río. La luna de los pobre esta siempre abierta. Uniremos las puntas de un mismo lazo y caminaremos tranquilos y despacio, yo te daré todo y vos me darás algo que nos alivie un poco más.
- Las estrellas de esta noche no alcanzan para ofrecerte mi corazón, pero tampoco para tapar la culpa de haber matado a mi padre. Vamos a cargar con esa culpa para siempre.- Gisell toca a la niña y se da cuenta de que no respira, apoya el cuerpecito sobre el pie del tobogán.- Esta muerta, habrá sido el frío.


La soledad sobre ruinas los esperará después de aquél momento en el parquecito. Muchas Navidades siguieron caminando por ese pajonal sin encontrar la salida, ni la vuelta. Caminaron sobre tumbas y culpas sagradas, el rostro no les alcanzo para llorar. Estuvieron vacíos y solos sin haber hecho lo suficiente para encontrar el nombre de ese lugar tan extraño por el cual caminaron; por eso le pusieron un nombre propio: Sikuanda. Sin encontrar sentido, porque lo olvidaron fácilmente; como una experiencia onírica de quién tiene que marchar a vivir una rutina que los culpabiliza.

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