El profesor de literatura anoche tampoco corrigió los trabajos prácticos pendientes de la semana anterior, los mismos que se suman a los exámenes de la otra semana que a primeras horas de la mañana son imposibles de descifrar ¿Cómo saber por qué un adjetivo calificativo está cometiendo un acto discriminatorio o cuándo un gerundio se quedó fuera de lugar? El profesor de literatura prefiere salir a la terraza de su hogar (su hogar es una terraza, literalmente) a mirar cómo despunta el amanecer por detrás de los edificios y fumar su primer cigarrillo negro de la mañana, porque hoy tampoco habrá café, anoche se terminó lo que quedaba, y para colmo el vecino de abajo o está ausente o ha viajado a su quinta en las afueras. El profesor está solo en la mitad de la ciudad en busca de una excusa que le licencie dejarse llevar momentáneamente por la brisa veraniega. Un pequeño recreo antes que el reloj dé la hora indicada y el profesor tenga que amontonar sus papeles en un maletín y salir a cumplir con la parte del sistema educativo que le corresponde. Prácticamente desnudo, el profesor se ha apoyado en la baranda que da a la calle para contemplar el mundo que gira indiscutiblemente, sin importarle demasiado casi nada. La vecina del edificio de enfrente está mirando por la ventana al joven en slip que fuma pensativo y ha ella cerrado violentamente las persianas en manifestación de repudio. El ruido de las persianas que caen repentinamente en la mitad del silencio de la mañana despierta al joven profesor de sus ensoñaciones. Es hora de vestirse y salir a la calle.

No, no tengo las notas -esa es la respuesta que da profesor al más insistente de sus alumnos, que hace veinte días entregó su penúltimo trabajo práctico en tiempo y forma. Para qué querés saber la nota, las calificaciones son sólo una medida arbitraria en un sistema injusto e individualista – se inflama el profesor y prosigue- ¡si querés la nota, te doy la nota! El alumno no responde, sólo acepta la situación con un gesto de resignación.

La clase de hoy: texto narrativo, prosa poética. Autor: Cortázar. Obra: Aplastamiento de las gotas. El profesor lee: “Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí…” Pausa abrupta: se interrumpe la lectura. Origen de la interrupción: Sentencia vociferada por alumnos varones sentados al fondo del aula. Consigna de la sentencia: “Viejo Puto”. Respuesta instantánea e inconsciente del profesor: lanzamiento de un borrador de madera de pino de segunda calidad identificado con la insignia 1° 2°. Descripción de la sensación de las dos chicas sentadas en el primer banco: Temor, consternación y asombro. Destino del borrador: Parietal derecho del cráneo de Jonathan Calsino, supuesto vociferador del insulto. Respuesta de Jonathan Calsino luego de recibir el golpe en su cabeza: “que te pasa viejo culeao, tevamo’hacerrecagá”. Nacimiento, recorrido y muerte de la gota de sudor del profesor de literatura: cuero cabelludo, sien derecha y pelos de la barba. Respuesta del profesor frente a la amenaza de Jonathan Calsino: “Qué pasa aquí señores, qué es eso de lloriquear como niñitas remilgadas, hacen silencio que estoy leyendo”. Frecuencia cardiaca del profesor luego de la reprimenda: 180 pulsaciones por minuto. Continuación de la lectura: “aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío.”

Ninguno de sus alumnos intuye a ciencia cierta qué provocó la repentina ira del profesor, él que siempre es tan amable, tan cortés y gracioso, tan condescendiente con las humoradas, él que es, incluso, tan exagerado en sus expresiones, tan refinado en sus modales. Sin saberlo aún, el profesor se ha ganado la aprobación de la mayoría del curso. Sin entenderlo del todo, Jonathan Calsino ha dejado de ser el héroe de los descarriados para convertirse en el hazmerreír del resto de la clase.

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