ilustración de effy beth

Mag-da-le-na. Magdalena. Es es mi firma. Con esas sílabas confirmo que ya repasé este baño. Después le toca a la encargada venir a revisar y poner la última firma que falta. Me gusta este baño, de todos los baños del edificio es mi preferido. Tiene un ventana grande que ilumina de forma particular lo inmaculado, la fina blancura que dejo tras de mí, el inodoro con luz propia. Me gusta también porque es un baño de chicas. De chicas con uniforme celeste, de esas no se ven mucho por acá, salvo que tengan este uniforme bordó de la empresa Ultralimp. En general, los que llevan uniforme celeste son los varones. La dueña de este baño tiene ese uniforme, militar de Fuerza Aérea, pollerita, rodete y tacos negros, todo eso. Muy prolija es. Me hace acordar a mí.

Siempre que limpio el baño me quedo un rato aprovechando la luz en el espejo, me depilo las cejas, me maquillo. Me imagino mis días de casada, preparándome para ir a misa con mi marido. Más que un deseo, es la forma que tienen los domingos a la mañana para mí. Nací y crecí en Reconquista, la perla del norte santafesino. Mi familia orgullosa y tradicional no se perdía nunca la cita con Dios.

Yo era la mayor de cuatro hermanos, el peor hermano mayor que se puedan imaginar. Nunca me gustó salir al patio a pelotear, yo era la que se quedaba en la sombra, mirando la nada. En la foto soy el pibe flacucho sin forma. Para ir a misa mi mamá me pedía siempre que por favor me ponga la camisa celeste que me había planchado, que no la haga pasar vergüenza. No hacía falta que insista, yo me ponía el manto celeste y aceptaba mi mandato, para afuera era prolijo y para adentro yo era la virgen.

“Magdalena no es la prostituta que Jesús limpió, es la primera que se arrepintió.” Así me contaba el cura un domingo después de misa y yo, fascinada, me imaginé la vida de esa muchacha que conocía el desenfreno y se enamoró de la virtud.

Cuando era chico me comunicaba con Dios. Siempre me sentí un tubo, un cuerpo vacío que los quehaceres de cada día iban llevando de acá para allá. Esa noche, la primera vez que sentí que Dios se metía en mi cabeza, encontré la Verdad. El Camino, la Verdad y la Vida. Yo era el tubo sagrado por el que pasaban sigilosamente los mensajes de Dios.

“Magda cuando termines te espero en el vestuario, parece que mañana nos van a hacer quedar hasta tarde, después de la fumigación quieren que repasemos el comedor gris para una ceremonia.”, me dijo la encargada. “Sí, Claudia, como digas, apenas termino le meto pique para el vestuario”.

El papa Juan Pablo II se estaba muriendo, estaba muy enfermo, y yo estaba muy metida en la religión, el manto celeste era mi uniforme de domingo y toda la semana ansiaba sacarme el guardapolvo marrón para ponérmelo. Me daba bronca que en el colegio el uniforme de las mujeres sea guardapolvo celeste y el de los varones marrón. Ninguna sabía usar el manto mejor que yo, yo era la más virgen de todas. Mi comunicación con Dios tenía una constancia de dos meses, más o menos.

Uno de esos días, en realidad, una de esas noches, empiezo a sentir un mensaje importante. Desde mi cama veía el pasillo iluminado muy cálido, la luz prendida para mi hermana más chica, porque yo ya no le tenía miedo a los fantasmas. Me meto abajo de las sábanas para concentrarme y funciona, empiezo a sentir con mayor claridad. Dios me cuenta sobre Jesús, me dice que en sus días por la Tierra conoció a una muchacha, de pelo muy largo y morocho, de la que se enamoró. Me dijo, también, que si su misión en la Tierra no hubiera sido entregarse para salvarnos, se habría casado con ella y formado una familia. Me dijo que Él tenía mucha curiosidad por ver qué habría pasado.

Le dije que hay una película sobre eso, que puede mirarla. Hizo como que no me escuchó y me encomendó una misión: “Vas a dejar de ser varón y te llamarás Magdalena. Cuando estés lista, cuando todo esté preparado, yo lo voy a saber y te voy a enviar al Espíritu Santo. Será la semilla de la Nueva Era.”

La Capitán quiere usar el baño y me pregunta cuánto me falta.“Falta un rato, señora, vaya al otro.” Yo, el del manto celeste, la Elegida. Me tomé muy enserio mi misión. Ser travesti en Reconquista era muy complicado. Conocí algunas chicas de la rotonda, lloré la muerte de varias. Pero yo era muy virgen para vivir en Reconquista, como no podía conseguir otro trabajo ahí, me vine a la gran ciudad.

Mi misión se expandió. Todo en la ciudad estaba sucio, la imagen del terror era ver mi manto celeste secándose en la soga de la terraza de la pensión con el fondo gris, los edificios y todo ese humo. Nunca pude salir a la calle de noche, no pude hacerme muchas amigas. En la esquina de la pensión había una capilla. Al principio iba muy seguido y sentía que mi vida estaba ordenada. Pero Dios no volvió y yo me empecé a olvidar… Tener hambre es cosa seria. Para calmarlo, solía ponerme a limpiar las paredes de la pensión. Nada en la pensión era blanco, salvo las paredes. Y yo las dejaba mucho más que blancas: inmaculadas.

Un día, una chica que estaba en la pensión me preguntó si no quería trabajar en la compañía de su hermano. Una empresa de limpieza que era contratada por el estado. Sueldo en blanco, vacaciones, obra social.

Y así empecé, me levanto todos los días a las 5 de la mañana convencida de que es todo parte del plan.

“¿Puedo pasar ahora?”
“Sí, ya está, señora.”



***Este cuento es un adelanto de Te dan a elegir un caniche y elegís un unicornix, antologia del Taller disidenxias, que se presentará el jueves 21 de diciembre a las 21.30hs en Feliza (Av. Córdoba 3271)

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