Cien velas arrodilladas en el horizonte.

En la orilla del mar
guardo mi corazón en un tubo de ensayo,
con el único placer
de sentir la arena
colándose entre los dedos de mis pies.

El viento tiene los dientes congelados.

De repente siento unas ganas indecibles
de meter las manos por debajo de la remera de la luna.
No llegar tan alto me hace caer.
Voy recto,
como un tronco que abrió los brazos,
y cierra los ojos muy despacio
cayendo lentamente.

Las cien velas se incorporan para ver mejor.

Despierto.
Han hecho libre a mi corazón.
Lo han predido fuego
y quieren levantarlo del mar.

1 comentarios:

Sofía dijo...

me gustan sus palabras místermartin

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