El profesor de literatura anoche tampoco corrigió los trabajos prácticos pendientes de la semana anterior, los mismos que se suman a los exámenes de la otra semana que a primeras horas de la mañana son imposibles de descifrar ¿Cómo saber por qué un adjetivo calificativo está cometiendo un acto discriminatorio o cuándo un gerundio se quedó fuera de lugar? El profesor de literatura prefiere salir a la terraza de su hogar (su hogar es una terraza, literalmente) a mirar cómo despunta el amanecer por detrás de los edificios y fumar su primer cigarrillo negro de la mañana, porque hoy tampoco habrá café, anoche se terminó lo que quedaba, y para colmo el vecino de abajo o está ausente o ha viajado a su quinta en las afueras. El profesor está solo en la mitad de la ciudad en busca de una excusa que le licencie dejarse llevar momentáneamente por la brisa veraniega. Un pequeño recreo antes que el reloj dé la hora indicada y el profesor tenga que amontonar sus papeles en un maletín y salir a cumplir con la parte del sistema educativo que le corresponde. Prácticamente desnudo, el profesor se ha apoyado en la baranda que da a la calle para contemplar el mundo que gira indiscutiblemente, sin importarle demasiado casi nada. La vecina del edificio de enfrente está mirando por la ventana al joven en slip que fuma pensativo y ha ella cerrado violentamente las persianas en manifestación de repudio. El ruido de las persianas que caen repentinamente en la mitad del silencio de la mañana despierta al joven profesor de sus ensoñaciones. Es hora de vestirse y salir a la calle.
escrituras.indie es un medio alternativo para la libre difusión de literatura y arte independiente | todo nuestro contenido se comparte bajo una licencia creative commons 3.0
Mostrando las entradas con la etiqueta doncosimo. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta doncosimo. Mostrar todas las entradas
0
comentarios
| un poco más de
doncosimo,
narrativa

Pobres mendigos dormitan en medio del tráfico de la sociedad mendocina, esta noche puede ser la última o la primera del resto de vida que les queda. Cuántas horas faltan todavía para que el sol de la mañana caliente las cobijas fragosas, cuánto vino malo hará falta para adormecer sus cuerpos tullidos antes que la escarcha de la mañana los sorprenda, cuánto más hastío hará falta para que definitivamente la muerte haga su trabajo.
Desprendidos de la historia y alagados con la fantasía popular que supone a un millonario, un actor o un exiguo científico en cada linyera que golpea la puerta, estos desgraciados no entran en las categorías sociológicas más que como un subgrupo marginado del sistema productivo, inactivos sin hogar, sin profesión, sin ascendencias ni descendencias, que no buscan trabajo ni reciben planes sociales, y que efectivamente no emitieron su voto en las últimas elecciones. Homeless, desclasados, sin techo, descalzados, sin vento, hambreados y harapientos.
Con su carácter ultra-ultrajado, durmiendo desmayados en los cajeros electrónicos, en las puertas siempre cerradas de las iglesias, en los bancos de las plazas y de las calles, esos seres sin nombre ni lugar, sin memoria ni futuro están ahora agonizando sus calores sobre las anchas avenidas de las ciudad, a orillas de los canales, debajo de un puente, o quizás en medio de los cañaverales.
La literatura los ha adoptado como mascotas entrañables, siempre fieles a sí mismos, respetuosos y sin honorarios. Simpáticos personajes nocturnos, entre misóginos y alegres, burlescos y demoníacos, ellos completan las historias fantásticas con escenas recortadas de su devenir cotidiano y de su hábitat subterráneo. Quiénes son sino esos seres mitológicos de los cuentos urbanos que aparecen y desaparecen de la escena -mientras una chica rubia sube a un taxi u otra morocha con un lunar encima de la boca cruza las piernas-, que pasan lentamente con sus harapos y sus eternas bolsas del supermercado, mugrientos y hediondos, sin que nadie se percate de ellos.
Los que escribimos esos cuentos urbanos, donde una chica sube a un taxi o tiene un lunar encima de la boca, nos creemos vagabundos de la noche y de la literatura porque hemos recorrido las calles en invierno tanto como en verano, y sin buscar demasiado hemos conectado dos o tres palabras con estos seres extraviados del universo, y ellos nos han dejado sus legados grabados para siempre. Para recompensar sus migajas de existencia, les hemos dedicado al pasar dos o tres líneas de nuestros relatos noctívagos, como decorativos, como testigos de un crimen innombrable.
En la mitad de nuestra neblina intelectual y de su miseria offside, al borde de todo y sin nada que perder, le hemos convidado con un cigarrillo y un trago de alcohol. Ante su lisergia bucólica hemos festejado y delirado con su locura inmunda, burlándonos del mundo que gira estúpidamente. Desafiando la ética de la razón consumista y barata, nos hemos envenenado con sus licores de sobriedad extrema, dejándonos llevar más allá de las conductas y de los márgenes.
Descolgándonos del hemisferio izquierdo de la “verdad humana”, mofándonos del tótem de la cultura occidental y de ese homo politucus insaciable que nos domina, los literatos y los roñosos nos hemos prometido una hermandad mentirosa y efímera, para volver después de cada noche trashumante, los poetas a sus musas y los mendigos a sus mugres.
[ Publicado originalmente en Desvío Cósmico ]
0
comentarios
| un poco más de
doncosimo,
ensayo

Suscribirse a:
Entradas (Atom)