por Enrique
José Decarli
“…se quedaba
pensando, los ojos fijos atravesando la pared y yéndose,
yéndose más
lejos y más lejos,
tratando de
encontrar algo, una esquina posiblemente,
o una noche
entre muchas noches,
o un; algo,
algo más importante que instantes o tropiezos…”
Angélica Gorodischer.
El fondo de su casa
da a un terreno baldío. Ahí debutamos con dos chicas del colegio. El Rafa
siempre tuvo debilidad por el baldío: pasa la mayor parte del tiempo. Cada vez
que voy a buscarlo a la casa, la madre se asoma por la ventana, corre las
cortinas y dice, A la vuelta, está a la vuelta. Dice a la vuelta como si el
brazo en alto, trazando un semicírculo hacia la derecha, después de veinte
años, no fuera suficiente y yo me pregunto por qué sigo yendo primero a la casa
en vez de ir primero al baldío. Entonces doy media vuelta manzana, y encuentro al
Rafa tirado boca abajo, entre pastos altísimos. Los codos apoyados en el piso.
La cabeza sostenida por las dos manos, mirando el tránsito de las hormigas,
despejándoles el camino al hormiguero. También puedo encontrarlo parado,
abstraído. Cortando caña tacuara con la navaja. El Rafa todavía hace las mismas
cerbatanas que hacía para llevar al colegio y tirar papel masticado contra el
pizarrón.
Durante la primaria
el Rafa rodó, año a año, de colegio en colegio. En el `86 llegó al colegio que
iba yo y ahí se quedó, supongo que porque se hizo amigo mío, pero esto sólo lo
supongo, en verdad no lo sé, nunca se lo pregunté. Después rodó otro tanto, de
facultad en facultad, que fue abandonando sin terminar primer año. Y sigue.
Rodando, ahora, de trabajo en trabajo. La semana pasada volvió a renunciar. Por
eso creo que pronto se va a ir.
Cumple años el
primero de abril. Dice que tiene mi edad, y en la torta que le hizo la madre
para el último cumpleaños, dos velas celestes ―un tres y un seis― formaban el
número treinta y seis. Yo no estoy tan seguro. El Rafa carga un cansancio que
parece de otra vida, de otro mundo. Lo noto en la manera de caminar. En la
mirada, se le nota. Si me dijeran que tiene novecientos años como Yoda, lo
creería, pero él dice treinta y seis. Antes de que apagara las velas le dije
esto de Yoda. Se rió. Se acomodó el mechón de pelo que se le cae sobre los
ojos. Acercó la cara a la torta y sopló. En medio del canto de feliz cumpleaños
y los aplausos, con las luces todavía apagadas, al oído, me dijo: Yoda es
sabio, ¿sabés? Y yo no aprendí a vivir. Lo abracé y le di el regalo. Visions, el cd de Stratovarius. Me
agradeció y dijo que era una lástima. No podíamos escucharlo porque se le había
roto el minicomponente.
Me quedó eso de que
no aprendió a vivir. Creo que es verdad. No se amolda, el Rafa. Nunca nada le
viene del todo bien. Ni las mujeres ni la familia ni las facultades ni los
trabajos. Lo domina, digamos, una especie rarísima de ansiedad. A veces me dice
que el tiempo se le va de las manos. Que se le agota. No entiendo mucho qué
quiere decir y trato de no preguntar. Sólo en el silencio el Rafa se abre, me
cuenta, de su vida y su búsqueda. Igual se encarga (o le sale) de hablar, en
términos muy ambiguos, de viajes, equivocaciones, cosas que si me contara no le
creería. Una vez le recomendé un psicólogo. Me miró hasta el fondo. Me partió
en dos como diciéndome: No entendés nada,
chabón. Y es en esa ambigüedad. En ese No
entendés nada, chabón, donde aflora el secreto de Rafa, el que todavía no
se anima a confiarme y quizá nunca me confíe pero yo sueño.
Hubo otra vez que me
perforó con la mirada. La intensidad fue la misma aunque sin desprecio. Sin ese
No entendés nada, chabón. Los ojos se
le llenaron de lágrimas y la boca insinuó una sonrisa. Tomábamos mate, en la
plaza, sentados contra un árbol. Al pasar, le había dicho:
―Rafa. A veces
pienso que sos de otro planeta.
Se quedó cabizbajo.
Un palito de helado entre los dedos revolviendo la conchilla. Cuando los ojos
se le secaron, el ensayo de sonrisa se borró. Levantó la cabeza.
―Sí…, claro ―me
dijo―. Si me arrancás la piel, abajo soy un lagarto. ―Y sacó la lengua doblada
en punta.
Nos quedamos
hablando de V, Invasión Extraterrestre.
A él le gustaba Lidia, la rubia; a mí, Diana.
―Qué boludez ―le
dije―, Rafa.
―¿En serio crees que
es una boludez? Lo de los extraterrestres…
Tendría que haber
aclarado que lo que me parecía una boludez, ahora, a los treinta y seis años,
era el programa, V, los lagartos
esos. Pero le dije qué se yo, y la conversación quedó ahí.
Sobre el tema del
otro planeta volví un par de veces porque el Rafa, por ejemplo, vamos por la
calle y, de repente, se frena. Todo lo alto que es se queda mirando algo
aparentemente lejano. Los ojos se le llenan de lágrimas. La sonrisa quiere
volver a asomar. En una aproveché, la imagen era exacta. Le dije que me hacía
acordar a Rantes, el loquito de Hombre
mirando al sudeste. Me dio la impresión que no había escuchado. Cuando
volvió del ensimismamiento, me miró. Me mandó a la mierda. Creo que porque
nunca le gustó el cine argentino. Pero yo sé que un día voy a ir a buscarlo a la
casa y el sueño va a ser real:
La madre se asoma
por la ventana. A la vuelta, dice, a la vuelta. La voz del Rafa llega desde el
fondo del cañaveral. Como en trance, llega, por lo lenta. Y como poseída, por
lo grave. No entiendo lo que dice. Abro las cañas y las hojas secas crujen bajo
mis pies. Cada vez que el Rafa deja de hablar, me freno. Despacio, penetro el
cañaveral y el secreto del Rafa, el que todavía no se anima a confiarme y quizá
nunca me confíe pero yo sueño. El cañaveral da lugar a un claro abierto a corte
de navaja. Rafa, sentado en posición de loto, de espaldas a mí, no nota mi
presencia o no le importa. Toda su atención parece puesta en una especie de
radar hecho con el minicomponente, invadido de hormigas que miran hacia arriba.
Al cielo. El brazo derecho del Rafa levantado. El índice señalando, la primera
estrella de la tarde.
7 comentarios:
BELLEZA Y MISTERIO. COMO SIEMPRE ME SUGIERE LO DE DECARLI.
Me gustò mucho. Toda la sensibilidad y ternura puesta en el personaje.
aplausos ¡¡¡
Genial este cuento, Enrique. Creo que alguna vez lo leíste bajo la sombrita de Glew. El Rafa es un personaje adorable. Que bueno poder movilizar así los sentimientos del lector. Felicitaciones y un beso grande. Laura
No sé cuándo, ni tiene ninguna importancia, pero algo recordaba, quizás de alguna de las palabras del Rafa, o del cañaberal. Lo cierto es que me emociona del mismo modo. Muchísimo.
Qué enorme placer esta lectura, amigo.
Un largo y fuerte abrazo.
Daniel
Realidad, nostalgia, territorios del presente y del pasado; invitan a seguir internándose en la vida del Rafa. Un abrazo. Edith
Otro personaje legendario, el Rafa, al igual que el masturbador anónimo de "Como el rayo". El tono del relato es conmovedor. Una verdadera historia de amigos.
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