Al principio, creí nacer para ser parte del mar. Quería confundir mis confines entre el yodo y la espuma, ser aire de los peces, jugar a volar loco en los rompientes, sonar como suena el bramido de las olas, y yacer ebrio en la arena. Quizá de esa manera podría haberme prendido del lugar que quisiera de tu cuerpo, y soltarme no hubiera dolido tanto. Me hubiera llevado una sonrisa al caer por tu teta y tu joya… y la sed de otra Andrómeda.
Luego soñé que dios me mandaba a caer de los cielos como un ángel herido, que mi vida se precipitaba placidamente en un caos de tormentas y de vientos que soplan como la muerte. Soñaba que nacía con el vértigo terrorífico de ver los horizontes tan convexos como los labios de una mueca de mimo triste, soñaba que era la envidia de todos los paracaidistas, soñaba la vida como es la vida… un perderse en lo infinito del mundo, sentirse cada vez más lejos del cielo, sin saber donde se muere ni a quien dejaré ese beso último.
¡Pero... bendita maldición mi fortuna!: soy demasiado pequeño para ser mar, demasiado salado para ser lluvia y demasiado tuyo para ser de dios.
Me tocó ser la impronta trillada de tu dolor, la lágrima espesa de tu alma, la herida de espíritu que supura vida. Fui un jirón de cristal que iba errante por tu mirada perdida… y me perdías, y te perdía y te perdías. Fui la sabia helada de todas tus muertes cayendo desde el brillo triste de tus sueños de niña desnuda.
Tenía la herida abierta de tus soledades, que me cambiaba el color en cada parte donde llegaba a tocarte: negro por tus ojos, rosado por tus mejilla, rojo por tus labios, otra vez negro y luego me iba sin color hasta tus sábanas.
Nunca supe si nací de tus ojos o de tu corazón, o si la condena que nos unió fue vivir por el mismo lamento de perdernos mientras nos besamos, deshaciéndonos el uno en el otro en ese beso. ¡Ningunos morían tan juntos como nosotros!...
Yo que salí al mundo como por un laberinto de miedos, yo que salí al mundo como para encontrar el lugar donde dios repartía los dones de la vida… crecía al son de tus sollozos y me iba convirtiendo en una gota de sulfuro de los sueños rotos que te desolló al paso que caía, pero jamás te ahogaría del todo.
Y esa maldición, ese hechizo de muerte tan bien conjurado que de muerte se alimenta, nos unió eternamente… pues jamás ningunos morirán tan juntos como nosotros.

1 comentarios:

la prometida del rey de los locos dijo...

Sinceramente cada vez que leo algo tuyo me voy enamorando un poquito más de lo que escribís. “soñaba la vida como es la vida… un perderse en lo infinito del mundo, sentirse cada vez más lejos del cielo, sin saber dónde se muere ni a quién dejaré ese beso último.” Es perfecto.

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