por Matías Oniria

Al final de la historia mato a mi mejor amigo.


Sacó el celular y, sin detenerse, marcó un número. Tuvo que bajar la cabeza para hacerlo. Casi se mata al tropezar con un pedazo de vereda que asomaba burlona, levantada por culpa de un árbol que la había violentado con sus ramas viriles, invasivas, fuertes, llenas de savia.

Puteó, después se llevó el teléfono (grande, nada de última generación para él) al oído. Un timbrazo… Dos…

Dobló en una esquina, agitado, dejándose llevar por un impulso. Su sombra quedó adelante.

Sus pisadas levantaban ecos en la noche silenciosa. Se tentó: “Los perdí… Es probable que los haya perdido…” (era un pensamiento en frecuencia baja… Su cabeza era instinto puro, supervivencia. La ecuación era: ESCAPAR- LLAMAR A PERCHA… El resto era un decorado vertiginoso).

—¿Sí?

Escuchó la voz al mismo tiempo que escuchaba resurgir a la vieja Chevy. Se aproximaban.

—¡Me descubrieron! —gritó.

—¿Eh?

—¡Me descubrieron… pelotudo!

Volvió a doblar, confiando en su oído, alejándose del motor que avanzaba, implacable. La transpiración le empapaba la frente, la espalda, las pelotas. Las piernas le dolían, el estómago le dolía, la cabeza le dolía…

Recordó que una vez había leído en un foro muy estúpido que una persona había muerto al consumir cocaína y luego presentarse en una maratón. Dos kilómetros y el corazón había reventado. El tipo (lo afirmaba alguien que parecía tener autoridad en el foro) estaba con el pene duro como una roca; una sonrisa enorme; todos los músculos agarrotados.

A las tres y cuarto de la madrugada, con la cien palpitando furiosa, dos líneas de coca encima y un miedo gigante, el foro ya no parecía tan estúpido.

—¿Palo?

—¡Sí!

Otro de baja frecuencia: “¿No tenés identificador de llamadas, forro?”.

—Pero… ¿Qué…? Escuchame, ¿dónde estás? —sonó preocupado. Eso hizo que Palo se tranquilizará. Su madre solía decir: “No es bueno contagiar el caos, pero tampoco es  bueno ser el único alterado”.

—No tengo idea de dónde estoy…

—¿Te están siguiendo? —su alarma crecía.

—¡Sí!

—Sos un boludo… Te dije que tuvieras cuidado…

—Percha, la puta que te parió…

—Te dije… ¡Te dije! —parecía al borde del llanto.

—Percha… —de pronto le estaba costando mucho llegar a la próxima esquina—. Ayudame, por favor…

—Pero…

—No se puede… tomé precauciones… Es imposible… No podemos hacerlo a nuestro modo… Me van a hacer mierda…

La esquina, incluso, daba la impresión de alejarse. La Chevy, no habia lugar a dudas, adivinaba sus pasos: el rugido crecía.

—No, no, no, no… —Percha, ahora sí, lloraba.

Una imagen fugaz: Percha en el primario, llorando en un rincón, porque un grupito de pibes había decidido que no podía formar parte de ninguno de los equipos de fútbol que se habían armado en el patio. Un llanto silencioso, avergonzado… Un llanto con más de odio que de tristeza. Después de eso Percha no había tardado en transformarse en su mejor amigo… Y ya nunca lo había visto llorar. Porque Percha, a pesar de lo que muchos habían pensado esa tarde en ese roñoso patio de colegio, era fuerte.

—Percha…

—No, no, no…

Llegó a la conclusión con una sorprendente resignación: Percha lloraba porque sabía que ya estaba muerto… Percha no podía ayudarlo.

Algo de reproche: “Pero todo esto fue idea de él…”. Luego volvió la certeza determinante y concreta: “Esto es el Final”.

Dejó de correr, sin proponérselo. Sólo se detuvo, sin más. De la esquina aún lo separaban unos cuantos metros: “Mi último fracaso…”.

El corazón, con su ritmo, le sacudía todo el cuerpo. Un viento frío le acariciaba las mejillas. El pecho subía y bajaba.

—Percha…

—No, no, no…

—¡Percha!

—…

Tomó aire:

—Voy a borrar tu número de este celular, Percha… Voy a borrar esta llamada…

—Palo…

—Y nunca lo intentes Percha… Cuando estés convencido de verdad van a aparecer, de la nada…

Cortó.

Se dejó caer de rodillas. Borró el número de Percha, borró la llamada, tal como había dicho. Después de hacerlo, por las dudas, sacó el chip y lo tiró por una boca de tormenta que había a unos metros.

Esperó.

La Chevy no tardó en llegar. Bajaron tres tipos. Armados.

Palo se llevó las manos a la nuca.


Iba entre medio de dos de ellos. Llevaban pasamontañas negros que tenían una gran H bordada en rojo a la altura de la frente.

—¡No levantés la vista, hijo de puta!

Recibió un fuerte golpe en la cien que le bajó la vista de inmediato.

—Vamos a darte otra oportunidad… —dijo el tipo que manejaba. Su voz era grave—. Tu última oportunidad para que no arruines la Historia.

—Yo no soy parte de ninguna his…

Otro golpe. Esta vez en las costillas. Palo se debatió en el lugar a pesar de tener las manos fuertemente atadas. Sólo consiguió que lo golpearan más: tres puñetazos certeros. Uno de ellos en medio de la cara. La nariz le sangraba.

El tipo que manejaba siguió.

—Podés robar, matar, cogerte a tu vieja, traicionar la bandera bajo la que naciste… Está todo preparado para que lo hagas… No va a faltarte adrenalina… Nunca… Pero no arruines la Historia. ¿Entendés eso?

Palo estaba hecho un bollo sobre si mismo. Sus “custodios” lo tomaron de los brazos para incorporarlo.

—Te están hablando, infeliz…

—Contestá…

—Es muy típico de los Secundarios ser tan dramáticos…

Palo se sacó el pelo de la cara con un movimiento brusco. El calor pegajoso de la sangre (que ya le bañaba el mentón) estaba lejos de tranquilizarlo. La sangre le advertía que ya estaba todo dicho.

Ya había caído el preciado líquido rojo, entonces, ¿qué más daba morir?

El problema, el gran problema, el problema por excelencia, la madre de todos los problemas, el problema Génesis, era que él sabía que los Hombre H no iban a matarlo. Tenían armas, eran agresivos, pero si los desafiaba no iba a conseguir una bala en la cien. Lo sabía. Eran una representación prototípica, pero en esencia eran mucho más peligrosos que un poco de pólvora en el cerebro.

—Secundario las pelotas…

El auto pasó por un bache y Palo se chocó la cabeza contra el techo. Iban a gran velocidad. De pronto frenaron, con un ensordecedor chillido de los neumáticos.

El conductor se bajó, sin perder un segundo, dando un portazo. Los tipos que rodeaban a Palo se bajaron, entre asustados y obedientes. El que era sin duda el jefe de aquel grupo de Hombres H agarró a Palo por el cuello de la remera y lo arrojó al asfalto, con brusquedad.

Palo no pudo hacer nada para evitar aterrizar de boca. Se hizo un tajo en el labio.

Más Sangre.

“Mierda… Estoy vivo…”.

—¡En los Espacios Vacíos tenés que limitarte a cumplir tu rol, imbécil! —escuchó que le gritaba el otro, mientras le daba una patada en las pelotas—. ¡Nadie te prohíbe ser un delincuente! ¡La Historia sólo exige ser escrita!

Una patada.

Dos patadas.

Palo se tragó un diente.

Cuando pudo levantar la vista vio que el tipo lo apuntaba con una pistola. Detrás de él estaban los otros dos, firmes, soberbios. Chupa pijas.

“Va a pasar… Van a volverme al Principio… Voy a tener que repetirlo, hasta hacerlo bien…”.

Cerró los ojos, pensando en que no podría soportarlo.

Escuchó los disparos (muchos) y su cuerpo tembló.


Abrió los ojos. Uno por vez.

No tardó en pasar de asustado a intrigado.

Los tres Hombres H estaban en el piso. Sus cabezas habían estallado.

—Tres putitos chupamedias menos… —dijo alguien desde la oscuridad.

—Parece que esta noche vamos a poder divertirnos un poco…

—hgtkj…

Se aproximaron, muy de poco, son reserva, precavidos.

—Ho… hola…

Salieron de las sombras.

Eran tres, llevaban armas y ropas rotosas.

Eran deformes: uno de ellos arrastraba una tercer pierna atrofiada, muerta.

Palo tuvo que desviar la vista, con algo de repugnancia.

—Buenas noches, incauto. Somos el Escuadrón de Personajes Desechados y venimos a darle emoción a esta basura…


—¿htyjktrfgbmxsdw?

Palo miró a su interlocutor. Su cara era tan extraña que no pudo definir dónde estaba la boca.

—¿Eh?

—Perdonalo… nunca le dieron voz, no sabe expresarse… —el que le hablaba tenía una especie de mano asomando de la frente—. Pregunta qué mierda es lo que quisiste hacer…

El deforme “sin voz” asintió, entusiasta.

Palo se miró los pies. Estaba en una camioneta semi derruida, otra vez atravesando la ciudad a gran velocidad. Se frotó las muñecas recién liberadas.

—Quiero demostrarles que no soy parte de ninguna Historia…

Los miembros del Escuadrón de Personajes Desechados se miraron (incluso el que manejaba, que tenía cuatro ojos) y estallaron en ruidosas y desconcertantes carcajadas. Estuvieron así un rato, hasta que el de la mano en la frente dijo, luego de enjuagarse las lágrimas de la risa:

—Sí que sos parte de una Historia…

—No, yo…

—¿htyjktrfgbmxsdw?

—¿Eh?

—¡¿htyjktrfgbmxsdw?!

—¡No ENTIENDO!

Te está preguntando lo mismo… ¿Qué mierda quisiste hacer?

—Me quise matar…

La declaración, tímida, desató otra ola de carcajadas.

—¡¿Qué cosa les da tanta gracia?!

—Perdón… pero…

—¿No te das cuenta?

—¿ghtgbsd?

—¿De qué?

Palo los miró, uno por uno, luchando contra su estómago, que se revolvía.

—El Hacedor es bastante idiota… Sólo hay una cosa que el Hacedor tiene predeterminado desde el Principio: el Final. Los Hombres H son los guardianes de ese Final.

—Pero… Pero…

Se quebró. Se sintió sucio entre esos seres tan grasientos. Se hundió en si mismo, desesperanzado.

Una mano exageradamente grande se posó sobre su hombro.

—Pero tampoco es para tanto, incauto… Siempre hay alguna alternativa.

Palo lo observó, con desconfianza.

—¿Alternativa?

—Claro… No podés no ser parte de la Historia, pero podés desaparecer de ella, volverte una laguna… Saldrías mucho mejor parado que nosotros, que apenas fuimos un boceto…

Palo escuchó con atención.


Se bajó en una esquina conocida. Rengueaba, pero se sentía bien.

—¿En serio no querés venir con nosotros?

—Tengo cosas que hacer… Y va a llevarme tiempo…

—htyhrw…

No lo entendió, pero sonaba decepcionado.

—Está bien… Tampoco es la gran cosa… No vamos a destruir nada… Nuestro vandalismo es más práctico… Cambiamos el nombre de las calles, alteramos la información básica… Si logramos volver loco al Hacedor antes de que termine todo este fastidio quizás podríamos tener un Apocalipsis un tanto más original…

—Ojalá…

—Ojalá.

Un pequeño silencio.

Luego:

—Suerte con eso… Y gracias…

—No lo hicimos por vos… Queríamos borrar del mapa a esos ratis…

—Está bien…

—Suerte.

Palo asintió y levantó un pulgar.

La camioneta se puso en marcha.

—¡Hey!

—¿Sí?

—¿tgh?

—Quería preguntarles algo…

—Preguntá…

—Entiendo que sean ideas desechadas… Pero… Eh… ¿por qué son deformes?

—Mmm… Pongámoslo así: la próxima vez que hagas un bollo con una hoja borrador pensalo dos veces. Pensá en las consecuencias.

Dicho aquello, se largaron.


Pensó en golpear la puerta, pero se decidió por su entrada particular. Trepó por una de las paredes del vecino y llegó directo a la ventana del cuarto de Percha.

Su amigo no tardó en abrirle. Al verlo, sus ojos, irritados, se notaba que había estado llorando, se abrieron de par en par.

—¡PALO!

Intentó abrazarlo, pero Palo lo detuvo.

Levantó la pistola recién adquirida.

—Perdoná…

Percha retocedió. Se enredó con sus propios pies y cayó.

—¿Qué… qué pasa…?

Palo avanzó, sin dejar de apuntarle.

—Percha… Hay una única forma de no ser Historia…

—Palo… pará…

—Basta con No Ser… Es fácil No Ser…

—Palo, me estás asustando mucho… Por favor…

Una mancha de orina se dibujó en sus pantalones.

—Si nadie nos piensa, ya no somos… Es tan fácil como eso… Siempre fue así de fácil, Percha…

Percha quiso levantarse, apoyándose contra el placar, pero Palo, veloz, lo detuvo, poniéndole el arma en medio de la frente.

—Pará… ¡Por favor!

Sollozaba.

—Dejar de existir es mejor que morir…

—No, Palo, estás mal…

Palo ejerció presión, para que no pudiera moverse.

—Vos sos el que mejor me conoce, el que más me sabe, el que más libertad me dio… Pero el que más me vuelve un esclavo de Ser… Tengo que empezar por vos… No hay otra…

—Pa… Palo… por favor…

Lloraba, de modo tan intenso que toda su cara era agua.

Se encontraron sus pupilas: se vieron ahí, muchos sábados leyendo en el patio, hablando de escribir una historia juntos, riendo, sin pensar en ningún final.

—Así nunca te van a elegir para formar parte de algún equipo…

Supo (recordó) que a eso se reducía todo: o eras uno de los elegidos o te quedabas mirando el partido de afuera. No había puntos medios.

Era injusto. Demasiado.

“El fútbol es una mierda”, se dijo, delirando, al tiempo que apretaba el gatillo.


Caminó hasta una mesita, tambaleándose.

—Ya está… ya está… Si hice esto lo otro va a ser una pavada…

Temblaba. Su cuerpo, su voz, su espíritu.

Su vista se nubló. Cuando pudo recuperar el foco vio unas hojas, escritas a mano, con una letra horrible, presurosa. Pudo reconocerla, sin esfuerzo.

Leyó.

El arma cayó de sus manos.

Era una historia.


“El Escuadrón de Personajes Desechados”

Por Percha


Su vista volvió a nublarse.

Más convulsiones.

—Hijo de puta… —soltó mientras se desplomaba.


—Historia se combate con Historia… —fue lo único que soltó en el juicio.

No pudieron encarcelarlo, estaba mal de la cabeza según el Juez.

“Su cabeza está a años luz de esta realidad”, expresó.


Al final de la historia mato a mi mejor amigo.

Me parece un buen comienzo.

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